Irán siempre nos había parecido un lugar lejano y quizás problemático, pero la atracción de la cultura persa, antigua y actual nos animó a emprender este viaje. Un grupo de dieciséis personas y nuestra guía, Myriam, el dos de octubre salíamos de Barbastro hacia Barcelona a coger el vuelo a Teherán con enlace en Estambul.
La mayoría éramos conocidos de salidas anteriores, lo que siempre despierta desde el inicio una cierta complicidad.
Vuelo sin incidentes, excepto una maleta completamente rota a la llegada. Con la noche ya avanzada al hotel directamente.
Descansamos bien. El hotel no estaba mal, aunque todavía algo lejano a los parámetros habituales.
Sin madrugones, iniciamos la visita de la ciudad.
Las primeras impresiones, una ciudad sin demasiado atractivo.
Un parque automovilístico más bien anticuado.
Y un vestuario femenino peculiar.
La primera visita al palacio de Golestán. Este palacio fue residencia oficial de la familia real desde la implantación de la dinastía Qajar a finales del siglo XVIII hasta la caída del último Shah Mohammad Reza Pahlevi en 1979.
Aquí empezamos a darnos cuenta del papel destacado de los espejos en la decoración iraní.
Además del núcleo central del palacio hay otras dependencias en la misma línea decorativa y adecuadamente restauradas.
Del palacio Golestán nos dirigimos al Museo Nacional Arqueológico
En su sección preislámica hay piezas extraordinarias. ¡Lástima que la iluminación y la presentación de las obras deje bastante que desear!
De la segunda mitad del tercer milenio a. C. data este recipiente en el cual una cabra se va acercando a su comida en diferentes movimientos. ¡Un auténtico anticipo de los dibujos animados!
Hay recipientes de diversos materiales como esta vasija de betún del segundfo milenio a. C. procedente de Susa.
Del famoso código de Hammurabi se exhibe una copia pues el original se halla en El Louvre.
Esta vaca con inscripciones cuneiformes procede del zigurat de Chohga Zanbil, uno de los dos únicos conservados hoy en día fuera de Mesopotamia.
De Susa procede este león de terracota con ojos de cristal, del segundo milenio a. C.
Una de las obras más excepcionales del museo es el relieve procedente de la escalera norte de la Apadana de Persépolis.
La estatua de Darío I el Grande, pese a faltarle la cabeza, es impresionante. Se encontró en Susa, pero el estilo la hace claramente de origen egipcio, lo que se confirma por el tipo de granito. Ello no es sorprendente ya que en la época de Darío I (522-486 a. C.) el imperio persa había incorporado Egipto a sus dominios. La gran extensión del que puede considerarse el primer gran imperio en el mundo queda ratificada en el poliglotismo de las inscripciones que aparecen al pie de la estatua. Están escritas con caracteres cuneiformes en persa antiguo, elamita y babilónico, y también en jeroglíficos egipcios.
De Persépolis procede este fragmento de columna representando un animal con rostro humano.
Otra obra destacada es este gran bronce de 200 a. C., que representa un noble parto.
La parte preislámica del museo finaliza con obras de época sasánida como esta vasija en plata dorada.
La mañana la acabamos paseando por Teherán para ir a comer. Lo cierto es que las calles de Teherán no tienen excesivo atractivo.
Aunque como en cualquier otro lugar surgen sorpresas fruto de la inacabable imaginación humana. La artesanía de estos baratos sombreros para protegerse de los rayos solares -al menos parcialmente- no tiene desperdicio.
Por la tarde empezamos con la visita a las Joyas del Tesoro Nacional en los sótanos del edificio del antiguo Banco Central. Controles y más controles (algunos con un cierto descontrol), esperas y entrar en un lugar no apto para claustrofóbicos donde las piedras y metales preciosos, el brillo y el lujo sin mesura se exhiben con mejor o peor gusto. Es considerada la mayor colección de joyas del mundo. Particularmente mi paso a lo largo de las vitrinas fue bastante rápido. Además no puedo mostrar fotografías porque no se puede ni entrar cámaras y el control, sobre móviles y otros artilugios es intenso.
De allí nos desplazamos hasta el Museo del Vidrio y la Cerámica situado en un palacete del siglo XIX
Se exhiben muchas piezas de notable antigüedad. Los recipientes en forma de animal destinados a contener líquidos (conocidos como rhyton) son abundantes como lo eran en el Museo Arqueológico, pero aquí se ven mejor.
Tal vez la pieza más relevante sea un recipiente para granos profusamente decorado del tercer milenio a. C.
Del siglo XIII a. C. es este plato de cerámica vidriada.
Y de la misma época la siguiente vasija.
Nos dirigimos hacia el bazar cuando ya caía la tarde. Por le camino vimos como desollar un cordero en plena calle según el rito halal.
El bazar a esa hora era un hervidero de gente.
Las prendas de lencería femenina se exhiben sin pudor y muestran una gran heterogeneidad de formas y colorido, lo que contrasta notablemente con la indumentaria callejera.
Habíamos pasado un día con abundancia de museos, lo que se explica pues son el principal atractivo de Teherán.
El día siguiente empezamos la ruta que había de acabar en Isfahán. Dejamos Teherán.
Junto a la carretera abundan los puestos de frutas y flores.
A escasa distancia de la ciudad se halla el mausoleo de Jomeiny. Sólo nos detuvimos un momento para verlo de lejos. Lo suficiente para ver que las críticas de la nueva república islámica al lujo y a la ostentosidad anteriores pronto quedaron en el olvido.
Los controles policiales en las carreteras y autopistas son frecuentes. Además de la documentación, estado del vehículo, cinturones, etc., también la policía puede revisar el atuendo, sobre todo femenino, para ver si se cumplen las normas vigentes.
A escasa distancia de la ciudad empieza el interminable desierto.
Pronto llegamos a Qom, tras Mashad -a la que no fuimos- la ciudad más sagrada del chiísmo, la rama del Islam absolutamente dominante en Irán. En Qom hay infinidad de universidades y escuelas religiosas.
Allí fuimos inmediatamente al mausoleo de Fátima. que era la hermana del octavo Imán. Pronto comprobamos que el vestuario es más estricto de lo habitual y que entre los hombres abundan los clérigos y estudiantes de teología.
En el recinto sagrado todas las mujeres deben llevar el shador, manto que las cubre de la cabeza a los pies. En general es de color negro, pero a las visitantes no musulmanas a veces se les presta de colores algo menos fúnebres. Entre los hombres se puede reconocer por el turbante negro a los descendientes directos del profeta.
El lugar cuenta con todo tipo de servicios, entre los cuales fuentes de agua potable y fresca.
Era día de rezos por lo que había mucha gente, sobre todo en el interior donde se halla la tumba de Fátima.
Es impresionante la belleza de los azulejos que decoran cúpulas, iwanes y minaretes.
Los creyentes pasan por el garn estanque para hacer sus abluciones antes de penetrar al interior
Dejamos el recinto y la ciudad entre mucha gente con el shador negro.
El camino seguía de nuevo por el desierto. Alguna mancha verde de cultivos y alguna población en los pequeños oasis interrumpían la monotonía.
Pero lo mayoritario seguían siendo los colores ocre-rojizos de las áridas llanuras, e incluso de los montes más lejanos.
De tanto en tanto también aparecía algún poblado surgido en torno a a algún antiguo caravasar.
Finalmente llegamos a Kashán donde lo primero fue el restaurante.
Antes de entrar pudimos «leer» el menú.
Tras la comida, las visitas. Y por las calles los cestos de granadas, que creo puede considerarse la fruta nacional. Indudablemente más jugosas y dulces que las que tenemos aquí.
Kashán da para bastante, pero lo que tiene los viajes organizados es que no hay tiempo para detenerse en todas partes. En el mausoleo del sultán Amir Ahmad no entramos.
Lo primero fue ir a una de las numerosas casas del siglo XIX bien restauradas que permiten ver como vivían las familias acaudaladas en aquella época. En la puerta de la casa Tabatabaei pudimos ver dos aldabas, cosa habitual en los hogares iraníes. Tienen sonidos distintos, una es para los hombres y otra para las mujeres, así en el interior antes de abrir saben el sexo del visitante.
Las casa se estructuran alrededor de un gran patio con estanque.
De la casa Tabatabaei a la mezquita y madraza Agha Bozorg.
La estructura de este edificio del siglo XIX es curiosa pues desde la calle se entra al segundo piso donde está la mezquita.
En el piso inferior está la madrasa. Esa situación produce sorpresas como ver motos en lo que parece el piso superior.
Tiene un iwan con exquisita decoración.
Así como la del mihrab (hornacina orientada a La Meca que indica donde dirigir la mirada en le momento de la oración.
Aún visitamos otra casa, la Abbasí.
En ella se ha ubicado un restaurante.
Dejamos Kashán con estampas de otra época.
En Isfahán ya era de noche, pero después de cenar aún dimos un interesante paseo hasta el puente Sio Seh. De treinta y tres arcos, fue construido en 1602. Lamentablemente la mayor parte del año no pasa agua por sus arcos.
Regresando al hotel, pasadas ya las diez, pudimos ver como seguía latiendo la vida de la ciudad con aún muchos comercios abiertos.
El próximo día fue todo para Isfahán. Atravesando el bazar nos fuimos acercando a la mezquita del viernes.
Algunos de los vestuarios de las tiendas no motivaron demasiado que se entretuviesen las integrantes femeninas del grupo.
La Masjed-e Jame o mezquita del Viernes fue fundada en el siglo IX, pero el edificio actual tiene sus partes más antiguas originarias del siglo XI. Es todo un ejemplo de la evolución artística en Irán y el año 2012 pasó a formar parte del Patrimonio Mundial de la Unesco.
Alrededor de un patio central con cuatro iwans se distribuyen las diversas dependencias.
Cada iwan muestra distinta decoración.
Los dos minaretes están recubiertos con azulejos del siglo XVI.
Las diferentes salas muestran un bosque de columnas y pilares con muy diversas soluciones arquitectónicas. Predomina el ladrillo en las partes de época seleúcida.
Sorprende la variedad decorativa de las cúpulas.
Zonas en mayor penumbra alternan con otras más iluminadas.
Es admirable el mihrab de Uldjaitu del período mongol (1310) decorado con estucos de gran finura.
Al lado del mihrab se sitúan dos púlpitos (minbar), desde donde se pronuncia el sermón del viernes.
Del siglo XV es la sala de oración de invierno, cuya única iluminación natural es a través de una tupida celosía al fondo.
Las variedad de columnas y capiteles es otro aspecto destacable.
En el patio, como en muchas otras mezquitas, están generalmente recogidas las alfombras que se extienden para las celebraciones y también unas mesitas con las piedras usadas para el rezo.
De la mezquita del Viernes nos dirigimos al barrio armenio. Pasear por las ciudades iraníes permite apreciar notorios contrastes en el vestuario, que en el fondo revelan contrastes en la ideología y/o creencias religiosas..
Otra cosa que llama la atención es ver los ríos completamente secos lo que al parecer ocurre la mayor parte del año
En el barrio armenio visitamos la catedral Vank, el principal templo cristiano de la ciudad.
Es muy curioso el campanario.
El presbiterio recuerda el arte musulmán de la época safávida (1501-1722). en él se conservan las reliquias de José de Arimatea.
Son interesantes y de calidad las pinturas que decoran los muros como ésta del Juicio Final
En el mismo recinto que la iglesia hay un pequeño museo que guarda diversos objetos de la cultura armenia. entre ellos destacan algunos manuscritos de diferentes épocas con dibujos de gran calidad.
Tomamos unos zumos en un café del barrio armenio y fuimos después hacia el Palomar. En los alrededores de Isfahán se conservan muchos palomares, algunos de ellos del siglo XVI, pero en el centro de la ciudad sólo queda éste. Podía albergar miles de palomas y su finalidad principal era poder acumular los excrementos en un único lugar y así poder recogerlos con facilidad y usarlos para abonar los campos.
Comimos en el hotel Abbasí, antiguo caravasar del siglo XVII, cuidadosamente restaurado. Aquí se filmó la versión de Diez Negritos de Agatha Christie de 1974 en la que intervenían entre otros Oliver Reed, Elke Sommer y Charles Aznavour y la española Teresa Gimpera.
El plato estrella fue el pollo con salsa de granadas, que se sirve para mezclarlo con arroz.
Por las calles de la ciudad es posible encontrarte con sorprendentes artefactos, aunque sea fácil imaginar su uso.
Abundan estas cajitas destinadas a recaptar donativos para los necesitados.
Imposible no visitar en Isfahán algún lugar de venta de alfombras. Y allí que fuimos.
Paseando nos acercamos al palacio y jardines Chehel Sotun.
Los horarios en Irán son para nosotros un misterio. Un quiosco de periódicos puede estar abierto casi hasta media noche y los jardines estaban ya cerrados a poco más de las cuatro de la tarde. Y lo más curioso nosotros no podíamos entrar, pero había todavía gente dentro que no podía salir.
Por el contrario el palacio Hasht Beheshtestaba abierto.
En sus jardines se juega al ajedrez o al dominó. Eso sí: sólo hombres.
Acabamos la tarde en la gran plaza del Imán Jomeiny. La más grande del mundo después de Tiananmén e indudablemente mil veces más bella.
Allí nos fue anocheciendo y la pudimos contemplar iluminada.
Las calles cubiertas que la rodean están llenas de tiendas de artesanía.
Para cenar repetimos en el hotel Abbasí. Música tradicional nos amenizó la cena.
Y luego prolongamos la sobremesa tomando algo en los agradables jardines.
Otro día en Isfahán. Y la ciudad lo merece. Empezamos en el palacio Chehel Sotun.
Como en tantos lugares de irán abundan las representaciones escultóricas o pictóricas de humanos y animales. Lo que en otros países musulmanes es una excepción aquí es habitual. Hemos podido comprobar que las visiones iconoclastas más extremistas no tienen vigor en Irán.
El palacio Chehel Sotun es también conocido como el de las Cuarenta Columnas. No tenía tantas pero las veinte frontales se reflejaban en el agua y de ahí el número. Un fenómeno que nos recordó la mezquita de Bolo-Hauz en Bujara (Uzbekistán), llamada también de las Cuarenta Columnas.
Los jardines los centra un gran estanque.
Es magnífica la decoración del iwan de entrada.
En el interior se ratifica sobradamente lo de la abundancia de representaciones icónicas. Grandes murales ocupan las paredes representando a veces batallas como ésta de Karnal (1756) entre el Sha Nader de la dinastía afshárida y el rey de la India.
Pero llaman más la atención las representaciones de banquetes y festejos donde hay música, se danza, se sirven vinos y se vislumbra alguna postura no excesivamente decorosa. Esto nos conduce a una Persia y a un Islam en los siglos XVI, XVII y XVIII mucho menos estrictos que en la actualidad.
En escenas menos ceremoniosas el amor profano y el vino tiene un importante relieve.
Luego a la plaza del Imán Jomeiny. Si de noche es impresionante, de día probablemente aún lo es más.
Aún era pronto y los comercios adyacentes empezaban a tomar vida
La primera visita fue el palacio Ali Qapu. Pinturas al fresco, estucos y mosaicos rivalizan en la decoración de este palacio construido en el siglo XVII para acoger las personalidades extranjeras.
Uno de sus mayores atractivos son las vistas que ofrece sobre la ciudad y especialmente sobrte los otros edificios de la plaza.
Atravesar la plaza ofrece a cada momento nuevas perspectivas.
Frente al palacio está la mezquita Sheikh Lotfollah. Esta mezquita es inusual, es de pequeño tamaño y carece de patio central y de minaretes.
La fachada y la cúpula se muestran asimétricas, lo que no quita un ápice a su belleza.
En el interior la cúpula produce debido a la disposición de los ventanales que la rodean un curioso efecto luminoso, conocido como cola de pavo real, cuya posición varia según las horas dle día
El mihrab es una filigrana de mosaicos caligráficos.
Otra vez cruzando la plaza.
Ahora hacia la mezquita del Imán.
Estaba en obras , pero ello no fue óbice para disfrutarla.
Como en todas alfombras y piedras a disposición de los fieles.
La cúpula también presenta un fenómeno similar a la de la mezquita Sheikh Lotfollah
Después de comer al bazar. Tiendas y tiendas prácticamente con lo mismo.
Pero algunas con productos más exóticos como ésta con azúcares caramelizados.
O ésta con dátiles y otros frutos.
También puede observarse artesanos en plena tarea.
Lo más curioso es internarse por las callejuelas laterales donde es posible hallar rincones auténticamente pintorescos.
En algunos arte y utilidad se entremezclan.
También puede surgir una gran mezquita donde menos lo esperas.
Los medios de transporte son de lo más variado.
Como también el contenido de algunas tiendas con el dueño encantado de mostrártelo aunque sepa que no eres en absoluto un comprador.
El regreso otra vez a la plaza.
A esa hora ya con muchas familias en el césped compartiendo su pic-nic.
Tras la cena nos acercamos al puente Khaju.
Es interesante arquitectónicamente, pero aún más ver su ambiente nocturno. En él se reúnen grupos de jóvenes -y algunos no tanto- que se agrupan por afinidades en el vestuario y peinado (algo más similar de lo que parece a las llamadas tribus urbanas en occidente). Comparten conversación y sobre todo cánticos.
Tras la buena impresión de Isfahán, al día siguiente hacia Yazd.
Aún dentro de la ciudad dos distintas paradas de autobús en diferentes barrios muestran los dos modelos de vestuario según las respectivas concepciones político-religiosas.
La gasolina es muy barata, pero la estructura de las gasolineras dista mucho de la concepción de área de servicio que podamos tener aquí.
Dejando la ciudad van desapareciendo los espacios verdes.
Y nos adentramos de nuevo en el desierto.
Encontrar un lugar para tomar un café puede ser difícil a lo largo de las autopistas. La mejor solución llevarlo consigo y parar en alguno de los pocos espacios sombreados y con servicios higiénicos aunque éstos dejen bastante que desear.
A lo largo de la ruta aparecen algunas pequeñas poblaciones.
Y antiguos caravansar de los que hubo centenares a lo largo de la llamada ruta de la seda.
El resto, duro desierto.
Nos detuvimos en un caravasar relativamente bien conservado y que estuvo habitado hasta hace muy pocos años.
Su aspecto es el de una fortaleza pues esa era una de sus funciones: proteger a las caravanas a fin de que tuviese un lugar seguro para descansar.
En las inmediaciones del caravasar propiamente dicho se levantan edificaciones que completaban los servicios de los escasos habitantes.
Viviendas.
Corrales.
El molino.
Y el cementerio.
Nos despedimos del caravansar y a continuar.
No tardamos demasiado hasta la ciudad de Na’in. La arquitectura de adobe y tapial nos recibía.
Visitamos la mezquita del Viernes conocida también como Alavian, una de las más antiguas de Irán, iniciada en el siglo VIII.
Está dispuesta como todas alrededor de un patio central.
Tiene un solo minarete, que le fue añadido en el siglo XVI.
El antiguo mihrab está decorado con estucos y muestra al lado un gran púlpito (minbar).
En el sótano se halla la mezquita de invierno usada en los días más fríos y también en los más calurosos del verano. Debajo tiene un qanat. Los qanat son canales centenarios que traen agua desde las montañas situadas a gran distancia. Éste se halla actualmente seco.
Junto a la mezquita hay otras dependencias, sobre las que sobresalen torres de ventilación.
En un edificio adyacente está el Museo Etnológico.
Desde la terraza situada frente al mezquita hay buenas vistas sobre la población. Desgraciadamente podemos comprobar como el paso de los años ha ido deteriorando los edificios en que el barro y la paja son los principales elementos que los componen.
Comida en Na’in y más desierto.
Hasta llegar a Yazd de la que su centro es la plaza Amir Chakhmaq.
No lejos está la Torre del Reloj.
Y algo más alejada la mezquita del Viernes. Al llegar ya sorprenden el elevado pórtico y sus minaretes.
El patio es la zona menos decorada.
En el arco de acceso a la sala de oración predominan los azulejos de color azul, como ya habíamos visto en la fachada.
En el mihrab, del siglo XIV, parecen una auténtica filigrana.
Dejamos pronto la mezquita (ya volveríamos a ella, para ir rápido a través del casco antiguo a una terraza donde divisar la puesta de sol.
En las estrechas callejuelas el barro y la paja secados al sol aparecen como el componente principal de los edificios.
El ladrillo más elaborado únicamente aparece en los frecuentes pozos que comunican con los canales subterráneos.
Aún nos detuvimos ante una casa donde parecía haber una celebración. No era ningún lugar de rezo sino una reunión de vegetarianos, grupos que empiezan a ponerse de moda en un país en el que ya predominan los vegetales sobre la carne en el consumo habitual.
Finalmente llegamos a la terraza. Las vistas sobre la ciudad extraordinarias.
Por doquier se ven torres de ventilación.
El agua y su combinación con el aire para refrescar son una constante en estas ciudades de tórrido veranos. Un pozo centraba la terraza.
Pronto se inició la fantástica puesta de sol prometida.
Ya anochecido tomamos un jugo de granadas y el dueño de la casa cogió la cítara y nos dio un auténtico recital. Como músico y cantante, buenísimo, aunque al parecer donde se gana la vida es en la universidad.
Regresamos hacia la mezquita viendo por el camino más pozos, a esa hora ya iluminados.
De noche las luces de la mezquita aún resaltan más los azulados de su decoración.
Aún dimos un vistazo al cercano bazar, pero ya apetecían más la cena y la cama.
Si alguien sabía leer en árabe y tenía la devoción necesaria aún podía leer un rato el Corán que, como en todos los hoteles iraníes, había en la habitación. Tampoco faltaban la alfombrita, la piedra para el rezo y la flecha indicando la dirección a La Meca para que no falle la orientación.
Por la mañana al salir del hotel ya te tropezabas con el desierto.
Y a muy escasa distancia teníamos las Torres del Silencio. Con ese nombre se conocen en Irán las construcciones situadas en un montículo que los seguidores de la religión de Zoroastro han usado desde tiempo inmemorial para exponer los cadáveres de lo difuntos a fin de que los buitres los devoren.
La explanada a los pies de las torres está repleta de edificios destinados a las ceremonias relacionadas con los sepelios.
Entre los cuales no pueden faltar el pozo y las torres de ventilación.
Subimos a una de las dos torres (la de más fácil acceso).
Allí pudimos apreciar la forma circular del recinto funerario
Y ver el agujero central donde los huesos ya secos eran arrojados y cubiertos con cal.
Desde arriba se contemplan todas las construcciones auxiliares y, al fondo, la ciudad de Yazd.
Al bajar uno de los edificios mejor conservados proporciona interesantes perspectivas.
Dejamos la zona y nos dirigimos a la ciudad.
Allí seguimos con Zoroastro pues lo primero fue visitar la Casa del Fuego, el templo de los zoroastrianos de la ciudad.
El faravahar preside la fachada. Es el símbolo más conocido de la religión zoroástrica y representa el progreso personal del alma hasta la unión con Ahura Mazda. Ahura Mazda (Ormuz) es el Dios Creador del zoroastrismo y origen de las religiones monoteístas, enfrentado siempre a su opuesto Angra Maynu (Ahrimán). No tiene imagen concreta por consiguiente no hay que identificarlo con el faravahar.
En el interior del templo arde constantemente el Fuego Sagrado. Aquí fue trasladado en 1935 desde su anterior ubicación en otro lugar de Yazd, donde había llegado en 1474. Se conocen los lugares de donde procedía y, según los fieles, estas llamas arden sin cesar desde el siglo V.
Desde el templo nos dirigimos a un molino de «henna», el colorante tan usado en todo Oriente Medio y norte de África.
En cualquier lugar de Yazd hay pozos y torres de ventilación.
Los jardines Dolat Abad son Patrimonio de la Humanidad de la Unesco. Está rodeado de murallas.
Data del siglo XVIII y fue residencia real. El edificio que acogía la residencia en verano está presidido por una altísima torre de ventilación.
En su interior pueden verse los mecanismos que permitían refrescar el ambiente.
Lo jardines están permanentemente regados gracias al agua transportada por uno de los canales subterráneos denominados «qanat».
Como tantas otras plazas, paseos y jardines es utilizado por grupos que allí realizan sus comidas campestres y tertulias.
Regresamos al centro, a la plaza Amir Chakhmaq donde vimos el Museo del Agua. Sobre dos «qanats» se han situado salas donde se exponen técnicas , materiales y utensilios empleados para un buen aprovechamiento del agua en un zona donde es escasa.
A unos metros de la plaza está un «zurkhane», lugar donde van aficionados al ejercicio y a los deportes de fuerza a hacer sus prácticas pudiendo el público asistir a los entrenamientos y exhibiciones.
Paseo nocturno, cena y finalización de la jornada en Yazd.
Se acaban los días. Dejamos Yazd y hacia Shiraz. La última mirada a las Torres del Silencio.
Aquí y allá algún antiguo lugar de poblamiento.
Alrededor de los pequeños oasis donde hay agua se desarrollan los cultivos y los pueblos.
Una pausa para contemplar una curiosa formación rocosa que se asemeja a un águila.
Y otra vez el desierto.
Llegando a Abarkuh más arquitectura de tapial y adobe.
Y aquí y allá el terreno salpicado de mezquitas.
El objetivo era contemplar el gran ciprés. Un enorme árbol de más de treinta metro de altura y al que se le calculan cuatro mil años de vida.
En las cercanías del gran ciprés a esta niña le hacía gracia ser fotografiada. Como se puede ver no hay nada más semejante a un niño que otro niño, sea cual sea el lugar donde vive.
Otro atractivo de Abarkuh es el depósito de hielo. Esta construcción de curiosa forma cónica se rellenaba con hielo traído de las montañas, que se introducí por el agujero abierto en la cima. Luego se cerraba herméticamente y duraba casi todo el año.
Proseguimos hacia Pasargad. Esta ciudad fue la capital del Imperio Persa en época de Ciro II el Grande (559-530 a. C.), que extendió sus dominios hasta el Mediterráneo.
El atractivo principal es la tumba del propio Ciro, construcción realizada con grandes sillares colocados escalonadamente. La puerta gracias a un ingenioso mecanismo sólo podía abrirse desde el interior, pero los saqueadores de tumbas fueron lo suficientemente hábiles para introducirse en ella y expoliarla. Así la halló ya Alejandro Magno.
A cierta distancia se contemplan las ruinas del palacio de Ciro.
Y hacia Shiraz por una zona donde se ven más cultivos.
Y rebaños.
En Shiraz nos recibía la Puerta Koran.
En cuyos alrededores se veía mucho ambiente al ser viernes.
No madrugamos demasiado para ir a Persépolis. Con el calor que pasamos quizás habría valido la pena salir más pronto. Con la altura del hotel por lo menos nos entretuvimos disfrutando de las vistas sobre la ciudad
Emprendimos la ruta y hasta cruzamos un río con agua.
Los rebaños abundaban.
En Persépolis cruzando la explanada para llegar a las ruinas ya empezamos a notar la temperatura.
La ciudad se eleva sobre una plataforma formada con garndes sillares y para acceder existe una doble escalinata de acceso.
Los restos de la puerta principal conocida como puerta de Jerjes son impresionantes.
En los sillares pueden verse grafitis de quien podríamos considerar los primeros turistas: diplomáticos, exploradores, aventureros y alguno de los primeros arqueólogos, que quisieron inmortalizar su nombre. El concepto de respeto al pasado era bastante distinto del de hoy en día.
Desde la puerat ya se divisa la explanada y el salón llamado de las Cien Columnas.
Columnas, basas y capiteles de peculiar estilo.
Al otro lado de la puerta se conservan bastante bien los cuadrúpedos protectores con cabeza humana.
Llamó mucho la atención el hallazgo de este capitel con dos grifos mirando en sentidos opuestos, que ha sido montado sobre una columna de cemento.
La denominada Puerta Inacabada se alcanza después.
Cada resto desparramado por el suelo es admirable por sí mismo.
En la Puerta Norte está el relieve de la audiencia de Darío donde éste recibe a un noble meda, mientras en la parte inferior aparecen numeroso soldados con lanzas.

Enfrente, en la falda de la montaña está la tumba de Artajerjes II.
Y entramos en la parte más importante del recinto: la Apadana. Ésta era una gran sala de audiencias sostenida por setenta y dos columnas. Se calcula que cabían en ella diez mil personas. Cuesta imaginar cómo debía ser en realidad. Algo absolutamente espectacular. Hay que pensar no sólo en el aspecto arquitectónico sino en que además todo estaba pintado. La Apadana fue destruida por las tropas de Alejandro Magno en 330.
Los relieves que decoran las escaleras de acceso son lo más interesante. El relieve en que un león ataca un toro es el más repetido. Aparece en múltiples lugares de Persépolis, no sólo en la Apadana.
Los desfiles de soldados alternan medos y persas, distinguibles estos últimos por sus sombreros acanalados mientras los primeros los llevan redondos.
El extensísimo imperio persa estaba dividido en satrapías. Y aquí aparecen los representantes de cada una de ellas haciendo sus ofrendas al emperador.
Gentes de tan distintos pueblos, razas y culturas están representados con todo detalle y con sus vestuarios, armas y animales característicos.
Entre los animales desfilan toros.
Asnos.
Camellos.
Carneros
Caballos.
Y el sátrapa seguido de sus servidores con los atuendos propios de cada zona.
Otros palacios completan el recorrido.
En los relieves seguimos viendo escenas como la del león y el toro.
Representaciones zoroástricas dedicadas a Ahura Mazda.
Y figuras reales como Artajerjes escoltado por un criado que le sostiene la sombrilla.
La tumba de Artajerjes II y de Artajerjes III están a escasa distancia en las laderas del monte.

A pocos kilómetros de Persépolis se encuentra Naqsh-e Rustam. Se trata de una pared rocosa donde están excavadas una serie de tumbas reales de la dinastía aqueménida.
La apariencia de todas ellas es de cruz vaciada en la roca con una puerta de acceso al interior y los brazos de la cruz decorados con relieves. A la derecha, algo apartada y formando ángulo con las demás está la que se atribuye a Jerjes (486-465 a. C.).
La de Darío I (522-486 a. C.) es la única identificada con seguridad gracias a una inscripción.
Bajo las tumbas hay relieves que datan de época sasánida. El más conocido está debajo de la tumba de Darío I y representa al emperador sasánida Sepur I (241-272) ante el cual se rinden los emperadores romanos Valerio y Filipo el Árabe.
Después de la de Darío I viene la tumba supuestamente de Artajerjes I (465-424 a. C.).
Y luego la de Darío II (423-404 a: C.).
En ésta el relieve que hay debajo representa una victoria de Sepur II (309-379)
Enfrente hay una antigua torre del Fuego de época aqueménida.
Antes de regresar a Shiraz paramos a comer. El restaurante tenía en principio buen aspecto.
Pero luego, como en todo Irán, a comer frente al agua. En los surtidores y en la mesa.
Entramos en la ciudad por la puerta Korán que ya conocíamos de la noche anterior. Junto a ella se encuentra el moderno e innovador Shiraz Grand Hotel, en posición espectacular.
Empezamos la jornada de tarde en el mausoleo del poeta Sa’di (1193-1291), uno de los más destacados poetas místicos del mundo musulmán.
Su tumba sigue siendo lugar de peregrinación.
De ahí a otro mausoleo el del poeta Hafez(1324-1391).
En la puerta nos recibieron los adivinadores con periquitos. El periquito agarra con el pico una tarjeta de las muchas que tiene su dueño en la mano y en ella aparece el futuro de quien ha pagado la consulta.
Bajo la glorieta está la tumba del poeta, venerado como santo. Entre su virtudes estaba ser capaz de recitar el Corán de memoria desde la primera a la última palabra y hacerlo también a la inversa.
Un grupito de escolares nos amenizó la visita pues hasta nos dedicaron una canción.
El mausoleo de Ahmadi-ebne-Mussai (Alí Ibn Hamez). En él destaca su cúpula recubierta de azulejos.
En el interior lo más relevante es la decoración con espejos, tan usual en Irán.
Pese a tanto deslumbramiento, los fieles siguen practicando sus oraciones.
Ya anochecía. Pasamos por la Ciudadela, lugar céntrico con mucho movimiento.
Y acabamos dando una vuelta por el bazar.
Antes de ir a cenar. Fue el primer día que vimos pescado de mar, quizás por estar Shiraz cerca de la costa.
Y último día en Irán. Con mucho que ver todavía.
Los ríos en Yazd completamente secos.
El primer lugar, la mezquita Nasr el Molk.
Esta mezquita, iniciada en 1888, cuenta con todos los elementos habituales. Patio central con estanque, iwanes, minaretes, …
Pero lo más vistoso es su sala de oración presidida por el mihrab.
Las vidrieras de colores multiplican en sus alfombras, columnas y azulejos toda la coloración del Arco iris.
Tras el estallido de luz, hacia el mausoleo Shah-e Cheragh. Por el camino me llamaron la atención las muchas tiendas dedicadas a la cacharrería de aluminio.
El mausoleo Shah-e Cheragh es uno de los lugares más sagrados de Irán.
Para las mujeres es necesario cubrirse con el shador.
Aquí está enterrado Sayyed Mir-Ahmad, hermano de Reza, el octavo Imán. La decoración se basa, como en tantos otros lugares, en la profusión de espejos.
Y grandes lámparas.
Los fieles pueden venir a consultar sus dudas (religiosas o no ) con algún clérigo. El chiísmo, a diferencia del sunismo, donde cualquiera que sepa algo puede ser el imán de una comunidad, tiene clérigos profesionales, que han adquirido la necesaria formación teológica.
Fuimos después a la madraza del Khan, que sigue activa como escuela coránica.
Comimos en un restaurante situado en el cercano bazar. La comida consistió en abgusht, un estofado tradicional iraní. Admite muchas variantes. A nosotros nos dieron una vasija cerámica con todos los ingredientes. En un plato metálico debimos verter con cuidado el jugo, que luego comeríamos con trocitos de pan a modo de sopa. Lo que quedaba en la vasija lo machacamos con una mano de mortero de hierro con el extremo plano para comerlo después con cuchara. Era una mezcla de alubias, garbanzos, tomates, patatas, carne con muchas especies.
Por la tarde, la mezquita Vakil. Su estructura consta únicamente de dos iwans.
Tiene dos salas de oración, la de verano y la de invierno. La de invierno muestra columnas decoradas con espirales.
Y un bonito mihrab con azulejos.
Después hubo quienes se quedaron más rato en el bazar. Otros nos fuimos ya al hotel a descansar hasta la hora de cenar. En el último paseo hasta el bus tuvimos tiempo de despedirnos d ela Ciudadela.
Mientras cenábamos había una boda en el mismo comedor. Los novios y sus familias posaban con gusto. mientras pudimos ver como en lugares que más o menos se consideran privados pueden desaparecer pronto los pañuelos de la cabeza y cantar y bailar dejan de ser actividades prohibidas.
Y se acabó el viaje. Tras la cena a coger las maletas y al aeropuerto. De Shiraz a Estambul. De Estambul a Barcelona. De Barcelona a Barbastro con parada para comer jamón y beber cerveza tras tantos días sin hacerlo: Y a casa.