17-3-2013.
Otra salida para veteranos. Esta vez cerca: Calatayud.
La lluvia que nos recibió nos auguraba unos días pésimos. Afortunadamente no fue así.
El hotel, bien situado, cerca del centro, fue donde tuvimos que pasar las primeras horas ya que el tiempo no acompañaba para otra cosa.
El día siguiente nos desplazamos al monasterio cisterciense de Veruela.
La primera parada de la visita fue en la interesante portada románica.
Los recuerdos de la estancia en el monasterio de los hermanos Bécker se van presentando a la largo del recorrido. No sólo las leyendas del Moncayo de Gustavo Adolfo, sino también las pinturas de Veleriano nos rememoran Veruela y su entorno hace siglo y medio.
El claustro gótico del siglo XIV y su segundo piso renacentista, resultaron un agradable contraste de luces y sombras pese al frío que hacía.
La visita continuó en el refectorio y la sala capitular.


La iglesia aún puede considerarse románica pese al apuntamiento de sus arcos y a las bóvedas de crucería. Sus estructura de tres naves, tres ábsides y girola, y su tamaño la convierten en un espléndido monumento.


Desgraciadamente no fue posible visitar la cabecera por el exterior, que no forma parte de las visitas guiadas pese a ser quizás lo más notable del conjunto.
Por la tarde la visita fue a las hoces del río Mesa, afluente del Piedra. tras el recorrido por la sinuosa carretera hicimos la primera parada en Calmarza, donde el único ruido autóctono era el de la cascada pues a nadie podimos ver o escuchar.
Regresando hacia Jaraba nos detuvimos al inicio del desfiladero del barranco de la Hoz Seca, contemplando en lo alto el santuario de Nuestra Señora de Jaraba.

Desde allí hasta Jaraba realizamos el corto y agradable recorrido a pie.
Pese a la época del año, los balnearios de Jaraba mostraban una importante ocupación.

El martes lo dedicamos a Zaragoza. Lo primero fue el palacio de la Aljafería.
Una de las dependencias más interesantes es la antigua mezquita.
Tras la Alfajería, como no podía faltar el Pilar.

Y, naturalmente la Seo.
La tarde la ocupamos en el Acuario Fluvial del parque del Agua.


El día siguiente empezamos en Muel con la visita a su Taller-Escuela de Cerámica. Pudimos contemplar las técnicas de alfareros y pintores.


De Muel a Cariñena. A las bodegas Ignacio Marín.
En Cariñena aún dio tiempo para el Museo del Vino, emplazado en una antigua bodega con fachada modernista.
Tras comer en Cariñena, a Fuendetodos, pueblo natal de Goya.
En el museo del Grabado hay una biuena colección de grabados de Goya.
La casa natal de Goya es una muestra de casa tradicional de estilo rústico y popular.
El jueves nos trasladamos bien cerca, al Monasterio de Piedra. Otro monasterio cisterciense, aunque con la iglesia en deplorable estado.
Parte de sus instalaciones están dedicadas a la hostelería.
Se accede al monasterio propiamente dicho a través del claustro. Éste, bien restaurado, es una buena muestra de la austeridad decorativa del arte cisterciense.
Al este del claustro se abre la sala capitular.

Al sur, el refectorio.
Una puerta al norte del claustro da acceso a la iglesia de tres naves, que culminan en cinco ábsides, el central con cabecera semicircular y los laterales plana. En la iglesia son visibles los daños sufridos a lo largo de años de expoliación y abandono. El uso de piedra tosca en la construcción acentúa más el aspecto de deterioro.



La visita al Monasterio de Piedra no sería completa sin el recorrido por el espectacular parque-jardín adyacente.
El lago del Espejo ¿podría denominarse de otra forma?
Después de la caminata, a comer, y la tarde tranquila paseando por Calatayud.
Aún visitamos el Museo de Calatayud, la mayor parte de cuyo contenido estádedicado a los hallazgos de la ciudad romana de Bílbilis.

Entramos al casco antiguo por la puerta de Terrer.
Lo más destacable de la ciudad son algunos de sus campanarios mozárabes como el de San Andrés.

En el casco antiguo de Calatayud se están realizando importantes obras de rehabilitación, pero de momento algunas zonas parecen salir de un conflicto bélico.
El último día, antes de regresar a casa después de comer, dedicamos la mañana a subir al castillo de Ayub. El esfuerzo de la «subidita» merece la pena, tanto por el castillo como por las vistas espectaculares que sde disfrutan arriba y durante el ascenso.




El castillo data de la época del emirato de Córdoba, pero ha sufrido muchas vicisitudes y reformas a lo largo de los siglos, las últimas durante las guerras carlistas.
Ninguno de los visitantes daba muestra de cansancio alguno.
Descendimos tranquilamente. La última cervecita en Calatayud. A comer, al autocar y retorno.
¡Hasta la próxima!