Salida de Barbastro el día 13 de julio de 2013 en dirección al aeropuerto de Barcelona. Breves paradas en Binefar y Lérida para recoger algunos de los viajeros. Aún se añadieron otros en Barcelona. Con puntualidad partimos hacia Edimburgo donde al llegar nos dirigimos al hotel inmediatamente.
Dejamos inmediatamente nuestras pertenencias, tras comprobar el calor que hacía en las habitaciones, y nos dirigimos a realizar una visita panorámica de las principales plazas y avenidas de la ciudad.
El autobús nos dejó en la Milla Real, centro de encuentro de nativos y turistas de la ciudad.
Muchos edificios de relieve aparecen a lo largo de la calle.
Entre ellos alguna iglesia destinada a otros usos con sus salas de exposiciones y cafetería, caso frecuente en Escocia.
Y encantadores patios interiores.
Así como edificios viistables de épocas pasadas.
Los gaiteros en Escocia pueden aparecer en cualquier lugar.
Pensadores escoceses universales como el empirista D. Hume y el padre de la economía moderna A. Smith, aunque éste último no edimburgués, son recordados en la Royal Mile.
Continuamos callejeando por esta espléndida ciudad, bajando hasta la calle Princes por pintorescas calles también animadas.
Ya junto a la calle Princes se halla la Galería Nacional, donde se encuentra la principal colección escultórica y pictórica de Escocia.
Los artistas a pie de calle abundan también en la zona, generalmente con alguna gaita aunque se trate de música muy actual.
La calle Princes ofrece magníficas vistas sobre la ciudad antigua, los jardines y el castillo.
Destaca en la calle Princes el monumento a W. Scott, el escritor historicista que tanto divulgó, con más o menos fidelidad, la Escocia de las tierras Altas y de los clanes, y hoy día omnipresente en los billetes escoceses.
El regreso al hotel fue un agradable paseo al estar situado no lejano al centro.
El segundo día estuvo íntegramente dedicado a la visita de la ciudad de Edimburgo.
Lo inciamos en el palacio de Holyroodhouse, residencia de los monarcas británicos cuando van a Edimburgo.
A la entrada ya aparece un blasón con los principales símbolos escoceses: bandera con la cruz de San Andrés, unicornio, león rampante y flor de cardo.
Son de interés el patio y los jardines, desde donde se puede apreciar como la mayor parte del edificio es reconstruida en época reciente.
De todos modos, aún queda parte de la zona que fue habitada por María Estuardo.
Se visita también buena parte del interior.
Lo que particularmente encontré más interesante son los restos de la abadía, con esas arquerías que tanto me recuerdan a San Juan de Duero.
Enfrente del palacio se halla el actual edificio del Parlamento escocés, obra del arquitecto Enric Miralles. Discutida y discutible como tantas obras arquitectónicas actuales situadas junto a construcciones con siglos de historia detrás.
Del palacio nos dirigimos hacia el castillo. Para llegar a él hay que pasar por la Royal Mile.
Los artistas callejeros están a todas horas presentes. Entre ellos nos tropezamos con el hombre invisible.
Se accede al castillo al final de la Royal Mile.
Desde el interior del castillo son más impactantes las vistas que la propia construcción.
Pero también hay puntos de interés como la capilla de Santa Margarita.
Lástima que la gran afluencia de público no permitiese delitarse demasiado con esta pequeña joya.
Hay sitio en el castillo hasta para un cementerio de los perros de los soldados.
El aspecto del castillo es más imponente y majestuoso desde abajo.
No suelo prestar demasiada atención a los lugares donde comemos durante los viajes, pero esta vez el local tenía su interés. Ghillie-Dhu es un bar-pub, restaurante-auditorio, situado en un antiguo edificio religioso.
Tras la comida, de nuevo a la Royal Mile, ahora para visitar los subterráneos correspondientes a los antiguos callejones, superpuestos unos a otros que configuraban la ciudad, hoy situados bajo el Ayuntamiento.
A la salida, nosotros nos dimos otra vuelta por la Royal Mile.
El edificio del Ayuntamiento es uno de los puntos de interés y lugar oportuno para descansar un rato en la plaza sombreada.
Más abajo se halla la casa de Jhon Knox, considerado el padre del presbiterianismo y de la Reforma protestante en Escocia.
Donde terminaba la ciudad un pub de nombre sugerente.
Descendimos luego hacia la parte baja de la ciudad desembocando en el Archivo Nacional
Desde allí seguimos descendiendo por Leith Street desde donde hay buenas vistas sobre Calton Hill.
Antes de regresar nos paramos en la catedral católica de Santa María.
Proseguimos el paseo por la ciudad nueva.
Pasamos por la iglesia de San Andrés y San Jorge. En ella las malas lenguas atribuyen sus formas redondeadas a no dejar rincones para esconderse a la hora de la colecta a los siempre ahorradores escoceses.
Los jardines bajo Princes Street estaban llenos aprovechando el domingo y el tiempo auténticamente veraniego y caluroso para lo que están acostumbrados en Escocia.
Retornamos al caluroso hotel atravesando animadas calles, en las que se ofrecía al paseante todo tipo de productos, incluidas paellas con aspecto de mortero para la construcción.
El lunes emprendimos la ruta hacia el norte, hacia las “highlands”, poco pobladas, con increibles paisajes y de duro clima.
La primera parada fue en el pueblecito de Pitlockry.
Los paisajes verdes se iban sucediendo hasta llegar a Fort Williams.
Rebaños de ovejas daban vida a los campos.
En Fort Williams nos detuvimos a comer.
Por la tarde, en dirección norte, los colores seguían ofreciendo todas las gamas del verde.
Sólo pequeños caseríos y alguna destilería de whisky rompían la monotonía.
Una breve parada en Fort Augusta nos permitió contemplar el paso de pequeñas naves por las esclusas del canal Caledonia antes de llegar al Lago Ness.
Como en cualquier lugar con afluencia turística, algún gaitero.
El castillo de Urquart es la antesala de la travesía naútica por el lago Ness. Es un castillo que no ha sufrido las reconstrucciones de muchos otros castillos escoceses y conserva todo su sabor.
Inevitable, como siempre, el gaitero con el “kilt”.
En el embarcadero del castillo tomamos la nave para recoorer el Lago Ness. La tarde era soleada. Quizás por eso Nessie no apareció: le deben ir mejor los días de abundante niebla, mayoritarios en la zona.
De todos modos, el lugar respira inquietud y misterio.
Descendidos del barco en el hotel Clansman.
Tras un rato dedicado a las compras de recuerdos del bichito del lago y reincorporados al autocar, continuamos hacia Inverness, presidida por su reconstruido castillo.
Era temprano, pero ya habían cerrado muchas tiendas y como en cualquier otra ciudad escocesa poca vida se veía por las calles.
La catedral también estaba cerrada.
Subimos al castillo desde donde se contemplan bellas vistas.
Pernoctar lo hicimos en Aviemore, estación invernal, muy frecuentada en época de esquí, pero cerca de ninguna parte en verano.
Nos alojamos en un hotel ya con años, sin embargo las vistas desde las habitaciones eran magníficas.
Compañeros habituales en los jardines del hotel y alrededores son los conejos.
El siguiente día a madrugar y hacia las Tierras Altas por las nada anchas ni fáciles carreteras escocesas.
La primera parada fue para ver la cascada de Measach en un paraje exhuberante.
Los paisajes seguían verdes.
Otro alto en el camino en Little Loch Broom.
Más montes y bosques junto al mar del Norte.
Finalmente llegamos a Inverewe Garden, jardines con plantas de climas más cálidos que los propios de Escocia.
Comimos en una posada campestre en Gairloch, cerca de Inwerebe Garden.
Por la tarde regresamos a Aviemore, con breve parada en Loch Maree.
Y otra más larga en el castillo de Cawdor, que es conocido como castillo de Macbeth, pese a ser de construcción muy posterior a los hechos narrados en la obra. De todos modos, en la tranquilidad de sus jardines se puede reflexionar y recordar al protagonista: la vida no es más que una sombra que pasa, deteriorado histrión que se oscurece y se impacienta el tiempo que le toca estar en el tablado y de quien luego nada se sabe; es un cuento que dice un idiota, lleno de ruido y de furia, pero falto de toda lógica.
Para acabar de dar emoción al día nos perdimos por una camino estrechísimo, con paso muy justo para un solo vehículo. Cuando parecía que el camino ya no podía empeorar más apareció un puente aún más estrecho cuyo cruce no era apto para cardíacos. Como bien está lo que bien acaba, al fin llegamos a una carretera más amplia que acabó conduciéndonos a nuestro destino. La experiencia nos aportó parajes formidables y contemplación de faisanes y ardillas.
El miércoles de nuevo hacia las Tierras Altas. Bosques, lagos y niebla.
Antes de llegar a la isla de Skye opparada obligada en el fotografiadísimo y muy utilizado cinematográficamente (Los Inmortales, Braveheart, …) castillo de Eilean Donan.
Si en algún momento del viaje fue deseable la típica bruma de estos lares, fue aquí. El espectáculo del castillo y su ubicación es único.
Entramos en la isla de Skye a través del puente construido en 1995 y proseguimos bordeando la isla y empapándonos de increibles paisajes.
Alcanzamos finalmente los acantilados de Kilt Rock. El viento era fuerte lo que en vez de ser un inconveniente es algo positivo. El viernto al pasar por entre los barrotes de la barandilla protectora nos obsequia con una pieza musical maravillosa. ¡Sorprendente e insólito!
Regresando hacia el sur paramos a comer en la pintoresca población de Portree, que ya habíamos atravesado por la mañana.
Después en dirección a Armadale, siempre entre verdor y agua abundantes.
En Armadale a embarcar el autocar (y nosotros) en el ferry hasta Mallaig.
En Mallaig continuamos por carretera para contemplar el viaducto que atraviesa el tren a vapor de Mallaig a Fort Williams, famoso por aparecer en las películas de Harry Potter.
Cerca de donde paramos está el monumento al príncipe Carlos Eduardo Estuardo, el último de los Estuardo que intentó tomar la corona apoyado por numerosos escoceses de las Tierras Altas.
En Fort Williams nos alojamos en un hotel, que bien podía ser escenario para una terrorífica novela gótica, por su aspecto y sobre todo por sus fantasmagóricos ruidos nocturnos. No habría viaje a Escocia completo sin un alojamiento de esa índole.
El jueves tocaba la isla de Mull. en Oban embarcábamos de buena mañana hacia la isla.
Desde tierra o desde el agua, paisaje y paisaje.
De la isla de Mull recorrimos la carretera que la bordea por el norte. Particularmente tenía un interés especial por visitar el sur con la isla de Iona y su monasterio de San Columbano, así como la isla de Staffa. ¡Otra vez será! ¡Habrá que volver!
La llegada a Tobermory tuvo también su emoción. El autocar recorrió toda la estrechita calle que bordea el mar hasta el final: el agua. Aunque parezca increible, ahí consiguió dar la vuelta.
Tobermory es un pequeño pueblo turístico de barquitos y casitas de colores.
Se celebraban en Tobermory los Juegos de las Tierras altas, competiciones muy populares que se desarrollan en toda la zona durante el verano. Es normal esos días ver a competidores o también a espectadores vistiendo el tradicional “kilt”.
Por la tarde una de las visitas obligatorias en Escocia: una destilería de whisky.
En la destilería, pequeña y familiar, la cata fue poco escocesa, más bien generosa y probamos sus productos. Lo cierto es que no noté ningúna sensación maravillosa, pero como poco o nada entendido en la materia, mi opinión es completamente intrascendente.
Un último paseo por Tobermory y otra vez hacia el ferry.
Con aceptable tiempo valía la pena ir en cubierta.
Algún castillo misterioso asomaba entre la niebla.
Otros preferían recuperar fuerzas en lugares más cómodos. Por ejemplo, nuetro guía.
En Oban aún tuvimos tiempo para callejear por la población y el puerto.
Tras cenar, contemplamos una bella y lenta (como suele ser en esas latitudes) puesta de sol.
El día siguiente regreso ya hacia tierras más pobladas. Día espléndido y muchos lagos y colinas a lo largo del trayecto.
En una de las paradas pudimos contemplar con detenimiento a un toro peludo, llamado Hamish. Habíamos visto algún rebaño desde el autocar, pero no nos habíamos acercado a ninguno de ellos. Este ejemplar está habituadísimo a los turistas, que lo fotografían, lo acarician y le dan de comer. ¡Las fresas le encantan!
La visita importante fue el castillo de Stirling.
Junto al castillo se extiende un cementerio típicamente escocés en el cual destacan muchas cruces célticas.
También desde el castillo se divisa el monumento a William Wallace, héroe popular escocés cuya vida narra la película Braveheart, que en este lugar obtuvo una notable victoria sobre los ingleses.
Del castillo descendimos a la ciudad donde tuvimos algo de tiempo para dar un paseo por el centro.
En Stirling comimos en el hotel Golden Lion, construido nada menos que en 1786.
La última noche en Escocia la pasamos en Glasgow, donde llegamos pronto y tuvimos tiempo de recorrer las principales calles comerciales del centro antes de iniciar la visita guiada.
Unas galerías dedicadas exclusivamente a las joyas y diamantes (Argyll Arcade) son uno de los lugares más conocidos y exclusivos de la zona comercial.
En George Square, la plaza mayor de Gllasgow, se halla el Ayuntamiento, cuya planta baja puede recorrerse libremente y desde donde puede contemplarse su monumental escalera.
Desde el Ayuntamiento cogimos el autocar para realizar una visita panorámica de la ciudad.
Paramos para ver la catedral presbiteriana. Yendo hacia ella pasamos por la que es considerada la casa más antigua de Glasgow, de la segunda mitad del siglo XV.
La catedral presbiteriana es la única de Escocia que se salvó de la destrucción durante las revueltas de la reforma del siglo XVI. El edificio y su cripta del siglo XIII son muy interesantes. ¡Lástima de la brevedad de la visita!
El cementerio sobre la colina cercana también hubiese merecido acercarnos a él, pero las prisas sólo nos permitieron contemplarlo de lejos.
Con el autocar recorrimos las principales avenidas de la ciudad hasta detenernos, aquí ya con más tiempo, en la Universidad, impresionante ejemplo de arquitectura victoriana.
Después de cenar, como la universidad y el parque Kelvingrove estaban muy cercanos al hotel, nos dimos un paseo por la zona.
Llegó el último día. Como aún teníamos tiempo antes de partir hacia el aeropuerto de Edimburgo quisimos acercarnos al museo Kelvingrove. No abrían hasta las diez, casi la hora de irnos. Por consiguiente, otra visita pendiente, Ocupamos el tiempo dando una vuelta por los alrededores.
¡En marcha!. Y sin incidencias al aeropuerto.
Un poquito tarde salíamos de Edimburgo, pero sin más novedades aterrizamos en Barcelona donde ya nos esperaba el autocar para llevarnos a casa.
Todo lo bueno se acaba, pero también se agradece el regreso. Así podremos preparar otra salida.
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