Pasada Semana Santa y sus multitudinarios desplazamientos turísticos, nos dirigimos hacia Auvernia, región que únicamente habíamos visitado en verano, también época de muchedumbres. Y lo cierto es que acertamos. Contemplar el románico auvernés en solitario es un auténtico privilegio.
El primer día llegamos a Clermont-Ferrand. El hotel en pleno centro, la plaza de Jaude, auténtico corazón de la ciudad.
Preside la plaza la estatua de Vercingétorix, caudillo de los arvernos que se enfrentó a Julio César. El escultor fue Augusto Bartholdi, autor del conocido León de Belfort y de la Estatua de la Libertad.
Habíamos comido deprisa en la autopista y necesitábamos cenar en condiciones. Afortunadamente en el casco antiguo de Clermont abundan los buenos restaurantes. Me resultaron inolvidables unos huevos escalfados en crema de colmenillas.
Después de cenar poca gente ya en la plaza.
Clermont tiene dos monumentos fundamentales, la catedral y Notre-Dame-du-Port, no lejanos uno del otro. A ellos dedicamos la mañana.
La fachada sur de la catedral da a la plaza de la Victoria, que preside la estatua del Papa Urbano II, que en 1095 predicó en Clermont la Primera Cruzada.
La catedral románica en la que reunió Urbano II el Concilio para preparar la cruzada fue sustituida en 1248 por el actual edificio gótico.
Pese a que ese día no pudimos acceder ni a la cripta ni al tesoro, el contenido de la catedral sigue siendo interesante.
Un reloj del siglo XVI con autómatas, procedente de Issoire, se conserva en el transepto norte.
Diversas pinturas de época gótica aparecen sobre la sacristía y en la capilla de San Miguel.
En la capilla central del deambulatorio se halla una Virgen románica de la Escuela auvernesa. Catalogada entre las Vírgenes negras, su aspecto es fruto de una repintada de 1833 sobre la policromía original.
El tímpano de la portada del transepto norte muestra una inscripción que recuerda el deísmo de muchos revolucionarios franceses de fines del XVIII. En ella se lee “El pueblo francés reconoce el ser supremo y la inmortalidad del alma”.
Al lado de la portada se levanta la torre de la Bayette, quizás lo más conocido de la catedral.
Por las plazuelas y calles del antiguo Clermont nos fuimos acercando a Notre-Dame-du-Port.
Notrte-Dame-du-Port nos recibió con su fachada occidental cuya sobriedad contrasta con el resto del edificio. El campanario es un añadido del siglo XIX, que sustituyó al original destruido por un terremoto en el siglo XV.
La fachada norte queda oculta por edificios adosados, no así la sur.
En ésta se conserva la portada con un peculiar tímpano y buena parte de sus esculturas que la rodeaban.
En el transepto hay un capitel con el sacrificio de Isaac con los nombres escritos en el ábaco.
La cabecera muestra una riquísima decoración con piedras de colores formando rosas y estrellas, y con los canecillos de rollos tan propios del románico de Auvernia.
Desgraciadamente estaba cerrado un mirador que se habilitó para contemplarla por entero.
El interior ha sido restaurado por completo, pintando los muros con el color que tenían en el siglo XIX cuando ya se había perdido toda la policromía original.
El luminoso coro muestra capiteles propios del románico auvernés, mayoritariamente historiados.
Sobre el crucero se eleva una cúpula sobre trompas.
Tanto en el coro como en la nave se repiten temas similares a los de las otras iglesias de la región. Como los grifos bebiendo en la misma copa.
O el simio ensogado y cautivo.
O las tentaciones de Cristo en el desierto.
La cripta sigue la planta de la cabecera.
Preside la cripta una virgen negra, reproducción del siglo XVIII de un icono bizantino que se hallaba en la iglesia desde el siglo XIII.
Regresamos al centro pasando por la Fontaine d’Amboise.
Y por el casco antiguo.
Hasta llegar a la plaza de Aude.
La visita a Auvernia no sería completa sin acercarse al más emblemático de sus montes volcánicos, el Puy-de-Dôme.
Hace años el acceso en coche era libre. Ahora sólo es posible para el público en general acceder a la cima en el ferrocarril de cremallera, que se inauguró en 2012. A la estación sí que se puede llegar en vehículo privado, pero también hay autobuses eléctricos desde el centro de Clermont.
Arriba, las antenas y el observatorio no se puede decir que embellezcan el paisaje. ¡El precio del progreso!
Junto a ellos conviven los restos del templo romano dedicado a Mercurio, que data del siglo II.
Si el día es claro, las vistas sobre el valle son espléndidas.
En el trayecto del cremallera se suceden las imágenes de la cadena de volcanes.
De regreso a la ciudad, aún nos dio tiempo a pasar de nuevo por la catedral y Notre-Dame-du- Port, antes de seguir disfrutando de la gastronomía.
Al levantarnos Mozac fue nuestra primera visita. A muy corta distancia de Clermont-Ferrand, estábamos allí a primera hora.
Nadie en el pueblo, ningún vehículo por la carretera de acceso. Silencio total en la calle.
En el interior imposible imaginar que aquello fuese para nosotros solos.
La iglesia del siglo XII sufrió graves daños por un terremoto y fue en buena parte reconstruida en estilo gótico en el siglo XV, pero se conservan muchos capiteles de la primitiva iglesia románica.
Algunos de ellos son excepcionales. Además, perdida su primitiva colocación, se exhiben a nivel del suelo. Tal vez el más conocido sea el de la Resurrección, especialmente la cara en que aparecen las Santas Mujeres con sus frascos de ungüentos.
Otro es el de los Atlantes, colocado también a los pies de la nave.
Situado en el presbiterio está el de los Vientos.
Coronando las columnas de la nave aparecen capiteles con las temáticas típicas del románico auvernés. Por ejemplo, escenas de vendimia.
Hombres cabalgando machos cabríos.
O la avaricia y la generosidad. Curiosamente el pecado de la avaricia es el más representado en la región. Debía ser un gran problema en la zona la usura.
Contiene otros tesoros la iglesia como el arca de San Calmin con esmaltes champlevés de finales del XII. No muy visible tras la reja protectora.
O el arca de San Austremonio, el evangelizador de Auvernia. Una de las escasas arcas pintadas que se conservan en Francia. Es del siglo XVII.
La cabecera corresponde a la reforma gótica del siglo XV.
Aunque debajo son visibles los restos de la anterior románica.
De Mozac fuimos a Ebreuil. La iglesia de San Ligero tiene la cabecera gótica y la nave románica. Desgraciadamente no la pudimos contemplar bien pues se hallaba en plena restauración.
Conserva pinturas del siglo XII en la tribuna, que no eran accesibles.
Detrás del altar se conserva el arca de San Ligero, de madera recubierta con cobre plateado, del siglo XVI.
Al oeste un nártex protege el portal románico.
En el tímpano Cristo bendice entre dos Apóstoles.
De Ebreuil a Biozat. La iglesia de San Sinforiano sigue también las normas del románico de Auvernia. Tres naves y tres ábsides, cúpula sobre trompas y capiteles esculpidos.
Algunas de las columnas y capiteles están pintados (evidentemente la pintura no es original). En los capiteles se repiten los motivos auverneses. Como en estos hombres transportando corderos.
En el jardín que rodea la iglesia se conserva un miliario romano dedicado al emperador Adriano.
Proseguimos la ruta y al cruzar un pueblecito denominado Effiat vimos un restaurante junto a la carretera. Aunque hora avanzada para Francia no tuvimos ningún problema para comer. Y no puedo hacer menos que recomendarlo por sí alguien pasa por ahí. El menú, compuesto por dos platos (una abundante ensalada y muslos de pavo a la miel), tabla de quesos, postre, café y vino incluidos, 13,50 euros. Nombre: “Le cinc mars”.
Siguiente visita, Ennezat. La antigua colegiata de San Víctor y Santa Corona es la más antigua de las iglesias mayores de Auvernia.
La iglesia consta de dos partes completamente diferentes. Las tres naves y el transepto, típicos del románico de Auvernia, construidos mayoritariamente con arcosa (piedra arenisca de tinte claro), como podemos ver en la fachada oeste.
Y la cabecera gótica, hecha con lava, que en el siglo XIII sustituyó a la primitiva románica.
En el interior las diferencias son aún más perceptibles, tanto en el estilo como en el color de la piedra. La naves con pocas ventanas quedan muy claras.
Y el coro con sus capillas radiales, pese a una mayor iluminación externa, se percibe más oscuro.
Los capiteles muestran temas propios de la región. Uno de los más destacados es el del castigo del avaro o usurero.
Es muy interesante un fresco de 1420 en el muro norte donde se representa el reencuentro de tres vivos y tres muertos.
Hay que destacar también una expresiva Piedad del siglo XVII.
De regreso a Clermont aún tuvimos tiempo para un largo paseo por la ciudad, por las calles comerciales.
Por el casco antiguo.
Y por los lugares más emblemáticos como la Fontaine d’Amboise.
O el mercado de San Pedro.
Para cenar, comida regional.
Vista ya Notre-Dame-du-Port, el día siguiente era para las cuatro grandes iglesias románicas de Auvernia: Orcival, St-Nectaire, St-Saturnin e Issoire.
La primera Orcival, en un pueblecito encantador. Dejando el coche en la carretera, el descenso es ya sensacional.
La silueta de la iglesia nos sigue guiando por las callejuelas del pueblo.
Notre-Dame-des-Ferrs está construida en piedra volcánica, integrándose perfectamente en el paisaje que la envuelve.
Junto a la puerta de acceso situada en el transepto sur se pueden ver cadenas y grilletes de antiguos cautivos que agradecían a la Virgen su rescate.
En el mismo muro hay varios relojes de sol de los cuales el más vistoso es el siguiente.
En el interior la austeridad de la nave conduce al coro.
Destaca éste con el deambulatorio por la mucha luz que transmiten sus vanos.
En la nave los capiteles muestran casi todos decoración vegetal, pero en el coro los hay de historiados con los motivos averneses. Como éste con centauros.
O éste con dos grifos bebiendo de la misma copa.
La cripta reproduce la planta de la iglesia superior, lo que también es habitual del románico auvernés. El altar en plomo dorado es una obra del escultor Kaeppelin.
La cripta también guarda una bonita talla de la Virgen de finales del siglo XIV.
Pero la Virgen que atrae multitudes cada año, sobre todo en la peregrinación celebrada por la Ascensión es la patrona de la iglesia, talla románica del siglo XII, que conserva buena parte de su decoración con placas de plata.
De Orcival a Saint Nectaire no hay gran distancia, pero las estrechas y sinuosas carreteras parece no acabarse. Los paisajes, espléndidos.
Al final se ve al fondo St-Nectaire en el valle.
La iglesia corona la pequeña villa.
La iglesia se levanta sobre la tumba del santo. Muy rehecha en 1875 tras los daños sufridos en la Revolución. Fue restaurada recientemente, acabando las obras en en 2009, y ha recuperado su esplendor.
La coloración clara de los muros la dota de gran calidez.
Como las restantes grandes iglesias de Auvernia muestra triforio y tribunas.
Entre nave y coro cuenta con más de cien capiteles esculpidos. Unos con escenas populares en la zona. Tritones con colas vegetales.
Hombres portando corderos.
O con escenas del Antiguo y Nuevo Testamento. Moisés salvado de las aguas.
En el coro las escenas suelen hacer referencia a la Pasión, Muerte y Resurrección.
La duda de Santo Tomás.
Las Santas Mujeres frente a la tumba vacía.
La iglesia guarda piezas valiosísimas como la talla de la Virgen de Mont Cornadore, de mediados del XII.
El busto-relicario de St-Baudime de fines del XII, recubierto con cobre repujado o molido (en cara y manos) y gemas desaparecidas.
O estas cubiertas de libros en esmaltes de Limoges.
La siguiente era Notre-Dame de St-Saturnin. Llegamos por las carreteritas ya conocidas, pese a que el GPS se empeñaba en hacernos pasar por caminos sin asfaltar en los que no cabía ni el vehículo.
St Saturnin está presidido por la iglesia de Notre-Dame situada en lo más alto.
Son interesantes las callejuelas medievales que conducen a ella. Algunas con nombres tan sugerentes como este Callejón del Infierno.
La cabecera está muy decorada y el campanario es el mejor conservado de la región.
Presenta esta iglesia la particularidad de no tener capillas radiales.
En los capiteles los motivos habituales como estos grifos bebiendo de una copa.
También tiene la iglesia una talla románica de la Virgen. Con muchas modificaciones de los siglos XVII y XVIII se decidió que lo mejor era dejarla en ese estado.
La cripta, de columnas y capiteles muy sobrios, tenía aberturas que comunicaban con al iglesia superior y transmitían las luces que iluminaban las reliquias.
En la cripta se puede admirar una Piedad de finales del siglo XV.
Antes de salir de la iglesia me llamó la atención la imagen de un santo que parecía estar vendimiando. Se trata de San Verny, patrón de los vendimiadores.
Al lado de la iglesia se halla la capilla de Santa Magdalena, el edificio más antiguo del pueblo.
Y hacia Issoire. Pausa para la comida y a por la última y la mayor de las grandes iglesias románicas de Auvernia, la abadía de San Austrimonio.
En reparación sus cubiertas y parte de los muros exteriores. El precio que hay que pagar para conservar el patrimonio.
Destaca la sobriedad de su fachada occidental.
Así como la portada de doble arquivolta con guardapolvo.
Sorprende ver el interior completamente pintado. Estas pinturas del XIX puede que tengan poco que ver con las de los siglos XI y XII cuando se construyó, pero nos hacen reflexionar sobre cómo eran las iglesias románicas tan acostumbrados como estamos a verlas repicadas y desnudas.
En el coro es donde más reluce la policromía de los capiteles.
El más famoso de todos es el de la Santa Cena.
Otro es el de la Resurrección en el que siempre aparecen en Auvernia las Santas Mujeres con sus frascos de ungüentos.
También los hay dedicados a escenas de la Pasión.
Sobre el crucero a gran altura se levanta la cúpula, también pintada.
La cripta, muy austera, produce sensación de grandeza.
en la cripta se conserva una arqueta con esmaltes de Limoges, que contiene reliquias de San Austrimonio.
La cabecera es armoniosa y no excesivamente decorada.
A lo largo de toda ella, entre el alero y los ventanales, hay bajorrelieves con los signos del Zodíaco.
Dejamos Issoire para ir hacia Brioude donde teníamos reservado el hotel. El hotel La Poste está cerca del centro, es nuevo, muy tranquilo y agradable.
Aún nos dio tiempo para pasear por la ciudad al atardecer. Muchos lugares pintorescos.
Edificios renacentistas y medievales.
Y rincones para detenerse un rato.
Muchos lugares en Brioude recuerdan a Mandrin, famoso truhán y contrabandista del siglo XVIII, sobre el cual existe toda una literatura y que residió aquí.
No nos retiramos hasta dar un vistazo con sol de tarde a la inigualable iglesia de San Julián, que es el gran atractivo de la ciudad.
Cenamos en el hotel. Si el hotel es recomendable, su restaurante mucho más. Alta gastronomía a precios razonables.
Madrugamos para tener el máximo de tiempo para San Julián. En realidad lo más esperado del viaje porque el resto lo conocíamos mejor o peor, pero Brioude era una completa novedad.
Es la mayor iglesia románica de Auvernia, pero muy distinta a las que habíamos visto hasta ahora. En los portales de su fachada ya se puede apreciar una decoración completamente diferente.
También en el portal sur por donde entramos.
El interior deja completamente admirado por su grandeza y armonía, desde el pavimento de guijarros hasta las bóvedas.
No sabe uno donde mirar, aunque pronto se va la vista hacia la capilla de San Miguel situada a los pies, en el lado sur, cuyos frescos son algo excepcional. Su visita la dejamos para el final
Hay capiteles magníficos como éste con grifos
O este otro con un motivo usual auvernés, las Santas Mujeres frente al sepulcro.
Hacia la zona de los pies quedan en columnas y muros muchos restos de frescos románicos.
El coro tiene las bóvedas modificadas, pero el resto es contemporáneo de las naves.
Bajo él hay una pequeña cripta, que señala el lugar donde se enterraron los restos de San Julián.
Un relicario del siglo XIX recoge los restos.
Hay muchas obras artísticas de interés en la iglesia como la Virgen del Pájaro, de fines del siglo XIV.
El inquietante Cristo leproso, también del XIV
O la Virgen parturienta, también de la misma época.
No hay que olvidar las vidrieras modernas, obra de del coreano Kim En Joong, monje dominico, en colaboración con los talleres de Chartres.
Salimos para ir a la oficina de turismo a pedir las llaves de la capilla de San Miguel. La perspectiva desde la plaza donde está la oficina es extraordinaria.
Dejando en garantía un documento de identidad dejan las llaves sin problema. Las cogimos y subimos a la capilla.
Desde arriba se obtiene otra perspectiva de la iglesia.
También se pueden contemplar de cerca capiteles difíciles de apreciar desde abajo. Hombres transportando corderos.
Las pinturas del siglo XII son una de las grandes obras maestras del románico.
El Pantocrátor rodeado por el Tetramorfos ocupa el centro de la bóveda.
Devueltas las llaves, subimos al último piso de la oficina de turismo desde donde hay otra perspectiva de la cabecera.
En Brioude era mercado, que atravesamos para ir a buscar el coche.
Muy cerca de Briouze está Lavaudieu. Allí la abadía benedictina de la Chaise-Dieu fundó, a mediados del siglo XI, un priorato para monjas, que alcanzó su máximo esplendor durante el siglo siguiente.
Lo más interesante es su claustro, el único de la región que escapó de la destrucción
El claustro tiene un segundo piso cuya cubierta la sostienen postes de roble. Por encima se divisa el campanario octogonal de la iglesia.
Sosteniendo las arcuaciones alternan columnas dobles y sencillas con decoración muy diversa.
Se conservan algunos capiteles originales. el más conocido tal vez sea el ángel bendiciendo de una ingenuidad insuperable.
En el refectorio se puede admirar una pintura de influencia bizantina, del siglo XII con Cristo y el Tetramorfos en el registro superior y la Virgen rodeada por dos ángeles y el Apostolado en el inferior.
En el mismo lugar se halla un Cristo románico.
Hay que salir del claustro a una encantadora plazuela para acceder a la iglesia.
Frescos de diversas época, mayoritariamente del siglo XIV, ocupan parte de los muros.
Hay también capiteles curiosos como éste con Adán y Eva.
Una Piedad del siglo XIV en madera policromada es otro de los atractivos de la iglesia.
Tras Lavaudieu, en ruta hacia Le-Puy-en-Velay, punto de partida de una de las más populares rutas hacia Santiago. Llegada, al hotel y al centro a comer.
Las calles del casco antiguo están llenas de fachadas estrechas (otro lugar donde los impuestos debían ir por metros de fachada) con pequeñas hornacinas devocionales.
Para hacer la digestión a Saint-Michel-d’Aiguilhe, uno de los monumentos más populares de Francia.
Paramos en la capilla de Santa Clara, del XII.
De planta octogonal, fue construida con piedra volcánica y cubierta con pizarra. Está decorada con rombos y arcos polilobulados, en lo que muchos ven como influencia oriental de los peregrinos en ruta hacia Santiago.
Debió ser la antigua capilla de un hospital de peregrinos. Interiormente es pequeña y de austera decoración.
Desde Santa Clara Saint-Michel-d’Aiguilhe parece estar más cercano.
Al llegar a la puerta de acceso ya sólo faltan los 268 escalones.
Si no hace mucho calor, se van subiendo bien.
Además los paisajes ayudan.
De todas maneras, se agradece la llegada. ¡Algo debió tener que ver la digestión!
Construida en la cima de un pico volcánico de más de ochenta metros, apenas queda un estrecho corredor que permite rodearla.
La primera iglesia de este lugar fue mandada erigir por el obispo Gotescalco a su regreso de un viaje a Santiago de Compostela. Por eso muchos ven influencias mozárabes en la decoración de la iglesia, pero lo cierto es que el edificio actual es mayoritariamente fruto de una reforma del siglo XII, incluido el campanario, destruido en 1245 y restaurado en el siglo XIX.
La portada está enmarcada por dos columnas con capiteles esculpidos. El dintel muestra dos sirenas enfrentadas y sostiene un tímpano vacío rodeado por una arcuación con motivos vegetales. Rodea el tímpano un arco trilobulado, esculpido en el interior y exterior de los lóbulos. Por encima del arco la decoración es con piedras policromadas.
La estructura del interior se ve extraña pues los constructores se vieron obligados a adaptarse al terreno.
Las columnas con capiteles esculpidos forman como un deambulatorio alrededor de una corta nave.
Son muy interesantes los frescos situados en el oratorio, datados en el siglo X y recientemente restaurados.
De un notorio primitivismo son también algunos de los capiteles.
Tras la visita, a emprender el descenso.
Aún quedaba tarde y fuimos hacia la catedral. Tras la caminata más escalones, 134 hasta la fachada oeste.
Por el camino parada a admirar los encajes, una de las especialidades de la ciudad.
Acabando la subida se puede ver la policromía formada con mosaicos y piedras volcánicas de colores.
Y tomando un merecido descanso, tras pasar la portada exterior, en el tramo escalonado que queda aún antes de la iglesia, se ven frescos del siglo XIII. La Transfiguración a la derecha.
Y la Virgen a la izquierda.
La nave sorprende por su anchura respecto a su longitud.
Preside el altar una imagen de una Virgen negra, copia del siglo XIX de la original quemada durante la Revolución.
En el transepto norte hay frescos románicos. En la tribuna.
Y en las dos capillas situadas bajo ésta.
Al norte del coro hay una capilla donde se guarda la conocida Piedra de las Fiebres. Se trata de la mesa de un antiguo dolmen, a la que desde antiguo se le han adjudicado curaciones milagrosas y que, según la leyenda, habría sido el origen de la primera iglesia construida en este lugar.
El claustro ya estaba cerrado debido a la hora. Dejamos su visita para el día siguiente y fuimos descendiendo por las callejuelas del casco antiguo.
Así nos ahorramos la escalinata, a la vez que el trayecto es más pintoresco y tranquilo.
Domingo y otra vez hacia la catedral. No subimos la escalinata sino que rodeamos el montículo para acercarnos a la puerta por donde se entra al claustro, muy alejada de la de la catedral, pues no se puede acceder desde ésta.
En la plaza Des Tables nos internamos en la ciudad.
Pasamos por algunos de los edificios más emblemáticos de Le-Puy. Como el hotel Polignac con una torre poligonal del siglo XV.
O las torres del Canciller, originarias del siglo XIII.
Ya a nivel de la catedral, junto a su cabecera se halla la plaza del For
Por encima de los edificios destaca la silueta de Nuestra Señora sobre el pináculo de lava que es la Roca Corneille.
Un edificio de la zona acoge un espacio museográfico dedicado en exclusiva al Camino de Santiago.
Al nordeste de la catedral está el Batisterio de San Juan, cerrado actualmente a las visitas ya que se están efectuando en él excavaciones y estudios que darán paso a una restauración.
Enfrente del batisterio se alza el campanario de la catedral.
Y junto a él está el pórtico de San Juan, cuya puerta -si estuviera abierta- da al transepto norte.
Llegamos justo a las nueve a la puerta que da acceso a la visita del claustro, pero aún estaba cerrada. Ese día el responsable de abrirla se retraso un poco, pero hay que reconocerle que llegó jadeante y que luego nos atendió de manera exquisita.
Desde ese lugar se divisa a la perfección la Roca Corneille.
En el claustro estábamos solos y justo al lado la catedral debía estar a esa hora repleta de peregrinos.
El jardín en plena floración armonizaba perfectamente con la policromía de las dovelas y decoración de rombos.
Originalmente románico el claustro ha sido restaurado repetidas veces. La galería este da acceso a la sala capitular.
La puerta de acceso a dicha sala está bordeada por dos pilastras estriadas muy raras que sostienen un arco decorado con dientes de sierra.
En el muro sur hay una pintura al fresco representando la Crucifixión, fechada en el siglo XIII.
La decoración de todas las galerías es similar.
Muchos capiteles son esculpidos. La mayoría son originales. Abundan los motivos vegetales.
Pero también los hay de historiados siendo quizás los más curiosos los de la galería oeste. Éste en que se representa la disputa de un abad y una abadesa por el báculo.
Y este otro con un centauro y una centaura.
En el tesoro, al que se accede desde el claustro, es de destacar la colección de vestuario litúrgico bordado.
Aunque también se exponen otros objetos como una píxide de cobre con esmaltes, del siglo XIII.
Regresamos al hotel a buscar el coche buscando algún recorrido alternativo por Le-Puy-en-Velay. Hay muchos rincones por la ciudad que merecen verse.
Pasamos junto a la torre Pannesac, del siglo XIII, que habíamos divisado de lejos por la mañana y el día anterior. Se trata del último vestigio de las dieciocho puertas fortificadas que llegó a tener el recinto urbano
Dejamos Auvernia y hacia el sur. ¡Menudas carreteras!
Tras infinitud de puertos y curvas llegamos a Ales. Desde allí a Nimes, luego Arles y finalmente La Camargue ya es otra cosa.
Ya en la carretera hacia la costa paramos en el Museo de La Camargue. Una visita para el conocimiento de los modos de vida tradicionales de la zona, su flora y su fauna.
Tras alguna parada en los estanques y marismas donde poca fauna vimos (de flamenco, ni uno).
Llegamos a Saintes-Maries-de-la Mer con las playas abarrotadas de domingueros. Lo más agradable, cuando éstos se fueron, un paseo por la playa al atardecer.
La silueta de la iglesia-fortaleza de Notre-Dame-de-la-Mer es visible desde cualquier lugar. En ella reciben culto las Santas Mujeres, que llegaron aquí milagrosamente. Desde el siglo XV se les añadió Sara, que se ha convertido en patrona del pueblo gitano.
Se iba acabando el viaje. Salimos por la mañana de Saintes-Maries-de-la Mer para ir a la cercana St-Gilles. Pueblo de antiguas calles, que formaron parte del conjunto abacial.
Desgraciadamente la fabulosa fachada de la iglesia estaba en restauración.
El interior, en el que no queda nada de la primitiva construcción, no ofrece excesivo interés. Los restos del primitivo coro están detrás de la cabecera actual y tampoco eran visitables.
Como curiosidad en una peana hay una reproducción de la Virgen de Nuria, ya que según la leyenda fue el propio Saint Gilles (San Gil) quien realizó la imagen en el siglo VIII.
La cripta sigue la distribución de la iglesia superior, excepto en la nave lateral norte, que es mucho más corta, en parte debido a la escalera
En el centro se halla la tumba del Santo, reconstruida en el siglo XIX.
En la nave lateral sur se conservan diversos hallazgos de época medieval y de época romana encontrados en el lugar.
De Saint-Gilles hacia Pézenas donde habíamos reservado el hotel. Comimos por el camino y tan pronto llegamos nos dimos un paseo por la ciudad.
Pasamos por su iglesia de San Juan del siglo XVIII, construida sobre una iglesia templaria que se derrumbó.
Eran primeras horas de la tarde y las calles comerciales aún mostraban poca animación
Lo mejor de Pézenas es su casco antiguo y a él nos dirigimos a través de la puerta Faugères
Pasos abovedados.
Pozos en la calle.
Mansiones renacentistas.
Rincones pintorescos.
Palacetes góticos.
Varias calles están repletas de tiendas y talleres artesanos. Algunos muy interesantes.
Los restos del pasado siguen surgiendo por doquier.
Se ha sabido preservar lo antiguo dotándolo de vida pues la mayoría de los edificios están habitados.
En lo alto está el antiguo castillo -propiedad privada no visitable- por eso hay calles con buen desnivel.
Las obras de arte no siempre es necesario resguardarlas en los museos. En la fachada de esta casa, debidamente protegida, hay una Piedad del siglo XV.
Algunas casas conservan elementos defensivos del pasado.
O torreones como el Hôtel de Lacoste.
Abundan los establecimientos y lugares que recuerdan a Moliére, quien a mediados del XVII tuvo con su Teatro grandes éxitos en la ciudad, donde le protegió el príncipe de Conti, gobernador del Languedoc.
Al hotel a cenar y a dormir y al día siguiente, regreso. ¡Hasta otra!
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