Hay ciudades a las que nunca cansa volver por veces que se haya estado. Una de ellas es Lisboa.
Nos planteamos ir en coche, pero el precio del transporte público hoy en día y los problemas de tráfico nos van decidiendo cada vez más a recurrir a otros sistemas. Fuimos pues en vuelo desde Barcelona.
Más rato de espera, como suele ser habitual en los aeropuertos, que de vuelo.
Llegamos a Lisboa ya anochecido. A dejar maletas.
A dar un paseo, a cenar y a descansar.
Ya habría tiempo a lo largo de una semana para patear Lisboa y ¡vaya que lo hicimos!
El hotel estaba céntrico, a pocos metros de la avenida da Liberdade y por ella comenzamos para ir al objetivo del primer día: la zona de Bélem.
Hasta la plaza de los Restauradores todo bajada. Para empezar a pensar en taxi para el regreso.
La antigua estación del Rossio nos pareció el lugar oportuno para la primera parada y el desayuno.
Después en la Baixa todavía poca gente. Cada vez nos damos más cuenta de que madrugar vale la pena.
La Praça do Comércio, preciosa y más sin multitudes. Siempre me viene al recuerdo cuando era el lugar para aparcar más céntrico de Lisboa y sin limitaciones horarias ni nada.
Proseguimos la caminata Tajo abajo hacia nuestro objetivo.
Aunque los paseos sean largos cualquier rincón lisboeta es suficientemente atractivo para que resulten satisfactorios.
La Lisboa actual sorprende en cualquier sitio por sus arquitecturas vanguardistas.
Tras «bastantes» kilómetros llegamos al monasterio de los Jerónimos.
La portada sur ya es la primera muestra del desbordante gótico que conocemos con el nombre de manuelino. Se denomina así a la arquitectura, y sobre todo a su decoración, que se desarrolló en Portugal durante los reinados de Juan II (1481-1495), Manuel I (1495-1421) y Juan III (1521-1557) en cuya época, que fue la de los grandes descubrimientos, se construyeron una serie de emblemáticos edificios, en los que los motivos inspirados en tierras exóticas (palmeras, corales, …) y en temas marinos (sogas, escamas, …) recargan al máximo la decoración de fachadas, puertas o ventanas.
Diego Boytac, de origen francés, es probablemente el arquitecto más destacado del período y este monasterio tal vez su obra cumbre.
La iglesia es excepcional, un prodigio arquitectónico cuyas espectaculares bóvedas resistieron el terremoto de 1755.
A cada lado del arco triunfal de acceso al presbiterio hay un púlpito donde ya el gótico ha dado paso a la decoración renacentista plateresca.
Y donde hay que dejar pasar el tiempo con calma es en el claustro. Estructurado en dos plantas, cada mirada nos ofrece una muestra de encajes y orfebrería.
No hay rincón que no merezca ser contemplado con el mayor detalle.
Los motivos marineros por doquier como en esta carabela.
En cada arcuación finura y elegancia en las esculpidas filigranas
La segunda planta aún gana en estilización.
Antes de salir hay que sentarse, tomárselo con tranquilidad y dejar pasar el tiempo para ver como la luz del día va modificando el color y brillo de las piedras ofreciendo en cada instante una distinta imagen.
Aún ofrecen otro atractivo Los Jerónimos a sumar a su arquitectura y escultura, el Museo Nacional Arqueológico instalado en sus dependencias.
Las colecciones de objetos prehistóricos correspondientes a las diversas culturas desarrolladas en el actual teritorio portugués son de notable calidad como este grupo de guerreros castreños y verracos de entre los siglos I y III de nuestra era.
O esta dama oferente procedente de las cercanías de Évora.
Son también importantes las colecciones romanas entre las que se hallan este mosaico con Hércules furioso.
O éste representando el Triunfo de Baco.
Y este sarcófago pleno de referencias a la vendimia.
En las salas reservadas a la orfebrería no permiten hacer fotografías de los numerosos collares, torques y adornos expuestos.
El museo tiene también una interesante sección con antigüedades egipcias procedentes de diversas expediciones arqueológicas.
El espacio entre el monasterio y el río Tajo es un lugar de paseo entre fuentes y jardines muy agradable de recorrer.
El Tajo luce en su gran amplitud teniendo al fondo el puente 25 de Abril.
En la explanada junto al río destaca el Padrão dos Descobrimentos, construido en 1960 con motivo del quinto centenario de la muerte de Enrique el Navegante.
No lejos se encuentra la Torre de Belém, emblema de Lisboa, otro de los grandes monumentos del arte manuelino.
Actualmente se halla muy cerca de la orilla debido a que el terremoto desplazó el cauce del río, pero antes se izaba en medio del Tajo.
El interior resulta más bien pobre ante la exuberancia decorativa del exterior.
Lo mejor de acceder a él es disfrutar de las vistas sobre el Tajo y la ciudad desde las diversas plantas.
El regreso hacia la Praça do Comércio hubo que hacerlo en taxi. Las piernas ya no daban para tanto.
Por el Arco da Rua Augusta entramos en La Baixa a comer y reponer fuerzas.
Después paseo por la praça da Figueira.
Y el Rossio.
Un ratito de descanso y al anochecer vuelta al centro. El Rossio vale también la pena por la noche.
No faltó una ginjinha, el aguardiente de guindas típico de Lisboa, en uno de sus locales tradicionales.
Y Avenida da Liberdade hacia arriba, a cenar ya en las cercanías del hotel y a buscar un merecido descanso.
Otro día con buen tiempo. Otra vez hacia abajo.
Luego subida al Chiado desde la Baixa por las largas escaleras mecánicas.
Al llegar al Chiado, a desayunar en la calle Garrett en «A Brasileira».
Un paseo por el barrio centrado en la plaza Luis de Camões.
Subimos hacia el Barrio Alto pasando por el Largo Trindade Coelho.
Y por el punto de llegada del elevador de Gloria, otro de los modos de acceso a la zona.
Nos detuvimos en el jardín y mirador de San Pedro de Alcántara.
Desde donde hay buenas vistas sobre la parte baja de la ciudad y sobre el castillo de San Jorge y la Alfama.
Seguimos ascendiendo por la calle Dom Pedro V.
Hasta la praça do Principe Real.
Y su jardín donde el cedro traído de Buçaco, de más de cien años, sigue ofreciendo su sombra.
Las calles del Barrio Alto durante el día son tranquilas y apacibles, no haciendo sospechar para nada en lo que se transformarán de noche.
Al descender nos detuvimos en la iglesia de San Roque, cuyo sobrio exterior contrasta con la exuberante decoración interior.
El barroco luce dentro en todo su esplendor.
Especialmente en la capilla de San Juan Bautista.
Más abajo, ya en pleno Chiado, está el agradable Largo do Carmo, frecuentado por igual por turistas y universitarios.
En la misma plaza la portada gótica de la igreja do convento do Carmo
nos abre paso al interior donde no se han reconstruido las bóvedas y se han dejado las ruinas como testimonio del terremoto de 1755.
En las antiguas dependencias conventuales se ha habilitado un museo arqueológico donde se exponen piezas prehistóricas como este lauburu que destaca entre cuchillos y cerámicas de la misma época.
O este friso prerrománico.
O estos alabastros del siglo XV con escenas de la Pasión procedentes de algún taller de Nottingham.
Una parte del museo está destinada a América. Es amplia la colección de ídolos centroamericanos.
Atravesamos de nuevo el centro del Chiado.
Y nos dirigimos hacia el mirador de Santa Catalina pasando por las calles que descienden hacia el Tajo como la Rua da Bica de Duarte Belo donde llega otro de los tranvías trepadores.
El mirador permite ver el Tajo, aunque son mayoritariamente tejados lo que se percibe.
Junto al mirador se halla una estatua dedicada a Adamastor. Es éste un personaje mitológico creado por Luís de Camões en Os Lusíadas, que simboliza las fuerzas de la naturaleza a las que debían enfrentarse los navegantes. Era el guardián del Cabo de las Tormentas (cabo de Buena Esperanza).
Regresando paramos a comer en una pequeña terraza esquinada de una bonita taberna denominada precisamente Adamastor.
Después de nuevo a la ciudad baja. Y por la praça dos Restauradores,
en cuyos aledaños no suelen faltar las castañeras, al hotel a descansar un rato.
Al atardecer nuevo paseo hacia el centro. Bajamos por la calle de San José donde alternan los empinados callejones que suben hacia el norte
con los más tradicionales establecimientos.
La oferta es variada, peluquero y pedicuro a la vez. Hay que ganar tiempo.
Algunos callejones suerte tienen del tranvía para resistir la vuelta a casa.
Al llegar a la calle San Antonio paramos en el teatro Politeama a comprar entradas para el sábado del musical Amalia, dedicado a la vida de la gran fadista
La Rua das Portas de Santo Antão repleta de restaurantes para turistas y, como siempre, camareros buscando clientela.
Este día la ginjinha tocó en el establecimiento que tiene la fama de haberla inventado, junto al Rossio. Pero lo cierto es que con el acero inoxidable, los vasitos de plástico, etc. el lugar ya no tiene el sabor de cuando los vasos se enjuagaban con un poco de agua y se podía acompañar la ginjinha con unas croquetas de bacalao absolutamente caseras.
Luego a tomar algo en la trasera de la Pastelería Suiza en la Praça da Figueira contemplando el castillo y la Alfama.
Y a cenar y dormir, en espera de bajar algo el ritmo los próximos días.
El día siguiente tocaba repetir más o menos el recorrido del primer día, pero mucho más corto. Sólo hasta el Museo de Arte Antiga.
Avenida da Liberdade.
Rossio.
Praça do Comércio
Praça do Municipio
Rua dom Luís I.
Hasta llegar finalmente a la Rua das Janelas Verdes donde se halla el Museo.
Este es sin duda el mejor museo portugués y merece dedicarle varias horas.
Hay una muy buena colección de arte portugués medieval. En ella estos dos ángeles músicos atribuidos al Maestro Huguet, uno de los grandes arquitectos del monasterio de Batalha.
Diversas obras se atribuyen a João Alfonso, escultor de mediados del XV, formado en el taller de Batalha y muy vinculado más tarde a Coimbra. entre ellas las siguientes: San Miguel, Virgen de la Leche y Santa Águeda, Santa Lucía y Santa Catalina
Entre las obras expuestas más antiguas está esta Virgen de finales del XIII, probablemente de algún taller del norte de España, que aún guarda formas románicas.
O este San Juan de la misma procedencia, algo más tardío.
Hay también obras atribuidas al Maestro Pero, de la primera mitad del XIV, como esta Virgen de la Esperanza.
Ahora bien la obra cumbre portuguesa del museo es el Políptico de San Vicente de Nuno Gonçalves.
Todavía dentro del arte portugués está esta imagen barroca de Santa Ana enseñando a leer a la Virgen, de Machado de Castro.
Hay cerámicas, orfebrería, esmaltes de Limoges como este Cristo
Y una excelente colección de pintura renacentista y barroca europea. Valgan como muestra los siguientes ejemplos.
Éxtasis de San Francisco de Luca Giordano.
Obras de Misericordia de Pieter Brueguel el Joven
Matrimonio Místico de Santa Catalina de Bartolomé Esteban Murillo
San Jerónimo de Albert Durero
Presentación de Jesús en el templo, San Antonio y San Francisco de Van der Weyden.
Y la más conocida de todas: las Tentaciones de San Antonio de El Bosco.
Salimos del museo a hora ya avanzada para comer por lo que decidimos hacerlo por los alrededores.
Tras un breve descanso, el paseo por la tarde lo iniciamos en la Praça Marqués de Pombal, centro neurálgico de las principales arterias que atraviesan la ciudad.
Luego la ruta habitual hacia el Rossio.
Decidimos entrar y dar un vistazo a la pintoresca tienda llamada Mundo Fantástico de la Sardina Portuguesa. La tienda, decorada como un circo, se dedica a vender latas de sardinas tituladas con diferentes años desde 1916. Pues, aunque parezca mentira, la gente se amontona para comprar sardinas con su fecha de nacimiento, de matrimonio, del fin de la guerra o de cuando estuvo en las Bahamas, al nada módico precio de cinco euros la lata.
Cenamos camino del hotel y al llegar a él aún tuvimos entretenimiento pues filmaban un espot publicitario bajo nuestro balcón.
Ya sábado. A empezarlo también Avenida da Liberdade hacia abajo. Primera parada a contemplar el Convento do Carmo desde el Rossio.
Las calles de La Baixa aún casi vacías.
El elevador de Santa Justa aún sin funcionar.
La mejor hora para disfrutar de la zona.
Y hacia San Jorge y la Alfama. No cogimos el mítico tranvía 28, que traqueteando sube vertiginosamente a la Alfama
Pues es mejor el bus que deja directamente en la puerta del castillo de San Jorge.
Probablemente lo mejor del castillo sean las vistas sobre la ciudad.
El castillo combina restauraciones de fragmentos de muros y torreones de diversas épocas.
Las vistas hacia el lado opuesto, desde donde se divisa toda la Alfama, son también extraordinarias.
Unos cuantos pavos reales corretean y vuelan por el interior del castillo para solaz y recreo de los visitantes.
También hay en el interior del castillo un pequeño museo con alguna curiosidad como este dintel paleocristiano con la representación de un crismón.
En los alrededores del castillo y otras zonas de la Alfama abundan los artistas y músicos callejeros como éste que pinta con café.
La Alfama hay que recorrerla despacio, perdiéndose por sus callejuelas.
Desde los miradores das Portas do Sol o de Santa Luzia las vistas se extienden a muchos rincones del barrio y hacia el Tajo
Callejeando las subidas y bajadas son constantes.
Cualquier rincón te puede sorprender como éste con un torreón de la antigua muralla musulmana.
Lugares como este lavadero estaban en uso no hace demasiados años.
Hoy en día la Alfama es un barrio limpio y cuidado, pero ha perdido el sabor popular que tenía con su olor a sardinas asadas sobre cualquier artilugio, su ropa tendida en una sinfonía cromática única, los gritos de balcón a balcón y esos personajes únicos que parecían extraídos de otra época. ¡El precio del progreso!
Antes de abandonar la Alfama dimos un vistazo a las ruinas del teatro romano.
La última visita a los pies del barrio: la Sé.
La sobriedad de su románico sigue maravillando en su interior.
Con la elegante belleza de su triforio.
Comimos antes de salir del barrio y seguimos haciendo tiempo (y postres) por las pastelerías del Rossio.
Hasta la hora del musical «Amalia». El teatro lleno y el público entregado. Amalia Rodrigues sigue siendo en Portugal el máximo símbolo del fado.
Cenamos en un resturante de comida tradicional (demasiado tradicional quizás) portuguesa y al hotel.
El día siguiente tomamos el metro para ir hasta el museo Calouste Gulbenkian.
Lo cogimos en Marqués de Pombal.
Como era domingo poca gente, muchos expendedores automáticos de billetes sin funcionar, los lectores de billetes tampoco, las puertas que no se abrían y de personal nadie. Toda una aventura el metro en domingo, pero llegamos.
Sin embargo, no debimos tomar la salida oportuna y hasta el museo tuvimos una buena caminata.
En el museo sí que había gente, pero afortunadamente la mayoría iba por las exposiciones temporales y las actividades de ese día que al museo propiamente dicho.
El museo Calouste-Gulbenkián forma parte del legado que este magnate de origen armenio dejó a Portugal, donde residió desde la Segunda Guerra Mundial. El museo expone una amplísima y heterógenea colección de obras de arte de todos los estilos y épocas que Gulbenkián acumuló durante su vida con los beneficios obtenidos en sus negocios petrolíferos donde era conocido como Mister 5 % (nada nuevo bajo el sol).
Son notables las antigüedades egipcias como esta máscara funeraria de los siglo VII-VI a. C.
O esta gata con cachorros, de época similar.
De Grecia sobresale una crátera ática del siglo V a. C., de figuras rojas.
Romanos son estos recipientes de cristal.
Persa este jarro del siglo XIII.
Probablemente sirio este vaso del XIV.
Su predilección por su país de origen es manifiesta. Biblia de principios del XVII procedente de Estambul.
También armenia es esta lámpara del XVIII.
Las colecciones de arte oriental son de lo más destacado. Leones chinos de principios del siglo XVIII.
Pato chino en cristal del XVIII.
También el medioevo europeo está presente. Díptico gótico de marfil del XIV.
La colección pictórica es de un gusto exquisito. Amores de centauros, de Pedro Pablo Rubens.
Retrato de hombre, de Anton van Dyck.
Figura de anciano, de Rembrandt.
Hay varias obras de William turner como este Naufragio de un Carguero.
Una sala completa recoge paisajes venecianos de Francesco Guardi.
La predilección del magnate por el impresionismo francés es manifiesta. Retrato de Madame Claude Monet, de Pierre-Auguste Renoir.
El deshielo, de Claude Monet.
Las bolas de jabón, de Edouard Manet.
También está representado Rodin con esta escultura en bronce de Jean D’Aire, uno de los burgueses de Calais.
Regresamos del museo hacia el centro a pie.
Comida, descanso y paseo al atardecer.
En la praça de Comércio se nos hizo de noche.
En el Museo de la Cerveza probamos el llamado pastel de bacalhau com queixo da Serra. La verdad es que me quedo con las tradiccionales croquetas de bacalao y con el queso aparte.
El lunes último día en Lisboa. Dedicamos la mañana a callejear por el Chiado.
Donde nos despedimos hasta la próxima de A Brasileira y Pessoa.
Por la tarde el centro con calma y tranquilidad.
Y el martes a madrugar y de vuelta a casa.