31 de octubre de 2016. De nuevo hacia el sudeste de Asia. Lugares de los que nunca regresas defraudado y así fue.
El primer tramo del vuelo algo pesado, casi siete horas hasta Doha.
El segundo algo más corto. Y al llegar a Colombo, flores y sonrisas, a la vez que siendo uno de noviembre nos olvidábamos de chaquetas y jerseys.
Y tambores, con más ruido que música. Detalles de los que te hacen sentir «turista».
Conforme nos acercábamos desde el aeropuerto a la ciudad ya nos sorprendía el exuberante verdor de la naturaleza.
Y también la densidad de población. En una extensión no mucho mayor que Aragón viven veintiún millones de habitantes.
Recorrimos en bus las arterias más céntricas de la ciudad.
Empezando a familiarizarnos con constantes del paisaje: los tuc-tuc y los paraguas-sombrilla, que las dos funciones ejercen.
Nos detuvimos en el Monumento a la Independencia. Este edificio tiene por función conmemorar la independencia del país, conseguida en 1948.
Los leones aparecen por doquier. El león es el símbolo fundamental de la etnia cingalesa y es el elemento principal de la bandera de Sri Lanka.
El interior del monumento intenta recordar la sala de audiencias de Kandy, principal centro religioso del país.
Seguimos el recorrido panorámico.
Pasamos por el teatro Nelum Pokuna inaugurado en 2011 y realizado con fondos chinos.
Y por el parque Viharamahadevi, el mayor de la ciudad.
En cualquier espacio pasean las garzas, que por su abundancia también merecerían ser símbolos de la nación.
Pasamos por las playas.
Y llegamos al hotel.
Situado en pleno centro.
Maletas a la habitación, comida y a reemprender la marcha.
Más Colombo.
Primera parada, el templo hindú Murugán. Su fachada muestra el típico abigarramiento decorativo de los templos hindúes.
En el interior a los brillos y coloridos de los altares e imágenes se unen los de las ofrendas y el vestuario de los fieles.
Frente al templo, uno de los puestos de venta de ofrendas que se montan con pocos y sencillos elementos.
A no demasiada distancia el templo Gangarayama, uno de los centros budistas más importantes. Muy vinculado al poder político, es el centro del Navam Perahera, pintoresca procesión que tiene lugar el día de «poya» (luna llena) de febrero, en la que participan centenares de monjes con sus túnicas de colores, infinidad de jóvenes portando banderas budistas y hasta el elefante que tienen en el templo. También realiza este templo vistosos y extravagantes festejos para el Vesak, día del nacimiento de Buda celebrado mundialmente.
El templo es también museo, lugar de reunión y conferencias, biblioteca, …
En algunos templos budistas como éste aparecen detalles, más que de su pluralidad, de la fuerte influencia hindú, como son las imágenes de dioses. En este caso de Ganhesa.
Del templo nos dirigimos al gran parque Viharamahadevi, por donde ya habíamos pasado por la mañana.
Enfrente del mismo se levanta el antiguo Ayuntamniento, cuya blancura destaca en el entorno.
De allí al hotel y a pasear un poco por sus alrededores, pues en Sri Lanka el sol en esta época se pone poco más allá de las seis. Incluso en los días más largos de verano no dura la tarde más allá de las siete pues la escasa distancia al Ecuador hace de una duración casi igual días y noches todo el año.
Al día siguiente ya dejábamos Colombo en dirección a la rtegión conocida como el Triángulo Cultural, donde se hallan lasd antiguas capitales del país y algunos interesantes Parques Nacioanles.
Siempre en un verde paisaje alternaban plataneros y palmeras cocoteras.
En las lagunas se remojaba el ganado vacuno, entre el cual también había búfalos.
Lagunas que alternaban con bosques y ríos.
Periódicamente surgen al lado de la carretera pequeños templos, mayoritariamente budistas.
En las poblaciones que cruzamos los comercios se extienden a ambos lados como ocurre en Kurunelaga.
Comprar es, como en tantos otros lugares, una de las actividades principales.
En las cercanías de Kuruneklaga nos detuvimos junto a un precioso lago.
Sobre el cual se asoman diversos peñascos a los cuales la imaginación popular asocia con diversos animales y las correspondientes leyendas.
El paisaje continuaba.
Destacando la utilización del coco. De él se aprovecha todo: el líquido, la pulpa, la cáscara, la piel, la madera y las hojas del árbol, …
Paramos a comer en un agradable restaurante.
Donde pudimos tomar contacto con la auténtica gastronomía srilankesa. ¡Picante que no falte!
Después de comer a Dambulla. Allí nos recibía el Templo de Oro, construido en el año 2000 por los japoneses. Deslumbrante u hortera, según el gusto de cada cual.
Hay que salvar el desnivel de 160 metros, por rampa o escalinata, desde la carretera a los templos rupestres, que son el atractivo del lugar. Durante el ascenso veremos por todas partes monos. Si ven o huelen que el visitante lleva comida, pueden dar algún susto. En caso contrario se limitan a deambular, jugar, despiojarse y posar para la cámara.
Les gusta mostrar sus habilidades. ¿Nos está cambiando la bombilla?
Durante el ascenso se disfruta de excelentes vistas.
Al llegar arriba se descubre el conjunto de templos-cueva.
En la primera de ellas un gigantesco Buda reclinado de quince metros la ocupa en casi toda su longitud.
Sólo es posible percibir entera toda la figura desde los pies, con lo que se puede apreciar la enormidad de éstos.
Gran cantidad de Budas de todos los tamaños y posiciones aparecen en cada una de las cuevas restantes.
También alguna estatua de antiguos reyes como ésta de Vattagamini..
Techos y paredes de las cuevas están decorados con pinturas cuya datación oscila desde el siglo XIV al XX.
Alguna escena ofrece datos sobre su fecha de ejecución como ésta donde entre los arqueros aparece un guerrero con escopeta, por lo tanto de época posterior a la llegada de los portugueses, a principios del siglo XVI.
Desde arriba los paisajes son espectaculares.
Hay puntos desde donde se divisa incluso Sigiriya.
Tras visitar las cuevas, prestos a descender.
Descenso durante el cual también te acompañan los monos.
Al llegar abajo se puede observar en la gran estatua dorada un avispero en el codo del gigantesco Buda. Estos avisperos aparecen en muy diversos lugares y su tamaño aconseja ser prudente y no acercarse demasiado ni juguetear con ellos.
La ciudad de Dambulla acoge el mayor mercado al por mayor del país de productos agrícolas. Un inmenso y bullicioso escaparate de frutas y verduras.
Una repentina y violenta tormenta hizo aconsejable huir del mercado y, más o menos mojados, regresar al bus e ir hacia el hotel en la cercana Habarana.
El hotel se llamaba Aliya (elefante) y uno de ellos es lo primero que vimos al llegar.
También toda la decoración tiene el elefante como tema preferente. En el «hall».
Y hasta en las habitaciones de los «bungalows».
El paisaje impresionante, aunque el atardecer nuboso no permitía extender la vista mucho más allá de la piscina.
Al amanecer seguían las nubes, pero el panorama estaba más claro. en los jardines se veían elefantes, aunque en este caso fuesen de cartón-piedra.
Y al fondo. tras la piscina, surgía la roca de Sigiriya, uno de los lugares más conocidos de Sri Lanka.
El primer destino de la mañana Aukhana. Durante el trayecto, agua y verdor.
Ante cada casita frutales de algún tipo. Aquí plataneros.
Aquí, mangos.
También por doquier pequeños oratorios. en este caso hinduísta.
Ya cerca del destino cruzamos entre dos de los embalses -el mayor el kala Wewa- construidos por los nativos hace casi dos mil años.
El atractivo de Aukhana es una gran estatua de Buda de más de doce metros. Hay que subir a una pequeña colina para contemplarla. El primero que nos recibió fue este varano de notable tamaño. Era el primero que veíamos en Sri Lanka, después poco a poco nos fuimos acostumbrando. Menos mal que no debemos ser para él presas apetecibles pues, pese a su aspecto, pueden desplazarse a notable velocidad y descalzo, como hay que ir en todos los templos de Sri Lanka, a ver como te escapas.
La estatua, de gran belleza, representa a Buda bendiciendo y con una llama encendida sobre su cabeza (símbolo de la iluminación). Algunos la remontan al siglo V, aunque más recientes opiniones la fechan en el XII o XIII.
Aunque parece una escultura exenta está unida al bloque del fondo.
Desafortunadamente, hace poco tiempo, para protegerla de la intemperie, se le ha colocado una cubierta sobre unos grandes pivotes metálicos cuyo resultado no es demasiado estético.
Al cuidado del lugar hay unos pocos monjes y una blanca estupa (dagoba como se las denomina en Sri Lanka) completa el conjunto.
Medio escondida también aparece la inevitable corta-cocos.
Dejando Aukhana el paisaje continua suave y tranquilo.
Invitando al «dolce far niente».
Pronto llegamos a Anuradhapura. Esta mítica ciudad se convirtió en capital en el 380 a. C con el rey Pandukabhaya. Algo más de un siglo más tarde, con la llagada al país del budismo, alcanzó gran importancia. Pese a ser conquistada repetidas veces desde la India, mantuvo la capitalidad hasta finales del siglo X.
Lo más venerado por los cingaleses, aunque su interés para el visitante sea relativo es el Sri Maha Bodhi, árbol sagrado que hay en todos los santuarios budistas, pero que aquí muestra la particularidad de ser considerado el árbol documentado más antiguo del mundo. Traído desde la India hace dos mil años, siempre se ha salvado de él un esqueje que ha ido reproduciéndose hasta la actualidad pese a las catástrofes e invasiones.
Se halla en la plataforma superior de un recinto y es fácilmente reconocible por los cuidados de sus ramas.
También en este recinto, como en cualquier otro budista, en los diversos accesos se colocan en el suelo, ante la escalinata, las piedras lunares (semicirculares en el suelo).
Y a ambos lados los «muragalas» (guardias de piedra). En muchos lugares conviven los antiguos muy erosionados con los de nueva construcción.
Por doquier se ven devotos, individualmente o en grupo.
Con sus cánticos y ofrendas.
También monjes solitarios.
Y algunos no invitados.
Monos por todas partes. Aquí de especie distinta a los que vimos en Dambulla.
A veces incluso amigos de lo ajeno.
Cerca del árbol Bodhi se hallan las ruinas del inmenso palacio de bronce, llamado así por el material de su cubierta. Sólo quedan los restos de las 1600 columnas que sostenían sus nueve plantas.
La Rubanvelisaya Dagoba era originariamente mucho más alta. Sigue siendo quizás la más visitada de las construcciones de Anuradhapura.
La protege un muro con cientos de elefantes, la mayoría de construcción reciente.
Pero ni los elefantes bastan para evitar que haya visitantes absolutamente irrespetuosos con los venerables muros de la dagoba.
Incluso las ofrendas son maltratadas y diseminadas en búsqueda de algo comestibles.
Cerca se encuentra la Thuparama Dagoba. Del siglo III a. C., es la dagoba más antigua de Sri Lanka y quizás del mundo. Hay quien dice que contiene la clavícula de Buda.
Los monumentos y ruinas se extienden por una gran extensión entre bosques tropicales, que necesitaría como mínimo un par de días para verse con un mínimo de detalle.
La Abhayagiri Dagoba, del I a. C. Llegó a tener más de cien metros de altura y era el centro de ceremonias de un monasterio con más de cinco mil monjes.
Kuttam Pokuna o los Estanques Gemelos estaban destinados a baños de la realeza y probablemente también los usaban los monjes del cercano monasterio de Abhayagiri.
La Jetavanerama Dagoba pertenecía también a un monasterio. Se cree que fue la tercera mayor estructura del mundo antiguo tras las pirámides de Keops y Kefrén.
De Anuradhapura a Mihintale. No subimos a la colina (1843 escalones) y sólo visitamos la zona del llamado Estanque del Agua Oscura, lugar auténticamente paradisíaco.
Hubo allí un antiguo monasterio, cuyos restos se esparcen alrededor de las aguas.
Algunas estructuras no revelan demasiado cuál era su uso. Los pequeños escalones y los receptáculos circulares con canales de desagüe hacen pensar en algúna utilización para la higiene personal, pero los usuarios deberían ser de muy pequeño tamaño.
Durante la visita sólo estábamos nosotros.
Y ¡cómo no! los inevitables e irreverentes ocupantes de todo tipo de templos o santuarios.
Ya era tarde y regresamos al hotel. La cena, como fue habitual durante todo el viaje, para mí demasiado adaptada al gusto occidental.
El viernes tocaba Sigiriya (Roca del León). Esta gran roca, que se reproduce en todas las guías y propaganda de viajes a Sri Lanka, se iza sobre la llanura que la rodea con aspecto de lugar inexpugnable.
Fue el centro del reino de Kassapa a finales del siglo V, donde la fortaleza situada en la cumbre era prácticamente inexpugnable. Sin embargo, hay teorías que consideran que no tuvo un uso militar sino que lo que había arriba era un monasterio. Fuese lo que fuese la UNESCO declaró Sigiriya Patrimonio Mundial en 1982.
En la base hay preciosos jardines.
Con estanques llenos de lotos y nenúfares.
Algunos decidieron subir a la cumbre. Con parada en la plataforma donde se hallan las denominadas «Zarpas de León». Sólo quedan las zarpas de lo que era un gran león construido en ladrillo desde cuya boca subían escalones hasta arriba.
Otros nos quedamos abajo y visitamos el Museo, financiado con capital japonés.
En él se puede observar una maqueta de la ciudad que se erige sobre la roca, diversos objetos y esculturas obtenidos durante las excavaciones y unas reproducciones de los frescos que se pueden contemplar durante la ascensión.
La flora y fauna de los alrededores son muy variadas y vale la pena dar paseos por allí. Siempre a la vista de la gran roca.
Quien quiera lo puede hacer en elefante.
De Sigiriya camino a Polonnaruwa. Por el camino más embalses de los construidos en los primeros siglos de nuestra era.
Polonnaruwa fue la capital desde que a finales del siglo X la dinastía Chola del sur de la India incorporaron el país a su imperio. Recobrada por los cingaleses en 1070, el rey Vijayabahu I mantuvo aquí la capital, que perduró hasta el siglo XIII.
El primer edificio que contemplamos fue Shiva Devale, el más antiguo de Polonnaruwa, que data de cuando se fundó la ciudad.
Son interesantes sus relieves escultóricos.
Leuego nos dirigimos al llamado Cuadrángulo, una zona donde se concentran, a corta distancia unos de otros, varios de los monumentos más significativos de la ciudad.
Allí está el Thuparame Gedige (se denominan gedige los templos huecos, de gruesos muros, que se cubren con una bóveda escalonada).
En el interior hay varias estatuas de Buda en diversas posiciones.
Luego el Vatadage. Son los vatadage estructuras circulares de piedra y ladrillo destinadas a guardar reliquias. Éste es considerado el mejor ejemplo conservado.
Tiene cuatro entradas decoradas con bellos «mugaralas».
También en una de las entradas destaca su Piedra de la Luna.
En la terraza interior hay varias estatuas de Buda.
Delicados relieves decoran los muros exteriores.
Otro edificio del Cuadrángulo son el Latha-mandapaya, del siglo XII. Lo rodea un enrejado de piedra que imita una valla de madera.
En su interior pilares de piedra en forma de tallos de loto sin abrir rodean una pequeña estupa.
El Atadage es lo único que queda de la época del rey Vijayabahu I. Posiblemente estuvo aquí la reliquia del diente de Buda, hoy en Kandy.
El Hatadage fue en un principio un edificio de dos plantas.
El Satmahal Prasada es una especie de pirámide escalonada de seis pisos.
El Gal Pota es un libro en piedra de veinticinco toneladas.
Además de los escritos que ensalzan al rey Nissanka Malla muestra también interesantes grabados.
Dejamos el Cuadrángulo y continuamos la visita. Pudimos ver como para mucha gente las ruinas son un excelente lugar para hacer pic-nic.
Estructuras por doquier. Crematorios.
Piscinas.
Piedras que se funden con la vegetación. Aunque lejano, aparece el recuerdo de Angkor.
La dagoba Kiri Vihara (blanco leche) conserva el enlucido calcáreo original.
Es otro lugar predilecto para los habituales.
Lankatikala es un gran «gedige», que pese a haber perdido la cubierta sigue concentrando la atención de los fieles.
Proseguimos rodeados de construcciones por todas partes.
Y varanos.
Pasamos por una pequeña laguna y llegamos a la última visita en Polonnaruwa, el Gal Vihara.Un espacio donde hay cuatro estatuas de Buda extraídas de la propia roca granítica. En la pequeña concavidad central está la más pequeña y de menor calidad.
De las otras tres vemos a la izquierda de ese espacio central el Buda sentado.
A la derecha el Buda en pie, probablemente la mejor de todas.
Y más a la izquierda el gran Buda reclinado, de catorce metros de longitud.
Por la tarde al Parque Nacional de Minnerilla. Una gran tortuga nos dio la bienvenida.
Al principio la selva es muy espesa a ambos lados de la pista. Se oyen pájaros, pero es difícil ver animales si no cruzan como la anterior tortuga.
Poco después el paisaje se abre y en el embalse se pueden contemplar centenares de aves como estas cigüeñas de pico amarillo.
Este parque tiene como principal atractivo su gran número de elefantes. En agosto y setiembre pueden llegar a reunirse casi doscientos. Este fenómeno relacionado con la pérdida de agua en el embalse y la fresca hierba que sale donde se retira el agua es conocido como «la Concentración».
Como había pasado la época temíamos no ver elefantes o muy pocos y lejanos. No fue así y pronto apareció el primero.
Estuvimos tomándole fotos hasta que se cansó y decidió darnos la espalda.
Poco después vimos ya elefantes en grupos familiares.
Una madre jugueteando con su cría.
Y otros animales. Entre ellos bastantes pavos reales. Especie con fuerte dimorfismo sexual, el macho es fácilmente reconocible, aunque no abra la cola, por el iridiscente azul de su pecho.
En el parque el ganado convive con los animales salvajes.
Seguían apareciendo elefantes.
Ya atardecía y algunos se retiraban hacia el bosque.
Otros aún merodeaban y engullían hierba.
Entre ellos algún altivo macho solitario.
Desviar la vista al cielo permite ver grandes bandadas de aves en formación.
Y al bajarla más grupitos de elefantes.
Uno de ellos especialmente con muchas ganas de jugar.
Dejamos el parque y al hotel que el día había sido intenso.
Por la mañana nos fuimos de Havarana donde habíamos pernoctado tres días.
La primera parada en una casa familiar donde nos mostraron los múltiples aprovechamientos del coco.
Primero a partirlo y a beber el líquido que contiene.
La pulpa puede comerse sola o añadirla a los más diversos platos, no sólo postres.
De la pulpa y el agua conjuntamente se obtiene la leche y también el aceite.
La cáscara se usa como recipiente. Todos los residuos pueden servir incluso como combustible enérgetico. La fibra para obtener sogas y cuerdas.
Con la palma se pueden tejer desde tejados a bolsos y sombreros.
En la casa acabaron mostrándonos la preparación del arroz. Alimento básico en Sri Lanka donde prácticamente todas las comidas entra el arroz con curry, entendiendo por curry cualquier combinación de vegetales, muchas especias, leche de coco e incluso carne o pescado.
Nos despedimos de la familia.
Y seguimos ruta. Haciendo un nuevo alto en el camino, en las cercanías de Matale, para visitar un jardín de especias. Allí nos mostró el jardín un guía (más bien un charlatán de feria) que nos paseó un rato por entre plantas «curalotodo».
Como la cúrcuma, válida para reducir el colesterol, la depresión, los problemas digestivos y hepáticos, la artritis y hasta el síndrome del túnel carpiano.
O la pimienta negra que también baja el colesterol, cura la arterioesclerosis, es expectorante, antioxidante, adelgazante y anticancerígena.
O la vainilla, buena para la ansiedad, la depresión, el insomnio, analgésica, febrífuga, digestiva y antireumática.
O el jengibre que cura la artritis, es también antioxidante, previene el cáncer ce colon y es un potente afrodisíaco.
O sea que entre las citadas y las otras muchas esencias y aceites extraidas del jardín, y que tan bien nos intentaba vender el «guía» el que está enfermo es porque quiere.
Supuestamente más sanos nos dirigimos a una fábrica de batik, también en la proximidad de Matale. El batik es una técnica ancestral para colorear tejidos basada en el uso de la cera.
Se pone la cera a mano las zonas de la tela, que no quieran ser coloreadas, como si se pintaran en negativo.
Se sumerge en un baño de tinte natural y, una vez seca, se elimina la cera mediante la absorción en papel de estraza, con un planchado. Este procedimiento es repetido tantas veces como colores se deseen aplicar a la obra.
Tras ver el proceso, desfile de modelos.
Y que no falten las compras.
Pasamos por Matale. Como en todas partes, templos. Ahora hinduísta.
Y llegamos a Kandy, última capital de la isla antes de la conquista británica. Como recuerdo de dicha conquista y consiguiente ocupación queda el hotel Queens, donde comimos.
A unos pasos del hotel se encuentra el Templo del Diente de Buda. Allí está la reliquia más venerada del país y en su honor se celebra la Perahera o Procesión del Diente de Buda durante diez días de julio y agosto hasta finalizar en la luna llena de agosto. Es la celebración más popular y concurrida de Sri Lanka y durante la cual Kandy recibe innumerables visitantes.
Las ofrendas son continuas en este templo. Muchas llegan en procesión desde tiempos ancestrales, aunque ahora los monjes usen también las nuevas tecnologías como micrófonos inalámbricos y amplificadores.
Las banderas budistas pentacolores acompañan siempre a los grupos.
Que empiezan con sus plegarias y cánticos antes de entrar en el templo.
Más que de un templo se trata de un conjunto con diversos santuarios, museos y edificaciones auxiliares.
El recinto está rodeado por un foso.
No es un conjunto unitario sino que las decoraciones y estilos arquitectónicos son de lo más diverso.
El Vahahitina Maligawa es el salón principal del templo.
Algún salón sirvió de inspiración para el monumento a la Independencia, que vimos en Colombo
Las campanas están presentes como en la mayoría de templos budistas.
Cerca del templo está el precioso lago de Kandy, a cuyas orillas se mueve gran parte de la vida ciudadana.
Entre el lago y el templo múltiples puestos de venta de ofrendas.
También muy cerca hay un teatro en el que asistimos a un espectáculo folklórico de los «recomendados para turistas».
Hotel situado junto al río Mahaweli Ganga, al noroeste de la ciudad.
El domingo a la estación de ferrocarril.
Teníamos reservado un vagón en el tren que se dirigía a Rabukkana.
El tren recordaba épocas pasadas, pero hasta su lentitud se agradecía para poder disfrutar del paisaje, mucho más que desde el autobús.
En las afueras de Kandy podías ver la vida cotidiana de los barrios.
Después ya únicamente la naturaleza.
Las flores y frutos colgaban de los árboles como este racimo de plátanos.
Ríos y bosques alternaban.
En una pequeña población, locomotoras y vagones antiguos constituían un pequeño museo del pasado ferroviario.
La construcción de esta vía, que circula a notable altitud, en el siglo XIX por los británicos evitaba pasar por los valles, más peligrosos para una emboscada, pero tuvo que ser un auténtico esfuerzo de ingeniería realizarla en aquella época.
Cercanos a nuestro destino la vía descendía con rapidez.
Hasta la llanura.
Y la estación de Rabukkana donde una multitud esperaba para tomar el tren al asalto buscando alguna plaza.
El recorrido de Rabukkana a Pinnawala -nuestro destino- lo efectuamos en tuc-tuc. Experiencia imprescindible para que suba la adrenalina al esquivar vehículos que vienen de frente, pasar por espacios increibles entre dos coches o pisar las cunetas con riesgo continuo de irte al barranco.
En Pinnawala nos esperaba el Orfanato de Elefantes.
El orfanato fue creado en 1975 para acoger elefantes lactantes que vagaban por los bosques habiendo perdido la madre o estando heridos. En realidad ahora hay elefantes mayores y jóvenes, muchos de ellos nacidos ya en cautividad. Están bien cuidados, pero el incesante contacto con turistas, como ocurre en cualquier zoológico, no creo que les permita nunca poder incorporarse libremente a la naturaleza.
Algunos hasta están esperando a los turistas para juguetear con ellos.
Otros obsequian a los insistentes fotógrafos con sus aguas menores y mayores.
Aunque sea dentro de un vallado se agradece verlos libres.
No gusta tanto contemplarlos ya de pequeños encadenados.
El zoo-espectáculo en que se ha convertido el orfanato tiene como plato principal la toma del biberón. Dos jovencitos acuden raudo a la llamada de sus cuidadores.
Con presteza ingieren una gran cantidad de biberones.
Terminado el almuerzo alguno se entretiene saludando a los visitantes y de vez en cuando dándoles un remojón.
Es importante la cantidad de elefantes que hay, algunos ya bien creciditos.
Como este veterano con muchos años a sus espaldas, que suele participar en las procesiones rituales.
Hay suficientes para que todo el mundo pueda fotografiarse con ellos.
Los «mahouts» son sus cuidadores y entrenadores.
Cuando llevan cadenas es porque no son completamente fiables.
Otros corretean solos sin cadenas ni ningún «mahout» cercano
Cada día los elefantes son conducidos al río a bañarse.
Desde el restaurante donde comimos, situado justo encima podíamos verles como se bañaban, jugueteaban y se divertían en la actividad que más les gusta.
Cada vez iban llegando más elefantes.
A algunos les parecía poco el baño y cruzaban el río para adentrarse en el bosque en la otra orilla.
La mayoría seguía disfrutando del agua.
Regresando a Kandy -en el bus- paramos en una joyería. Aunque seguro que hubo quien se maravilló, sobre todo al contemplar los zafiros azules o las piedras de luna arcoiris, poco rato estuvimos y no creó que muchas piedras y joyas volviesen con nosotros al hotel.
Paseamos por la ciudad un rato. Pese a ser domingo muchos comercios estaban abiertos, como éste de venta de pescado seco con su particular olor.
Luego breve pausa en un café antes de retirarnos a cenar y dormir.
Muy cerca de Kandy se halla el Jardín Botánico de Pedareniya, primera visita del lunes. Antiguamente reservado a la realeza, hoy sus sesenta hectáreas están abiertas a todos cuantos pagan la entrada.
Arbustos, hierbas, flores o estos bambús completan el panorama.
Algún pequeño estanque da más frescor al ambiente.
Y en él tienen su morada diversos inquilinos.
No era la época más propicia para las flores, por consiguiente vale la pena dejar volar la imaginación para pensar como será en el momento del estallido floral
Algunos árboles son francamente peculiares.
Las avenidas nos dan una idea de la inmensidad de los jardines.
Algunos árboles recuerdan a quien los planto. Éste al último zar de Rusia, Nicolás II.
Por un mundo de colores nos dirigimos a la salida.
Cerca de la cual se encuentra un invernadero que constituye uno de los lugares más espectaculares con su colección de orquídeas.
En el exterior lo que dan las flores -en Sri Lanka abundantemente-: los frutos, de los cuales en todas partes se ven vendedores.
De Pedareniya hacia las Tierras Altas. El nombre hace referencia a la altitud ya que hay zonas a más de dos mil metros. La cima más alta es Monte Pedro (Pidurutalagala) que alcanza 2534 metros. Suele hacer fresquito, sobre todo por las noches, y a diferencia del resto de Sri Lanka hay que olvidarse de la manga corta.
Ríos y verdor como siempre.
De verdor uno muy especial, el de los campos de té.
Había que ver alguna fábrica del producto más exportado del país. Glenloch es una de las principales
Lo métodos usados siguen siendo, tanto en la recolección como en la elaboración básicamente manuales y siempre a cargo de mujeres tamiles (descendientes de hïndues que inmigraron desde la India en el siglo XIX para trabajar en las plantaciones de té.
La parte mecanizada nos remonta tambien a muchos años atrás.
El restaurante, cafetería y zona de ventas es ya más de época actual.
Los campos de té, siempre en pendiente, se extienden por todas partes.
Excepto en las zonas más abruptas que conservan la vegetación anterior a la intensa deforestación que sufrieron estas tierras para dedicarlas al cultivo del té.
En uno de esos lugares más escarpados estaba el hotel-restaurante donde comimos. En el camino de acceso los habituales monos.
Desde el restaurante se veía la doble cascada de Ramboda.
Había comida autóctona. Aquí «wambatu baduma» (berenjena templada) y mallung o mallum (mezcla de verduras).
Ahora curry de lentejas y «polos ambula», que se elebora con fruta de Jack.
La comida suele ser picante. De las salsas y aderezos creo que ya vale con el aspecto.
A corta distancia del restaurante hay una bonita cascada.
Reemprendiendo la ruta también se siguen viendo cascadas.
Y plantaciones de té.
Atravesamos uno de ellas.
Y pudimos ver que el duro trabajo de las mujeres tamiles no acaba en la recolección y elaboración del té sino también en cargar ramas de las plantas para usarlas como leña.
Fuimos ascendiendo hasta cruzar el puerto de Nuwar Eliya, el punto de carretera más alto del país, a 1893 metros.
Por toda esta región la producción de té convive con la de verduras de origen europeo.
Finalmente llegamos a Nuwara Eliya.
Visitamos el mercado.
Pese a estar lejos del mar había pescado fresco.
Aunque mucho más del seco.
Y arroz de todas las variedades.
Uno de los edificios emblemáticos de la ciudad es el de Correos.
El Grand Hotel intenta conservar, incluso en su parte nueva, el aspecto original.
Dispone de magníficos jardines.
Y de decoración de otros tiempos.
Muchos lugares de la ciudad y de sus alrededores, al igual que el hotel, recuerdan la lejana Inglaterra, como pudimos acabar de comprobar al irnos por la mañana.
En el horizonte los campos de té siguen alternando con las plantaciones de verduras.
Siempre aparece algún policromado (en este caso más bien dorado) templo hindú.
La escabrosidad del terreno obliga a los cultivos en aterrazamientos.
A lo largo de la ruta también se ven vendedores particulares de té.
Descendiendo de las Tierras altas las combinaciones de colores siguen siendo constantes. Una acacia con sus flores amarillas y una bungavilla rosada entrelazan sus ramas.
Hicimos una breve parada en la cascada de Rawana Ella. Esta espectacular caída de agua debe su nombre a Rawana, personaje del Ramayana, rey con diez cabezas de los demonios raksasas, que secuestró a Sita, esposa de Rama y la escondió aquí.
Como turista es igual a comida los monos también rondaban por la cascada.
Al llegar a las llanuras ya aparece el paisaje de arrozales.
Con rebaños de búfalos paseando. Hoy en día los búfalos ya prácticamente no se emplean para las labores agrícolas, sin embargo sigue siendo sumamente apreciada la leche de búfala para obtener el «curd», yogur o requesón altamente apreciado y doy fe de que excelente.
Por lagunas cubiertas de lotos nos íbamos acercando a Yala.
Los niños salían de la escuela, señal de que ya era la hora oportuna para comer.
Pronto llegábamos al Lodge viendo las lagunas cercanas prácticamente secas.
Un vistazo a la piscina.
A dejar las maletas en el bungalow y a comer, que ya era hora.
Y por la tarde al todoterreno para visitar el Parque Nacional.
Antes de entrar en él, jabalís.
Búfalos.
Y pavos reales.
Al entrar en el parque la vegetación es espesa y sólo se oía multitud de cánticos de aves.
Algunas como este martín pescador se dejaban ver.
Enseguida el parque se abre. Pavos reales había muchísimos.
Cigüeñas de pico amarillo, también.
Grandes manadas de ciervos moteados
En las charcas, búfalos refrescándose.
Aves de todo tipo y tamaño.
Algún cocodrilo semioculto.
Grandes varanos.
Abubillas, animal que en Sri Lanka es menos abundante que entre nosotros.
Los jabalís abundaban, en grupo o solitarios.
Apareció una elefanta jugueteando con su cría.
El pequeño se divertía.
Pero la madre parecía empezar a estar harta de pesados intrusos.
Playas prácticamente vírgenes bordean el parque.
Cerca de una de ellas se levanta esta escultura en recuerdo al tsunami de 2004, que causó bastantes víctimas en el parque entre agentes forestales y una pequeña guarnición militar que había. El instinto de los animales que huyeron tierra adentro los salvó.
Seguimos viendo numerosos jabalíes.
Y finalmente el animal más esperado, un leopardo. Se calcula que en la zona que se visita del parque hay unos veinticinco, que es una importante densidad.
Tras la excelente sesión de contemplación de fauna en su hábitat natural regresamos al Lodge. Saliendo únicamente del bungalow para ir a cenar acompañados por un empleado con linterna pues los animales se pasean tranquilamente por los senderos.
Durante la noche se oyen ruidos. Los causantes son fácilmente identificables por la mañana.
Había llovido un buen rato y se habían llenado las charcas que el día anterior estaban muy secas. Los cocodrilos habían regresado a ellas. Unos nadaban.
Y otros tomaban el sol contemplando las zancudas posadas sobre las rocas.
Saliendo ya a la carretera general aún nos despidió un pavo real con su cola abierta.
Íbamos hacia Kataragama, importante santuario. Por el camino aparecían dagobas.
Kataragama es un importante lugar sagrado de origen vedda. Los vedda (cazadores), llamados también seres de la selva, son un grupo étnico de cazadores-recolectores de antiguo origen, en clara recesión en Sri Lanka debido a que desde mediados del siglo XX sus bosques fueron arrasados y las tierras puestas a la disposición de colonos cingaleses. Desde entonces ellos fueron obligados a vivir en aldeas construidas ex-profeso.
Kataragama fue venerado como deidad por hinduístas y también budistas. En el lugar hay también una mezquita.
Para llegar al santuario hay que cruzar un puente en el cual ya se ven muchos vendedores de ofrendas, que van apareciendo a lo largo del recorrido.
En el río Menik Ganga se lavan los peregrinos.
Las vacas paseando libremente recuerdan cualquier lugar de la India.
Nos dispusimos a entrar en el santuario más importante.
La mayoría de los devotos van de blanco, color de pureza para el budismo, tanto en el patio
como en el interior.
Tres veces al día se hacen las ofrendas. Para las oficiales se extienden alfombras y un manto cubre al oficiante principal.
Nuestro guía y nuestro conductor también participaron en las ofrendas.
Los rezos se practican en cualquier lugar.
Un ritual con mucha participación es la ruptura de cocos después de formular un deseo.
De Kataragama nos dirigimos a Tangalle. Buen lugar para disfrutar una cervecita frente a la playa antes de comer
Playas tranquilas y poco frecuentadas.
Las hamacas vacías. Por la arena tan sólo algún perro callejero. Aunque perro callejero en Sri Lanka es una redundancia porque todos los perros son callejeros.
Después de comer proseguimos el viaje a lo largo de las playas.
En algunos recintos tienen elefantes. Son de los usados en procesiones y festivales.
Pudimos contemplar algún ejemplo del tercer uso del paraguas en Sri Lanka. Sirve para el sol, la lluvia y proteger de miradas indiscretas a parejas de tortolitos.
Durante el viaje más playas y espléndidos paisajes.
Con algunas escenas para el recuerdo.
Con la puesta del sol, todo más bello si cabe.
Un parada para deleitarnos con el agua de coco.
Y ya de noche al hotel en Ahungalla.
Buenas y amplias habitaciones con detallitos.
Como la toalla plegadita en forma de elefante (cada día van cambiando el animal).
Por la mañana buenas vistas a la playa desde la terraza.
Aunque ante un mar algo inseguro, la mayoría de los huéspedes opta por las piscinas.
La salida del día hacía Galle. Esta zona fue muy afectada por el tsunami.
Un monumento recuerda a las más de cincuenta mil víctimas.
Algo más adelante, ya cerca de Hikkaduwa, los japoneses construyeron el Tsunami Honganji Vihara con una gran estatua de Buda. Aquí fue donde el tsunami se llevó un tren con mil quinientos pasajeros.
Llegamos hasta Kogala donde pudimos ver como los pescadores van recogiendo sus redes tirando acompasadamente de dos cuerdas.
Al lado se vende el pescado recién capturado.
También langostas coleando de buen tamaño.
Los cangrejos son de lo más apreciado.
Muchos pescados los conocemos, pero otros son propios del Índico.
Otra curiosidad cercana son los pescadores con zancos. Este modo de pesca tradicional (lo tradicional como siempre es relativo pues la costumbre apareció después de la Segunda Guerra Mundial) no es rentable hoy en día, pero las propinas de los turistas ayudan a completar el salario.
Los pececitos capturados son bellísimos, pero de escasa rentabilidad.
Y llegamos a Galle. Paseamos a lo largo de las murallas, construidas por los holandeses en el siglo XVII, que sustituyeron una fortificación portuguesa anterior.
Buenas vistas sobre el mar poblado en esta zona de muchas rocas y escollos
Nos dirigimos hacia el faro.
Ëste data de 1848, aunque la estructura actual sustituye la primitiva destruida por un incendio.
Frente la faro se ubica una importante mezquita que atiende la comunidad musulmana, numerosa en esta zona.
En el interior del recinto amurallado abundan los pequeños comercios. Pese a las maravillas que cuentan las guías de esta ciudad, no supe encontrarlas.
En el edificio que alberga los juzgados y en sus aledaños repletos de despachos de abogados y notarios llama la atención la ausencia de ordenadores, móviles y demás artilugios de las nuevas tecnologías. Las carpetas, bolígrafos y algunas viejas máquinas de escribir nos recuerdan otros tiempos. Casi, casi, como en algunos juzgados españoles.
Pasamos por la antigua Puerta de 1669.
El edificio donde está fue usado mucho tiempo como almacén de especias para la exportación.
Poco más allá subsiste un pequeño campanario para dar avisos de tsunamis.
Y enfrente la Iglesia Reformada Holandesa con el suelo embaldosado con lápidas procedentes del antiguo cementerio holandés.
Y un interesante púlpito de ébano.
La tarde fue de descanso en el hotel, donde las toallas se nos presentaban ese día en forma de pavos reales
Por la noche asistimos a la exhibición de las compras en la fábrica de batik.
El día siguiente (prácticamente el último ya) a Balapitiya. A alquilar una barca.
Y a darnos un paseo por el río y lago Madu.
El paisaje bellísimo.
Los contraluces a través de los manglares, fantásticos.
Pájaros muchos, aunque no siempre fáciles de ver. Aquí, un martín pescador.
Además con un día espléndido.
Los manglares llegan a formar túneles casi impenetrables a la luz solar.
A la salida nuevas explosiones de luz y color.
Hay algunos puentes que te exigen olvidarte de la contemplación y agachar la cabeza para no tener un disgusto.
Desembarcamos en un pequeño islote donde la familia que lo habita (no sé si a todas horas) nos hizo una demostración de la obtención y preparación de la canela, con fama de ser la mejor del mundo y el producto más autóctono de Sri Lanka
El objetivo es extraer la corteza interior de las ramas.
También nos hicieron una demostración tejiendo hojas de palma. Por cierto con una habilidad extraordinaria.
A embarcar de nuevo y a seguir el recorrido.
Es fácil ver cormoranes posados sobre cualquier poste que sobresalga del agua.
Algunas isletas parecen muy atractivas para pasar en ellas una noche.
Entre los árboles hay grandes colonias de murciélagos de notable tamaño, cuyo color negruzco cuando están colgados cabeza abajo resalta de entre las ramas.
En las orillas abundan las casitas habitadas.
Estructuras de madera para la pesca surgen del agua.
Son ideales para que los cormoranes sequen sus plumas al sol.
Aún nos deparó la laguna una interesante sorpresa: un varano acuático (Varanus salvator), el varano de mayor tamaño tras el dragón de Kom,odo.
Por entre las ramas, como siempre, monos, a veces más reconocibles por sus chillidos que por mostrarse claramente.
Y ya casi saliendo al mar finalizó la excursión.
Un ratito en Hikkaduwa para las últimas compras.
Y a comer al hotel donde ese día nos ofrecían hasta paella. No me atreví a probarla y preferí los curris esrilanqueses.
Luego a coger maletas, despedida del hotel y al aeropuerto.
Parada, como a la ida, en Doha.
Espera por el moderno aeropuerto.
Otro palizón hasta Barcelona. A coger el autocar. La parada habitual en la Panadella, tras viajar a lugares lejanos, para comer un bocadillo de jamón. A Barbastro. Y a casa.