El miércoles, 13 de noviembre, llegamos ya de noche al aeropuerto de Siem Reap.

Lo avanzado de la hora ya no nos permitió más que ir al hotel, a cenar y a dormir.

Por la mañana, sin perder tiempo, hacia Angkor, que para eso habíamos venido. Trámites rápidos para hacernos la tarjeta de entrada al complejo.
Los templos de Angkor constituyen un extenso parque arqueológico donde se pueden visitar centenares de monumentos, todos ellos obra de los jemeres (khmers), cuyo imperio dominó buena parte del sudeste asiático entre los siglos IX y XIII. Básicamente son una manifestación de las creencias hinduístas mezcladas con cultos autóctonos a los espíritus y antepasados. Aquí está representado el mítico monte Meru (el Olimpo hindú).
Hoy sólo nos quedan los templos ya que, reservados a los dioses, eran de piedra. De las construcciones en madera, bambú y otros materiales perecederos poco ha quedado. Así y todo la naturaleza está intentando recobrar lo que es suyo lo que constituye un grave problema para la subsistencia de este patrimonio.
Nuestra primera visita fue a Angkor Thom, la ciudad fortificada, rodeada por una muralla de doce kilómetros y un foso de cien metros de ancho. Se calcula que tuvo un millón de habitantes. Fue obra fundamentalemente de Jayavarman VII, que tras expulsar a los cham que habían asaltado y saqueado Angkor decidió no ser nunca más presa fácil de un ataque.
A la llegada vimos los elefantes con los que se puede recorrer los templos. Me quedé con las ganas, o sea que habrá que intentar volver con más tiempo.
Entramos por la puerta sur, tras atravesar el puente que permite cruzar el foso bordeado por estatuas de dioses protectores en el lado izquierdo y de demonios en el derecho, que sostiene serpientes gigantescas.

La puerta muestra en su parte superior un rostro dirigido a cada punto cardinal, que bodhissattva (término budista aplicado a alguien en el camino de la total iluminación) Avalokitesvara (el bodhissatva de la compasión) con el cual se identificaba Jayavarman VII. Este rey fue sustituyendo el hinduismo por el budismo como religión del estado.

En la parte posterior se conservan bien los elefantes tricéfalos.

El templo más importante y nuestra primera visita en el interior de Angkor Thom fue el Bayón. Templo con muchas torres, teniendo cada una de ellas un enigmático rostro en cada dirección del Avalokitesvara (o quizás del propio Jayavarman VII).
Los bajorrelieves que decoran los muros contienen miles de figuras. La mayoría de las escenas hacen referencia a la guerra contra los cham.
También hay escenas con personajes circenses o bailarinas.
El templo tiene tres niveles. Mientras se va subiendo se van contemplando los rostros en diferentes juegos de luces y sombras.
Entre los templos la vida cotidiana sigue estando presente.
Tras pasar el Baphuon -aún sin acabar de restaurar pues los jemeres rojos destruyeron los registros con la numeración de muchos millares de piedras- llegamos a la terraza de los Elefantes, llamada así por el papel de estos grandes mamíferos en su decoración a lo largo de más de trescientos metros. Servía de plataforma para contemplar desfiles y otras ceremonias.
Los elefantes tricéfalos vuelven a aparecer aquí.
Frente a la terraza de los Elefantes se halla un conjunto de torreones conocido como Prasat Suor Prat, que significa «templo de los bailarines en la cuerda floja», pues al parecer bailarines acróbatas actuaban ante el rey sobre cuerdas tendidas entre las torres. Ésta es sólo una de las posibles utilizaciones según los historiadores, otros las ven simplemente como ornamentales y otros creen que servían para hacer justicia y dirimir disputas: se encerraba a cada litigante en una torre hasta que uno de ellos moría o se ponía enfermo, por consiguiente los dioses habían decidido.

Más allá de la Terraza de los Elefantes se encuentra la Terraza del Rey Leproso. Recibe este nombre por la estatua asexuada de un personaje con amputaciones en sus extremidades y, que según la leyenda, representaría a uno de los reyes que fueron víctimas de la lepra. La teoría más verosímil es que represente a Yama , dios de la muerte, y la terraza habría sido utilizada para las cremaciones reales. La estatua original se halla en el Museo de Phnom Penh.
El muro que sostiene la terraza contiene una gran cantidad de representaciones de ninfas, reyes y serpientes.
Un pasadizo da acceso a unos muros interiores con representaciones similares, que quedan escondidos en el interior. Las interpretaciones del porqué existen dos terrazas, una en el interior de la otra, son más o menos imaginativas, desde quienes piensan que la segunda terraza fue realizada ante el derrumbe de la primera a quienes sostienen que en el interior se quiso representar el mundo demoníaco y oculto.
Abandonamos Angkor Thom para dirigirnos al templo más cinematográfico de todos: Ta Prohm. En él se ha procurado detener la jungla sólo lo necesario para salvaguardar los templos, que aquí forman una simbiosis de lo más sugerente y fantástico con las raíces de los árboles. Lo mandó construir Jayavarman VII para dedicárselo a su madre. Fue templo budista, si bien muchas de las estatuas de Buda fueron dañadas en la reacción hinduista posterior a dicho rey. De su grandeza da prueba el hecho de que eran necesarias ochenta mil personas para su servicio.
En el «gopura » (acceso monumental al recinto) ya pudimos ver el entramado de cables que lo sostiene.
En la avenida de acceso, como ocurre en muchos de los templos, un grupo de músicos interpretaba música tradicional y vendía sus CD.
Las imágenes bellísimas y poéticas de esta maravilla hablan por sí solas.
De Ta Promh a comer y luego para hacer la digestión, tanto de la comida como de la impresionante experiencia matutina, nada mejor que la visita al mayor templo construido nunca por la humanidad: Angkor Vat. Es también el mejor conservado de los templos de Angkor pues a diferencia de la mayoría no fue abandonado, sino que se convirtió en monasterio budista, que aún estaba activo cuando los franceses redescubrieron los templos.
Fue dedicado por Suryavarman II a Visnú, segunda manifestación de la trimurti hindú.
Desde lejos ya es impresionante.
La sensación aumenta conforme te vas acercando.
Es la representación terrestre del monte Meru, simbolizado en la torre central. Las otras torres son los montes menores que lo rodean.
Las nagas (serpientes de muchas cabezas) aparecen por doquier a lo largo del camino de acceso
Tras recorrer el paso elevado de arenisca que cruza el foso, nos dirigimos a la puerta principal.
Los relieves con bailarinas y otras escenas decoran el acceso.
Una estatua de Visnú, que sustituye a la que primitivamente hubo, recibe ofrendas
Una larga avenida con barandillas repletas de nagas conduce hacia el templo central.
A ambos lados quedan unos bellos edificios conocidos como las bibliotecas, aunque no se sepa exactamente cuál era su función.

Llegando al estanque se capta ya la belleza del conjunto.
Sobre todo el reflejo en el estanque entre los lotos, si el día está en calma, ofrece una imagen única.
Lo peor de la visita es el gentío que se llega a acumular. Además de los turistas, vienen muchos camboyanos ya que Angkor Vat es una referencia para todos los jemeres. Su imagen ocupa el centro de la bandera camboyana.
Finalmente, el núcleo central.
Diversas galerías entrelazadas entre sí están decoradas con bajorrelieves en que miles de figuras reproducen pasajes del Ramayana y el Mahabharata, batallas entre dioses y demonios, desfiles y otras escenas mitológicas.
Algunos relieves conservan restos de policromía pues los monjes budistas en el siglo XVI y XVII pintaron muchas de las figuras.
Desde el patio se contemplan bien las torres.
De relieves sigue habiendo.
Algunos son casi filigranas.
A veces aparecen entre los muros del templo algunos visitantes que no han pagado entrada.
Valió la pena subir las empinadas escaleras para contemplar el templo y el entorno desde arriba.
Un último vistazo a los lotos en el estanque antes de irnos.
Echar la vista atrás es casi un impulso natural mientras te alejas.
Fue un día intenso y caluroso en extremo. Bien ganado teníamos el descanso.
El día siguiente amaneció más fresco. Había llovido y el cielo nuboso hacía prever algún chubasco. Afortunadamente no fue así y pudimos seguir visitando templos con bastante menos calor.
Empezamos en Preah Khan (Lugar de la Espada Sagrada).
En el acceso eran visibles los charcos
Este templo fue mandado construir por Jayavarman VII. Es por consiguiente un templo budista, pero no faltan en él santuarios de divinidades hinduistas o locales y a ancestros reales. Fue también lugar dedicado a la enseñanza.
Como en la entrada a Angkor Thom y en otros lugares, dioses y demonios tirando de serpientes bordean las avenidas de entrada.
Mucha gente había en el acceso y, como suele ocurrir, allí donde hay turistas también muchos niños.
La jungla está devorando partes del templo y han caído muchos muros y bóvedas, aunque ha sido restaurado en buena parte.
Entre musgos y líquenes resaltan los ricos relieves de muchas paredes.
Una pequeña estupa añadida recibe aún ofrendas.
Lleva rato atarvesar todos los pasadizos del templo. A vece no sabes si ya has pasado por ahí.
El culto al «linga» (símbolo fálico de la fertilidad) es fundamental en todo Angkor, como ocurre en muchos templos hinduistas.
Sobre los muros aparecen con frecuencia leones guardianes.
Elemento muy peculiar es el llamado pabellón de columnas cilíndricas.
Es frecuente ver entre las ruinas de los templos pintores y dibujantes aficionados que realizan y venden allí sus obras inspiradas todas ellas en Angkor.
No es Ta Prohm, pero alguna fusión extraña entre piedras y raíces también se produce.
El templo, como centro educativo que fue, tiene también sus bibliotecas.

Con una de las muchas imágenes esculpidas de un «garuda» dejamos Preah Kahn. Los «garuda» son seres mitad hombre, mitad águila, enemigos de las «nagas», pero que bajo el reinado de Jayabarman VII empezaron a aparecer como aliados de éstas.
Yendo de un templo a otro pudimos niños como éste para quienes transcurre la vida entre esas maravillas construidas por sus antepasados.
El pasadizo entre aguas que conduce a Neak Poan contaba también con la presencia de un grupo de música tradicional. Éste a cubierto de sol y lluvia.
Neak Poan es un pequeño templo situado dentro de un estanque, lo que queda de lo que al parecer fue un santuario-hospital formado por diversas instalaciones entre estanques de los que subsisten cinco. Al no ser posible acercarse al templo propiamente dicho, la visita tiene más interés por el entorno y el camino de acceso.
La vida cerca del templo continúa. Aquí tostando frutos secos.
El templo denominado Mebon Oriental fue construido por el rey Rajendravarman II en el centro de un gran embalse (actualmente seco) realizado por su antecesor Yasovarman I. Se trata de un templo hinduista dedicado a Shiva, que coronan cinco torres.
En las esquinas se sitúan figuras de elefantes bastante bien conservadas.
El templo consta de tres niveles y cuatro de las torres se distribuyen alrededor de la torre central.
El ladrillo es el material predominante y muestra muchos agujeros donde se insertaban placas de escayola con figuras.
También aquí el musgo y los líquenes cubren las construcciones.
Y los árboles también pueden crecer en el interior.
A al salida del templo pudimos contemplar ejemplos de los pequeños rebaños de búfalos y vacas que viven en la zona.
Acabamos la mañana en el Pre Rup. De la misma época que el Mebon Oriental parece una versión engrandecida de éste.
Subir a la plataforma más elevada requiere aquí algo más de esfuerzo por los altos escalones.
El ladrillo es también aquí el material más usado
Alguno de los edificios parece que tuvieron la función de crematorios
Tras Pre Rup a comer. Este día tuvimos una comida camboyana de calidad.
Y más templos. El primero de la tarde Banteay Srei. Este templo no fue construido por un rey sino por una pareja de brahmanes en el siglo X. Su actual nombre significa «Ciudadela de las Mujeres», el cual se le ha adjudicado debido a la abundancia de seductoras «apsaras» (ninfas celestiales) esculpidas en los muros del templo.
Cuando llegábamos un nutrido grupo de monjes abandonaba el templo.
Enseguida tropezamos con fragmentos esculpidos con primura.
Entre los bajorrelieves destacan algunos sillares con documentos escritos en sánscrito.
En cualquiera de los múltiples edificios, interior y exteriormente, puede pasar uno horas contemplando unas esculturas que para muchos son las mejores del mundo.
El santuario central aparece custodiado por figuras humanas y de monos. son copias ya que los originales se hallan en el museo de Phnom Penh.
Algún monstruo marino aparece entre las ninfas.
Contorsionistas y danzantes por doquier.
En varias esquinas hay representaciones de Narasimha, cuarta encarnación de Visnú.

No me cansaba de permanecer alrededor del núcleo central, pero había que irse.
Abandonamos Banteay Srei con la sensación de que allí podríamos haber pasado cuando menos el día entero.
Aún nos detuvimos en una pequeña vivienda en la que la familia que la habita se dedica a la elaboración de azúcar de palma.
Esta actividad la compaginan con la recogida de cocos.
La cría de pollos y gallinas.
Y el cultivo de anacardos, entre otras actividades recolectoras y agrarias.

El último templo fue Banteay Samré. Es de la misma época que Angkor Vat. Está bastante aislado lo que ha permitido bastantes expolios.
En el «gopura» por el que accedimos son perfectamente visibles las columnatas de las ventanas. Siete columnas en cada caso, número impar como lo es también en todo Angkor el número de torres de los templos. El número impar al parecer el hinduismo lo asocia a la perfección, lo que por otro lado es bien poco matemático, dado que aún no se conocen números perfectos impares. Pero eso es otro tema …
El aislamiento del templo y lo tardío de la hora, a punto de anochecer, nos permitieron disfrutarlo sin multitudes. Estábamos únicamente nosotros y al dispersarnos se podía disfrutar de la soledad ante esa maravilla.
En una de las avenidas de acceso, custodiado por grandes leones de piedra, sólo se acercaban al templo las vacas.
Los muros exteriores estuvieron rodeados por un amplio foso lleno de agua. Hoy en día el foso está completamente seco.
De regreso al hotel cruzamos casas y pequeñas aldeas, algunas sin ni siquiera luz eléctrica.
El último día en Siem Reap empleamos la mañana en ir a la ciudad. El traslado en tuk tuk.
Es una ciudad nacida para el turismo que viene a ver los templos, lo que quiere decir que no tiene mucho más que ofrecer. El río del mismo nombre la atraviesa.
El mercado como todos los del sudeste asiático es una explosión de sensaciones.
Se va a comprar, pero también a comer.
Las comidas preparadas nos dan una pequeña idea de la variedad gastronómica del país.
El marisco envidiable y barato.
Las verduras pueden venderse junto a las zapatillas.
En pleno centro de la ciudad se puede practicar la pesca, afición muy extendida.
Realizamos una visita a la pagoda Wat Preah Inkosei. Moderna, pero edificada sobre un antiguo templo angkoriano.
Y llegó la hora de irse. Yendo hacia el aeropuerto pudimos despedirnos de Angkor Vat.
También del globo, que sin dejar de estar atado al suelo, sobrevuela los templos. Por desgracia, estaba averiado y no pudimos tener la experiencia, que tanto nos habían recomendado.
Finalmente el aeropuerto y la reflexión de que Angkor merece una visita mucho más larga.
El regreso, muy largo. Primero hacia atrás, a Da Nang. Breve parada. Luego, en Singapur, espera larga y cambio de avión en ese inmenso aeropuerto.
La decoración navideña (torre de Pisa, incluida) no casaba mucho con la ropa veraniega que aún llevábamos.
Tras bastantes horas de vuelo, escala técnica en Milán. ¡Tres horillas más que llevamos poco! Por fin Barcelona, autocar a Barbastro, coche a Graus y final del trayecto.
Precioso como lo redactas todo, sencillas explicaciones, muy bien
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