Con la llegada de marzo acostumbra a venir el buen tiempo y con él ya apetecen los viajes. Hacía muchos años que no habíamos estado en Grecia y ese fue nuestro destino.
Llegamos al aeropuerto en el horario previsto y el avión partió puntual. El espacio que tienes para moverte en Vueling no es que sea mucho, pero en un vuelo que no llega a tres horas se aguanta bien.
Llegamos pronto a Atenas, lo que después de dejar el equipaje, al tener el hotel muy céntrico aún nos permitió callejear toda la tarde. Empezamos por la Avenida Venizelos en dirección a la plaza Sintagma. La Biblioteca Nacional fue el primero que nos encontramos de los grandes edificios neoclásicos que bordean la calle.
A continuación aparece la Universidad con su pórtico pintado.
Y finalmente la Academia de las Ciencias.
Durante el paseo comprobamos que las castañas en Atenas no son sólo un descubrimiento otoñal
En la plaza Sintagma está el Parlamento y los grupitos de turistas que esperan contemplar el cambio de guardia.
Nosotros preferimos adentrarnos por las callejuelas de Plaka y Monastiraki. La primera parada fue en la plaza de la catedral, que preside la estatua del arzobispo Damaskinos.
La catedral está en obras y rodeada de andamios, pero al lado está la encantadora iglesia bizantina del siglo XII, conocida como Pequeña Metrópoli.
Con todo el exterior decorado con relieves, la mayoría de los cuales son de siglos anteriores.
Por suerte estaba abierta y pudimos acceder sin problemas al interior.
Muy cerca está otra iglesia bizantina, Kapnikarea, aproximadamente de la misma época que la anterior.
Ya anochecía y las luces de las calles se iban encendiendo.
El bullicio en las vías comerciales más tradicionales del barrio era el habitual.
Las primeras vistas del Ágora y de la Acrópolis arriba ya nos anticipaban el día siguiente.
Tras un pequeño alto en el camino, llegamos al hotel cenamos y subimos a la terraza desde donde las vistas sobre Atenas son increíbles. La Acrópolis iluminada merece un buen rato en esa terraza.
El día siguiente iniciamos ya el circuito por el Peloponeso, Delfos y Meteora. O sea que, tras el desayuno, autocar y en marcha.
La primera parada en Corinto, a ver el canal. Unas fotos y a seguir.
¡Una lástima! pues recuerdo con agrado las ruinas de Corinto y especialmente las de Acrocorinto.
Pronto llegamos a Epidauro. Su conocidísimo teatro data del siglo IV a. C. y es de los mejor conservados de la antigüedad. Acogía los festejos que se celebraban cada cuatro años en honor de Asclepios, a quien estaba dedicado el vecino santuario.
La acústica de este teatro es prodigiosa y en la actualidad sigue siendo utilizado, agotándose normalmente las entradas en todas las representaciones que en él se realizan.
De Epidauro seguimos hacia Micenas, cuyos restos preside su Acrópolis.
Se accede al recinto fortificado por la conocida Puerta de los Leones, del siglo XIII a. C., que me sigue produciendo la misma emoción que la primera vez que la vi, pues la tengo idealizada desde uno de mis libros escolares.
Tras pasar la puerta aparece el Círculo A de tumbas.
La zona más elevada, donde estaba el palacio (el mégaron), ofrece excelentes vistas del entorno.
A los pies de la Acrópolis se halla el pequeño pero interesante museo.
Se exhiben muchos de los ídolos femeninos conocidos como figuras Phi (con los brazos cruzados) o Psi (con los brazos alzados). Se denomina así a estas figuras por su parecido con las letras griegas de ese nombre.
En la cerámica es patente la influencia cretense.
En las colecciones de ex-votos aparecen humanos, animales y seres mitológicos
En esculturas de notable tamaño destaca la fidelidad al modelo. En el caso de este león se nota como el escultor conocía muy bien las características del animal.
A escasa distancia de la Acrópolis y el museo se halla el Tesoro de Atreo. Impresionante construcción con fines sepulcrales, contemporánea de la puerta de los Leones.
El enorme dintel interior y la cúpula son obras cuyo peso y volumen sorprenden aún hoy en día.
En el interior, a un lado, hay una pequeña cámara, que algunos han supuesto fuese la tumba real propiamente dicha.
Emprendimos luego la ruta hacia Olimpia, parando pronto a comer con espectáculo de danzas incluido.
En Olimpia, hotel y descanso. No es un lugar demasiado animado que digamos y además los hoteles suelen sólo albergar por una noche a los visitantes de las ruinas.
Amaneció el día bien tras una noche lluviosa.
La primera visita fue al museo, amplio, luminoso y bien acondicionado.
En la sala central destacan los restos de los frontones del templo de Zeus. En el frontón occidental figura la Centauromaquia, la feroz batalla entre lapitas y centauros, que acabó con la derrota de estos últimos.
El frontón oriental representaba la mítica carrera de carruajes entre Pélope y Enomao, una de las muchas historias griegas plagada de celos, incestos, traiciones y luchas con los dioses siempre de por medio
Se exponen en el museo gran cantidad de figuritas de broce, mayoritariamente caballos y toros, ofrendadas a Zeus.
También muchas cabezas de grifos.
Y esta curiosa placa de bronce con un grifo amamantando a su cría.
La cerámica también está abundantemente representada como en esta colección de lekitos con figuras negras.
Curioso es el casco de Milcíades, de hacia 490 a. C., que el propio general ofreció a Zeus.
Entre las obras de terracota sobresale el Zeus raptando a Ganímedes.
En mármol destaca del período clásico la Niké de Panomio.
Y ya del siglo IV el conocido Hermes de Praxíteles.
Hay una gran sala con esculturas de época romana centrada por el toro dedicado a Zeus donado por Regila, esposa de Herodes Ático.
También romanas, de los primeros siglos de nuestra era, son estas figuritas de terracota.
A escasa distancia del museo está la entrada a las ruinas de la antigua Olimpia, sede de los Juegos Panhelénicos, que se realizaban cada cuatro años en honor a Zeus. Se considera su inicio en 776 a. C., fecha en que empezó a hacerse la lista de los ganadores.
A corta distancia de la entrada nos encontramos con el gimnasio y a continuación la palestra, ambos de época helenística y con muchos restos de columnas de estilo dórico. La primavera a punto de llegar embellece más las ruinas. Desgraciadamente faltaban unos días para que floreciesen los árboles de Judea, que convierten Olimpia en un espectáculo único, como recuerdo de mi anterior visita.
Al este de la palestra se encuentra el Filipeion, monumento circular jónico mandado construir por Filipo II de Macedonia tras vencer en la batalla de Queronea (338 a. C.)
En el centro de la zona se extienden las impresionantes ruinas del templo de Zeus del siglo V a. C., que estuvo presidido por la estatua criselefantina del dios, la máxima obra de Fidias, desgraciadamente desaparecida.
Cerca se encuentra el templo de Hera, cuyas tres columnas en pie nos indican desde lejos su situación. En la cella se halló el Hermes de Praxíteles, conservado en el museo.
Siguiendo hacia el este un pórtico abovedado nos conduce al estadio.
En el cual se rememoran antiguas hazañas atléticas.
Partimos de Olimpia para dejar el Peloponeso y cruzar a la Grecia continental. Lo hicimos en ferry.
Así pudimos admirar durante el trayecto el grandioso puente de 2004 que conecta ambas orillas del estrecho de Corinto.
La parada para comer a mediodía la hicimos en uno de los restaurantes que dan a pequeñas y recónditas playas.
Llegamos a Delfos con tiempo aún para ver caer la tarde.
Conforme disminuía la luz el paisaje de Delfos aumentaba su impresionante magia.
Esa magia la percibimos plenamente el día siguiente en que amanecimos con un día nublado y lluvioso. La lluvia no nos molestó demasiado y la verdad es que Delfos entre brumas es más Delfos. Sólo en un lugar así podía habitar el oráculo.
Iniciamos la visita por el museo a ver si entre tanto paraban las cuatro gotas que caían. Y así fue.
En el museo muchos idolillos, con mayoría de figuras psi.
Cabezas de grifos procedentes de un caldero votivo.
Los dos gigantescos kuroi, conocidos como Cleobis y Bitón, de principios del VI a. C. en el centro de una sala resultan impresionantes.
Este antecedente de las pilas bautismales se denomina “perirrhanterion”.
La esfinge alada de Naxos es de alrededor de 560 a. C.
Del tesoro de los Sifnios se conservan bastantes fragmentos del friso. En la foto el león mordiendo un guerrero que siempre me ha llamado la atención.
Se conservan varias cabezas criselefantinas de Apolo y Artemisa y joyas de oro.
El capitel que sostiene las conocidas como las Tres Danzarinas es ya de época helenística.
El Ónfalos (ombligo del mundo), dejado por Zeus, estaba situado en el adyton del oráculo.
De época romana se conservan diversas esculturas como ésta en mármol de Antinoo, a quien el gran enamorado de Grecia que fue el emperador Adriano quiso inmortalizar.
La obra cumbre del museo es el Auriga de Delfos de principios de la época clásica, de estilo severo.
El culto a Apolo en Delfos al parecer empezó hacia el siglo VII a. C, y se convirtió en santuario y oráculo de todos los griegos. Apolo Pitio (el que había matado a la serpiente Pitón) se manifestaba a través de una sacerdotisa (la Pitonisa) elegida entre las vírgenes dedicadas al santuario. Ella era quien daba las respuestas (interpretadas por los sacerdotes, ¡faltaría más!) a quienes consultaban el oráculo.
El amplio y amurallado recinto del santuario se inicia empezando a subir por la Vía Sacra, que va pasando entre los restos de los tesoros (pequeñas edificaciones para guardar las ofrendas) que las diversas ciudades ofrecían.
El único tesoro que se mantiene completamente en pie es de los Atenienses, construido con el botín ganado en Maratón.
Poco a poco la Vía Sacra va ascendiendo, entre multitud de muros, pedestales, … hacia el templo de Apolo.
El templo actual es el que se construyó sobre otros anteriores en el siglo IV a. C. Desde allí el paisaje es extraordinario.
Más arriba, en la falda de la colina, está el teatro, con capacidad para más de cinco mil espectadores.
Aún más alto está el estadio al que se llega por un empinado sendero, que estaba esta vez cerrado al público.
Antes de descender pudimos ver como ráfagas de niebla se movían por entre las ruinas aumentado la impresión misteriosa del lugar.
Ya fuera del santuario, junto a la carretera, está la Fuente Castalia, que suministraba el agua que siempre acompañaba al oráculo.
Dejamos Delfos y por las laderas del monte Parnaso aún vimos caer algún copo de nieve.
La comida ese día fue de estilo tradicional.
Por la tarde nos dirigimos a Kalambaka, haciendo un alto en el camino cerca de las Termópilas donde se levanta el monumento a Leónidas, mucho más popular desde la película “300”.
En Kalambaka nos alojamos lejos de la población y en un hotel donde no había visitas sobre Meteora, pero como ya caía la noche, dejamos para mañana la visión de esos monasterios tan insólitamente colocados.
Por la mañana al acercarnos a Kalambaka ya vimos las grandes rocas, que desde la Edad Media han albergado a tantos eremitas y sobre las cuales se han construido tantos monasterios en posiciones inverosímiles.
Las caprichosas formas de las rocas ya dan un encanto especial al lugar.
Y ése encanto aumenta al ver en que lugares la imaginación inspiró a los monjes y monjas ubicar sus monasterios.
Nuestra primera visita fue al pequeño monasterio de Roussanov, accesible por una escalera que trepa entre el bosque y un pequeño puente colgado sobre el vacío.
Aún puede verse la antigua escalera de cuerda colgada, que hasta no hace mucho era el único acceso
Desde la terraza del monasterio, así como desde la escalera de acceso se van divisando otros de los monasterios.
Y Kalambaka al fondo.
Proseguimos con el monasterio de San Nicolás, el de más fácil acceso al tráfico rodado.
El puente sobre el precipicio que hay que cruzar para entrar al recinto convierte San Esteban en una especie de fortaleza fácilmente defendible, dada la inaccesibilidad del lugar exceptuando el paso por el puente.
Con la sensación de que Meteora merece una visita bastante más larga y de que hay que volver para ir a los monasterios principales, emprendimos el largo camino de regreso a Atenas.
Aún llegamos de día para disfrutar de un paseo por las zonas animadas,mientras iba anocheciendo.
El primero de los días que nos quedaban en Atenas lo iniciamos inevitablemente en la Acrópolis.
Mientras subíamos hacia la entrada aún había poca gente. Quienes sí ya estaban eran los pacíficos y gordos perros callejeros atenienses. Peculiaridad de la ciudad son esos perros, propiedad de la polis, vacunados, en muchos casos esterilizados y alimentados por los ciudadanos.
El Odeón de Herodes Ático ocupa la falda sudoeste de la colina. Este recinto del siglo II sólo abre al público cuando se celebran en él espectáculos teatrales o musicales.
Al conjunto de la Acrópolis se accede por los Propileos, obra de 437-432 a. C., entrada monumental mandada construir por Pericles. Su parte exterior se halla en restauración, repleta de andamios. De ahí que haya elegido una foto desde el interior.
Al sur de los Propileos se halla el templo jónico de Atenea Niké, obra del siglo V a. C., pero que, destruido por los turcos en el siglo XVII, lo que vemos ahora es fruto de una reconstrucción del siglo XIX realizada con los materiales originales.
No sólo está en restauración los Propileos, toda la Acrópolis está en obras, empezando por la obra cumbre del arte griego: el Partenón. Este templo, hecho construir por Pericles, sustituyó uno anterior destruido por los persas en 480 a. C. Ictino y Calícrates fueron los arquitectos del proyecto y las obras fueron supervisadas por el propio Percicles, que contó con la colaboración de Fidias.
El Partenón fue usado como iglesia y luego como mezquita, lo que evitó su destrucción hasta que sufrió el bombardeo de las tropas venecianas en 1687.
Muchas de las partes decorativas que se salvaron de la destrucción fueron llevadas a Francia y, mayoritariamente, a Inglaterra. Del resto se pueden observar los originales en el moderno Museo de la Acrópolis.
Desde el acceso a la Acrópolis por los Propileos, situados al oeste de la colina, el aspecto de esa magnífica construcción dórica en mármol pentélico no reluce demasiado entre grúas y andamios.
Las demás perspectivas ya resultan mejores, tras la realización de las reformas.
El otro gran templo de la Acróplis, situado al norte del Partenón, es el Erecteion, templo jónico, obra de Filocles, de época algo posterior al Partenón, de peculiar configuración para adaptarse al terreno.
La tribuna de las Cariátides es lo más conocido del Erecteion. Las estatuas que se pueden ver “in situ” son copias fieles de las originales, conservadas cinco de ellas en el Museo de la Acrópolis y una en el Museo Británico.
No se puede descender de la Acrópolis sin dedicar el tiempo necesario a disfrutar de las excelentes vistas de la ciudad de Atenas.
En la ladera sur de la Acrópolis los restos arqueológicos son también muy notorios y se conserva buena parte del amurallamiento.
Al este del Odeón de Herodes Ático se halla el teatro de Dioniso.
Tras dejar el recinto, al oeste de la Acrópolis, se encuentra el Aerópago, pequeña colina en la que, según la tradición, predicó por primera vez San Pablo. También se cree que aquí se hallaba la tumba de Edipo. Lo indudable es que el lugar tiene unas vistas sobre la Acrópolis y sobre la ciudad que no deben perderse.
El descenso de la Acrópolis se realiza por entre restos arqueológicos por doquier.
Al llegar abajo, la primera parada fue en la denominada Ágora romana, a la que una avenida de columnas unía con el Ágora griega en la antigüedad.
Se acede a ella a través del Propileo oeste, construido al inicio de nuestra era.
El Ágora muestra la tradicional disposición de tiendas alrededor de una plaza rectangular porticada.
Al este del Ágora se levanta la denominada torre de los Vientos, curioso reloj hidráulico, de fines del siglo I a. C. Actualmente en restauración, sólo pueden verse las telas y mallas que envuelven este monumento.
Del Ágora romana a la griega, únicamente accesible por una de sus puertas, teniendo que hacer un largo recorrido para llegar a ella. Uno de los tipismos griegos.
El Ágora griega es un lugar arbolado y agradable, pero en el que no resulta fácil ir identificando a qué cosa corresponde cada resto.
La stoa (pórtico) de Atalo fue reconstruida en los años cincuenta del pasado siglo por la Escuela Arqueológica Americana de Atenas y actualmente alberga el Museo del Ágora.
Entre sus piezas más relevantes destaca la estatua de Apolo Patroos, de la segunda mitad del siglo XV, obra de Eufránor.
En el exterior hay otras estatuas y relieves de diversas épocas, como la siguiente estela votiva dedicada a Pan y a las Ninfas.
En el interior se exhiben mayoritariamente cerámicas.
Como este conjunto de juguetes.
O los ostracos dedicados a la expulsión de Temistocles.
Y múltiples vasijas como la siguiente píxide coronada por caballos, perteneciente al último período geométrico (mediados del siglo VIII a. C.)
En el ángulo sudeste del Ágora se levanta la iglesia bizantina dedicada a los Santos Apóstoles, del siglo XI.
Restos de templos, bases de estatuas, fuentes y sistemas de alcantarillado de diversas épocas se van superponiendo en el recinto.
Frente a lo que fue el gimnasio de época romana se levantan tres grandes estatuas del siglo II, dos con tritones y la otra con un gigante,.
Al noroeste, en una pequeña elevación está el Hefesteion, templo excelentemente conservado, del siglo V a. C. Se le conoce también con el nombre de Teseion ya que se creía que aquí había sido enterrado Teseo.
Desde aquí se contempla perfectamente toda el Ágora y al fondo la Acrópolis.
Si al salir del Ágora se continúa hacia el oeste se alcanza el Keramikos, lugar al que las grandes masas de turistas ya no suelen llegar.
Este era el barrio de los alfareros de Atenas (de ahí su nombre) y también se ubicó aquí el cementerio más importante de la ciudad.
Pasada la entrada, queda a la izquierda el pequeño, pero muy interesante, museo.
En él pueden verse muchos objetos cerámicos de épocas diversas.
Y esculturas que adornaban la puerta y vía principales de acceso a al ciudad, que también estaba aquí.
Así como estelas y objetos decorativos de las tumbas.
Algunos muy conocidos como el famoso toro de descomunales atributos.
Acabamos dándonos un paseo por entre los restos de tumbas.
Y la antigua Vía Sacra, paralela al curso del río Erídano.
Regresando hacia el centro, al ser domingo, nos encontramos con el muy popular mercado que tiene lugar los festivos en Monastiraki.
Parada a comer, ya entrada la tarde, a reponer fuerzas tras lo que había sido una dura mañana. Y tras la comida, cruzando las partes más pintorescas del barrio de Plaka, nos dirigimos al Museo de la Acrópolis.
El actual Museo de la Acrópolis, inaugurado en 2009, sustituye al antiguo situado en la misma Acrópolis. Compuesto de planta baja y tres pisos, recibe mucha luz natural a través de sus grandes cristaleras y expone en amplias salas sin interrupciones su rico contenido, aunque a mí no me dejaron demasiado satisfecho la distribución de algunas obras y el aprovechamiento del espacio. ¡Cosas de los diseños arquitectónicos!
En la planta baja se pueden ver las excavaciones inmersas en el museo y muchas obras halladas en las laderas de la Acrópolis.
En la primera planta se exponen alguna de las obras más conocidas, entre ellas el Moscóforo, de alrededor de 570 a. C., portador de un ternero y que se le tiene por precedente lejano de la figura del Buen Pastor.
O el demonio de tres cuerpos, procedente de un frontón, quizás el del primitivo templo de Atenea.
Muchas esculturas ofrecen réplicas coloreadas para poder hacerse una idea mejor de cómo eran originalmente.
Desgraciadamente, no dejan tomar fotografías en esta planta, en cambio no hay ningún problema en las plantas superiores desde donde incluso pueden fotografiarse con teleobjetivo muchas esculturas de ésta.
Al subir en un espacio aislado del resto y con una peculiar iluminación se muestran las cinco originales Cariátides del Erecteion. Falta, como es natural, la que está en Londres.
En la segunda planta, desde la terraza de la cafetería, hay muy buenas vistas de la Acrópolis.
Y de otras zonas de Atenas, como el monte Likabetos.
La última planta está dedicada en exclusiva al Partenón. Tiene las mismas dimensiones, que éste, que es perfectamente visible. Allí en el orden original se exhiben los frisos, metopas y frontones originales que quedan en Atenas. Si alguna vez regresan las piezas que están en el exilio, sobre todo en Londres, quedará una magnífica exposición.
Salimos ya de noche del Museo de la Acrópolis. Un breve paseo por Plaka hasta la Plaza Sintagma, una paradita a tomar algo en una de sus animadas terrazas, taxi y al hotel a cenar y dormir. ¡Merecido descanso!
Otro día en Atenas y como siempre a no parar. De buena mañana a la Puerta de Adriano. Construida el siglo II, señalaba el límite entre la ciudad griega y la ciudad romana.
Muy cerca está el acceso al recinto del templo de Zeus Olímpico. Conocido como Olimpeion, es el templo corintio mayor de la antigüedad. Original del siglo VI a. C. sufrió múltiples destrozos y reconstrucciones. Los restos actualmente visibles corresponden al templo solemnemente consagrado por Adriano en el año 129.
Constaba de ciento cuatro columnas de las que pocas subsisten.
Una de ellas aislada da idea de la magnitud.
En los alrededores del templo quedan restos de baños y otras construcciones de la Atenas romana.
De la Puerta de Adriano en dirección a Plaka, pronto nos tropezamos con Agia Ekaterini, iglesia bizantina del XI-XII, tras los restos de unas termas romanas.
Los íconos y pinturas de esta iglesia son de épocas más recientes.
Desde la plaza donde está la iglesia ya se ve el monumento a Lisícrates
Conocido también como Linterna de Lisícrates data de 334 a. C. y conmemora un premio teatral obtenido por el coro financiado por Lisícrates.
Después iniciamos el ascenso a la colina de Filopapos, también llamada de las Musas. pese a que el ascenso no es pesado y a que desde arriba se obtienen unas vistas increíbles de la Acrópolis, no es muy frecuentada por los turistas, lo que le da un valor añadido importante.
A poco de iniciar el ascenso hay unas edificaciones excavadas en la roca, que debieron tener también su parte exterior como puede observarse en los agujeros para empotrar vigas. Tradicionalmente se ha considerado que fue en este lugar donde estuvo preso Sócrates. Cierto o no, el lugar impresiona en soledad y rodeado de sombras y vegetación.
En la cima de la colina está el monumento a Filopapos, cónsul romano de principios del siglo II.
La Acrópolis se divisa perfectamente.
Conforme vas bajando cambian las perspectivas.
También vas hallando restos arqueológicos por doquier.
Y siguen las vistas.
Ya abajo de la colina nos llamó la atención un edificio que nos había pasado por alto en nuestra anterior visita. Se trata de la iglesia bizantina de San Demetrio Lumbardiaris, construida ya en época de dominio turco. Lugar curioso, repleto de leyendas y con restos empotrados en los muros de épocas muy diversas.
Desde San Demetrio fuimos paseando hacia el centro. Pasamos por Monastiraki. Nos detuvimos en la Biblioteca de Adriano.
Desde allí ya cogimos la calle Atenas para ir hacia el Museo Arqueológico Nacional, que afortunadamente abre los lunes por la tarde. Hicimos una parada en el Mercado Central, que desde luego me dio una mejor impresión pues las condiciones higiénicas de los productos son otras que hace veinticinco años.
Comimos en un restaurante popular sin ningún turista, lo que siempre es una buena experiencia, y seguimos a través de la plaza Kódzia.
Y la plaza Omonia
Hasta el Museo.
El contenido de este edificio merece ser visitado muchas veces. Enorme en cantidad y cualidad es imprescindible para un mínimo conocimiento de la antigüedad griega.
Frente a la entrada se encuentra la sala con las antigüedades micénicas.
La denominada Máscara de Agamenón es de las piezas más conocidas.
Las joyas y trabajos de orfebrería en oro son una de las maravillas de la colección. Más cuando se piensa que tienen tres mil quinientos años.
Muy conocido es este recipiente en forma de cabeza de toro.
O las copas halladas en Vafio, cerca de Esparta.
Y la copa con palomas en las asas que Schliemann llamó “de Néstor” porque coincide su forma con la descripción que da la Ilíada de la copa del rey de Pilos.
También hay ejemplos de los frescos que decoraban las salas de los palacios micénicos, muy influidos por la pintura minoica.
Pinturas muy ricas en detalles decoraban las vasijas.
La vasija de los guerreros es de las más conocidas.
Al estar algunas salas cerradas y no tener el museo un orden demasiado lógico para seguir por épocas, de lo micénico avanzamos un montón de siglos y fuimos a lo helenístico.
El caballo y jinete de Cabo Artemision es una de las obras más importantes del siglo II a. C.
En el museo se exhibe la copia en mármol más conocida del bronce original desaparecido del Diadumeno de Policleto
No podían faltar esculturas de sirenas como ésta del 330 a. C., procedente del Keramikos.
Y soberbias estelas funerarias del siglo IV a. C.
Dentro también del período clásico se halla el efebo de Maratón.
O el de Anticitera.
O el Zeus o Poseidón de cabo Artemision
De época arcaica encontramos el conocido kurós de Anavysos (mediados del VI a. C.)
La Niké de Delos.
La koré de Merenda, obra de Aristion de Paros.
Volviendo al período clásico tenemos esta escultura de Pan, copia del siglo I de un original del IV a. C.
La Atenea Varvakeion del siglo III es la mejor copia conservada de la Atenea Partenos criselefantina de Fidias de 438 aC., que presidía el Partenón, aunque en dimensiones mucho más reducidas.
Contenido destacado del museo son los frescos de Akrotiri (Santorini) con fieles representaciones de la fauna y flora del lugar y la conocida escena del pugilato.
Las colecciones cerámicas son inmensas. Hay piezas como la siguiente pintadas por Polignoto.
Sin darte cuenta has pasado muchas horas en el museo y las que se pueden pasar y eso que había bastantes salas cerradas.
Por la avenida Alexandras regresamos al hotel.
La última mañana en Grecia la aprovechamos visitando un museo en el que no habíamos estado, el Museo Bizantino.
Se trata de una exposición algo heterogénea de piezas de época paleocristiana, bizantina e incluso de influencia veneciana posterior, algunas ciertamente muy interesantes.
Este es un relieve representando a Orfeo con animales reales e imaginarios. Procede de la isla de Egina. Es del siglo IV, época en que los motivos cristianos seguían alternando con los paganos.
De época similar son estas lámparas con el asa en forma de cruz.
Del siglo V es este crismón, precedente de los que tanto se popularizaron entre nosotros en el románico.
De Naxos procede esta Natividad, también del siglo V, donde se aprecia el relevante papel de buey y asno (aunque aquí sean de difícil identificación) en el arte bizantino.
Hay una buena colección de íconos que comprende desde la división del imperio hasta la invasión turca, y aún más tarde.
Algunos proceden de zonas remotas y épocas tardías como el siguiente que es del siglo XVII y de origen copto.
Abundan los de santos populares en la iglesia oriental. Ícono de Santa Catalina.
Aparecen las diversas representaciones iconográficas bizantinas de la Virgen, como esta Glykophilousae (Virgen de la Ternura) del XII.
O esta Hodegetria (la que muestra el camino) del siglo XIII.
O esta variante de la anterior, procedente de Chipre.
La crucifixión también aparece en muchos íconos sobre todo en los de dos caras. En algunos casos son muy peculiares las características de las escuelas locales. Éste es de Rodas, del XV.
Hay buenas muestras también de pintura mural como esta absidiola procedente de Naxos.
O este iconostasio del siglo XVII.
O este fresco procedente del monasterio de Palalopanagia en que se representa la dormición de la Virgen, tema muy popular en el arte del cristianismo ortodoxo.
En el museo había una exposición temporal sobre los principios de El Greco en su isla natal y el entorno artístico del que recibió influencias.
Ni el orden de los objetos expuestos ni su selección ni la iluminación de la muestra me harían darle una buena nota a los organizadores de la exposición, pero en las salas finales algunas obras del XVI que influyeron directamente en El Greco tenían su interés.
Así como algún original del autor aunque no fuesen de la mejor de su producción, como esta “Dormición de la Virgen”.
Y con el Museo Bizantino se nos acabó Grecia (por ahora). A comer, al hotel a buscar los bártulos y al aeropuerto para regresar a casa.