Un país y una cultura legendaria que por diversas causas aún nos eran desconocidos. Había que ir y eso hicimos, partiendo el 31 de marzo.
Embarque hacia El Cairo.
Allí a enlazar con el vuelo a Luxor.
Llegada a Luxor, la antigua Tebas, capital del Alto Egipto y durante siglos de todo el país.
Y traslado al crucero donde pasaríamos los primeros días. Lo único que quedaba ya era cenar algo y a descansar un rato.
Y al poco a levantarnos. Dadas las, por lo general, elevadas temperaturas vale la pena empezar las visitas a primera hora, más siendo un país donde con las primeras luces del alba ya empieza la vida.
Dejamos el barco y el Nilo para coger el autobús.
Y pronto llegábamos al primer destino, el templo de Karnak
A esa hora con el sol levantándose al fondo el impacto que produce la entrada entre dos enormes pilones es excepcional.
Entre las ruinas aún no aparecían las riadas de turistas.
Las inmensas ruinas de Karnak no pertenecen a un único templo sino a un conjunto de santuarios construidos a lo largo de dos mil años. El más importante de ellos, destinado a Amón-Ra ocupa la parte central.
Esfinges con cabeza de carnero protegen los accesos.
Ver una columna aislada con fuste y capitel de enorme tamaño sorprende, pero aún es más extraordinario pensar que formaba parte de un bosque de columnas similares en una sala hipóstila.
Los primeros bajorrelieves con jeroglíficos que aparecieron a nuestra vista, muy deteriorados, no eran más que un pequeño anticipo de los kilómetros grabados en muros, dinteles o columnas, que llegaríamos a ver..
Una columnata y un gran pilón hacen de fondo a una esfinge.
La esfinges son esculturas de rostro humano y cuerpo de animal.
Bajo la columnata, una larga serie de carneros protectores.
Abundan las estatuas apoyadas en pilares o muros que muestran los brazos cruzados sobre el pecho sosteniendo en las manos un cetro y otros símbolos de poder, aunque en este caso estén muy deterioradas y falten las coronas sobre la cabeza.
Columnas con capiteles papiriformes, abiertos o cerrados, se multiplican conforme penetramos más al interior del templo.
También se elevan hacia lo alto un par de obeliscos.
Y los muros con inscripciones son suficientes para ocupar semanas a quienes los sepan descifrar.
Un animal muy venerado en el antiguo Egipto fue el escarabajo. Se le relacionó con el dios Ra, dios solar y creador de la vida y, más tarde, fue usado como amuleto. En Karnak hay una gran estatua del escarabajo. Frotar su basa al parecer daba suerte. Otros se conforman en dar tres vueltas a su alrededor. No sé si vale la pena ir a Egipto por eso con la de escarabajos peloteros que tenemos por aquí.
El lago tenía diversas funciones rituales, entre ellas servir para las abluciones de los sacerdotes.
En algunas columnas se puede observar que la afición de los visitantes para dejar sus huellas mediante graffitis viene de antiguo.
Nos despedíamos de Karnak entre carneros, pero no los dejaríamos de ver pues la gran avenida que unía los templos de Karnak y Luxor estaba completamente rodeada por ellos.
La figura del carnero la incorporaron los egipcios tras la conquista durante el Imperio Medio del reino de Kush (baja Nubia) al identificar el dios principal del reino de Kush, que tenía cabeza de carnero, con Amón.
El templo de Luxor se halla también en la orilla oriental del Nilo. Más pequeño que Karnak, pero mejor conservado.
El interior de este templo es mayoritariamente de tiempos del faraón Amenofis III, probablemente obra del arquitecto Amenhotep. Ramsés II completó el interior. Estaba dedicado a Amon, aquí identificado con el dios itifálico Min.
Al llegar nos reciben dos enormes pilones con una gran estatua de Ramsés II frente a cada uno de ellos y con inscripciones que recuerdan una batalla contra los hititas. También vemos a la izquierda un obelisco. Éste también tenía su pareja, pero Mohammad Alí lo regaló a Francia en 1835 y ahora preside en París la plaza de la Concordia.
Hacia el interior se accede a un primer patio peristilado, quedando a la izquierda una mezquita construida en el siglo XIII por el jeque Abu el Aggag.
Otras grandes otras colosales estatuas de Ramsés II preceden la columnata procesional de Amenhotep III
Todas las columnas son papiriformes.
A continuación se llega al patio de Amenhotep III.
Amenhotep III aparece representado junto a su esposa.
Al final se encuentra un santuario de época romana en cuyo interior se mezclan construcciones y pinturas de época faraónica, alejandrina y paleocristiana.
Desde la calle que rodea el templo por el este y el sur se obtienen las mejores perspectivas del conjunto.
Tras Karnak y Luxor había que cruzar a la otra orilla del Nilo para visitar el resto del conjunto arqueológico de los alrededores de la antigua Tebas. Eso hicimos en una de las muchas barcas que surcan las aguas.
Al otro lado, en la zona cercana al río, canales y huertas.
Pequeñas aldeas.
Y hasta cementerios.
Pero a escasa distancia de las influencias benéficas del río ya únicamente la desolación del desierto.
Y mucho calor y mucha gente en el Valle de los Reyes.
Visitamos algunas tumbas como la de Ramsés IV. Las explicaciones a pleno sol se hacían durillas.
Lo más interesante sus pinturas, pero con prohibición de hacer fotografías. Ahora bien, alguna que otra se hizo.
La tumba de Tutankamón, la más popular, pese a que los extraordinarios tesoros hallados en ella se encuentran en el museo de El Cairo.
Se pueden contemplar las pinturas de las paredes y su momia-
Del Valle de los Reyes nos dirigimos a una fábrica de alabastro.
Allí asistimos a una exhibición para turistas, a la vez cómica y deprimente.
Y a seguir con templos. Ahora en la zona de Deir el Bahari. Allí destaca sobre el resto el templo de Hatshepsut, el “sublime entre los sublimes” como lo denominaron en la antigüedad.
Hatshepsut tras una larga historia de intrigas, matrimonios incestuosos, muertes prematuras, conjuras palaciegas y el apoyo de la casta sacerdotal que la confirmaba como hija directa de Amón llegó a reinar como faraona de la XVIII dinastía en Egipto entre 1490 y 1468 a. C.
Su actividad constructora fue muy importante destacando sobre todo este templo funerario que debía acogerla. Encomendó la obra a Senenmut, su arquitecto favorito (al parecer no sólo como arquitecto).
La estructura en terrazas a las que se accede por rampas y su situación bajo la roca lo convierten en algo realmente espectacular.
La visión es maravilloso tanto de cerca como de lejos. A mí, aunque decirlo parezca una auténtica herejía, me impactó más que Abu Simbel.
En los alrededores había muchos más templos y construcciones de los que no quedan muchas cosas como esta esfinge, una de las muchas que protegían el camino de acceso.
A la derecha de la segunda terraza está la capilla dedicada a Anubis con magníficas pinturas.
Anubis, el dios con cabeza de chacal, vinculado a la muerte y a la vida ultraterrena.
Una columnata formada por pilares precedidos de figuras osiríacas es la antesala del templo propiamente dicho.
Las pinturas y relieves del templo hacen referencia al origen divino de Hatshepsut y a una expedición realizada al país de Punt, posiblemente hacia la actual Eritrea.
En el lado izquierdo está el santuario de Hathor, la única diosa representada en los capiteles en los templos a ella dedicados
Hathor, la diosa-vaca aparece también en los grabados y pinturas.
Pinturas muy abundantes en el santuario interior.
Abandonando el templo por las rampas aún pudimos contemplar las representaciones de Horus, el dios-halcón celestial.
Regresando hacia el Nilo íbamos pasando ante un continuo de increíbles ruinas merecedoras todas ellas de una detenida visita. Aquí nos empezamos a hacer a la idea de que conocer un mínimo Egipto no requiere unos días sino meses o tal vez años.
Vimos lo que según la leyenda fueron los graneros de José.
Templos de diferentes épocas.
Estatuas gigantescas.
Para detenernos en los Colosos de Memnón. Estas descomunales estatuas es lo que queda del templo de Amenofis III.
Muy dañados por el terremoto de 27 a. C. uno de ellos producía sonidos al amanecer, fenómeno que describió Estrabón. No era magia sino simplemente los movimientos producidos por la dilatación de la piedra al cambiar bruscamente la temperatura de la noche al día. Restaurados en el siglo II se acabaron los sonidos.
Con sonidos o sin ellos, los más de dieciséis metros de cada uno los siguen haciendo imponentes. Supongo que en solitario con las primeras luces del alba aún más.
Los Colosos están muy cerca del río, que había que volver a cruzar desde un punto donde quedaba enfrente el templo de Luxor.
A cruzar.
Y al crucero
Donde nos esperaba la cama decorada por los empleados con las toallas. ¡A descansar y dormir!
Mientras, íbamos navegando aguas arriba.
Ya anochecido, subimos a cubierta a ver en Esna el cruce de la esclusa. Ésta se sitúa en el lugar donde había unas cataratas y permite salvar el desnivel.
Todo ello con la luna brillando sobre el Nilo.
El día siguiente a madrugar incluso más de lo necesario. Ver amanecer en el Nilo, junto a la ciudad de Edfú, no ocurre todos los días.
La cubierta estaba a esa hora bien despejada.
Y en la orilla ya esperaban las calesas que nos habían de transportar, tras el desayuno, al templo de Horus.
No está lejos el templo de la orilla y, pese a que ni la puesta a punto del vehículo ni del caballo eran una maravilla, en unos minutos llegábamos.
Desde lejos son bien visibles los dos grandes pilones de un templo que está muy bien conservado.
Antes de llegar al templo propiamente dicho quedan restos de otras construcciones anteriores o contemporáneas.
Y de la muralla de adobe que en algún momento debió rodear todo el recinto.
Este templo, obra del período helenístico, con Egipto bajo el dominio de la dinastía ptolemaica se construyó entre 237 y 57 a. C. cuando Edfú recibía el nombre de Apolinópolis Magna.
Separado miles de años de mucho de lo que habíamos visto el día anterior, nos hace explícito como no es posible hablar de manera unitaria de cultura egipcia sino de muy diversos períodos culturales en el Antiguo Egipto.
Los dos pilones que rodean la entrada están llenos de grabados que proporcionan detalles sobre la construcción.
El templo estaba dedicado al dios Horus, que más tarde fue identificado con Apolo. Una estatua de Horus, el halcón, con la tiara doble del Alto y Bajo Egipto nos recibe a la entrada.
Los grabados no dejan resquicio alguno, muros laterales, columnas y techos están llenos de ellos por completo.
El peristilo del patio muestra capiteles con muy diversas formas, flores de loto y papiro, abiertas y cerradas, combinan con palmas y estructuras campaniformes.
La representación de barcas, cuyo papel no era sólo práctico sino también ritual, es abundante en los muros.
Al penetrar hacia el interior entre bosques de columnas con variados capiteles la luz es cada vez más escasa sumiendo antes a los fieles y ahora a los turistas cada vez más en la penumbra.
En una capilla se conserva la barca en que la diosa Hathor desde el templo de Dendera llegaba a Edfú en una gran ceremonia anual para visitar a Horus.
Los egiptólogos han llegado a obtener muchísima información de la gran cantidad de inscripciones que conserva Edfú.
Muy frecuentemente se repite el disco solar tanto alado como entre serpientes.
Entre los animales se repite el hipopótamo, asociado el macho generalmente a las fuerzas del mal. En África sigue siendo el animal que más muertes de seres humanos causa.
En el pasillo situado al este del templo pudimos observar un nilómetro. El escalón que llegaba a alcanzar el agua en las crecidas anuales del Nilo servía para fijar las cargas impositivas. A más nivel de agua, mayor aportación de fertilizantes y mejor cosecha.
Antes de dejar el templo nos detuvimos junto a la figura de Horus del patio interior, mejor conservada, para hacer las fotos de rigor.
Había menos gente y pudimos disfrutar más del patio.
Y de los pilones.
Al regresar al camarote esta vez nos esperaba un cocodrilo.
Comimos y a navegar por el Nilo.
No eran muchos los barcos con que nos cruzábamos. Está lejos Egipto de los niveles turísticos que llegó a alcanzar.
Paulatinamente nos fuimos acercando a Kom Ombo.
Su templo se levanta justo en la orilla del río.
Aunque aquí hubo un templo originario de la XVIII dinastía, lo que podemos ver actualmente es, al igual que en Edfú, obra de época ptolemaica.
Enterrado en la arena durante siglos, se conserva aceptablemente. En realidad es un templo doble pues una parte está dedicada a Sobek, el dios cocodrilo, de la fertilidad y la vida, a su madre Hathor y a su hermano Jonsu, mientras la otra lo está a Horus, Tasenetnofret, la diosa hermana cuyo culto tardío la asimiló a Hathor, y Panebtawy, dios niño, señor de los dos países, que encarnaba la realeza..
A la entrada podemos ver columnas típicas del Egipto helenístico sosteniendo un arquitrabe donde se repite el disco solar alado entre dos cobras.
Este símbolo, común a otras culturas del Medio Oriente, tuvo siempre en Egipto un papel protector, asociado primero a Ra y luego a Horus. En época ptolemaica fue un amuleto popular.
Los capiteles, más que en Edfú, combinan la tradición egipcia con formas de loto y papiro con hojas y tijas más complicadas.
Hay zonas, como en estas columnas, donde los grabados se conservan extraordinariamente bien.
Los paneles con escenas informan muy bien sobre los rituales sagrados, siendo perfectamente identificables los dioses en las diversas acepciones que llegan a tener en la complicada mitología egipcia.
De algunos símbolos no he podido hallar ninguna información como de este extraño animal posado sobre una flor de loto y acompañado de una estrella de cinco puntas.
En todo Egipto contrasta el incesante trajín de los turistas ávidos de empaparse de miles de años de historia en unos días con la tranquilidad de los nativos, que, sin haber leído a Foucoult, conocen perfectamente lo que es ser un pliegue en el tiempo.
Al lado del Nilo y en un templo dedicado a Sobek no pueden faltar cocodrilos en sus muros.
También se repite a menudo Hathor en su aspecto vacuno con el disco solar entre los cuernos.
Y lechuzas, liebres, … presentándonos un zoológico casi al completo.
Probablemente el relieve más fotografiado en Kom Ombo es un panel mandado grabar por el emperador romano Trajano en el que se representan los instrumentos empleados en cirugía en aquellos tiempos
Atardecía ya.
E iban desapareciendo los visitantes.
Quedábamos nosotros.
Un vistazo al nilómetro.
Y a disfrutar de una puesta de sol de ésas que valen la pena
En las inmediaciones del templo hay un museo de cocodrilos momificados y disecados.
Subimos al barco, cena, vestuario nuevo y de fiesta egipcia.
No faltaba ni el faraón.
No duró demasiado la fiesta pues no es que hubiese que madrugar sino levantarse en plena noche para llegar pronto a Abu Simbel.
El amanecer en el desierto nos sorprendió faltando ya poco trayecto.
Al otro lado la luna llena aún brillaba.
En el inmenso desierto egipcio pocas construcciones rompen la monotonía del paisaje.
Arena, mucha.
La visión del agua y de algo de vegetación nos anunciaba que estábamos llegando.
En el aparcamiento y la entrada no se ve nada. ¿Dónde estarán los templos?
Un corto recorrido nos acercó a las primeras señales de que algo grande nos esperaba.
Y, desde luego, se trata de algo grande.
Debido a que quedaban inundados por las aguas con la construcción de la presa de Asuán, los templos de Abu Simbel fueron trasladados piedra a piedra entre 1964 y 1968 a su actual ubicación.
Tras contemplar unos minutos la fachada del gran templo de Ramsés II con su puerta enmarcada por las cuatro gigantescas estatuas del faraón, decidimos visitar primero el templo de Nefertari, situado algo al norte.
Este templo lo mandó construir Ramsés II para su esposa Nefertari, dedicándolo al mismo tiempo a Hathor como diosa de la belleza y el amor.
También lo presiden unas colosales estatuas, en este caso cuatro de Ramsés y dos de Nefertari con los atributos de Hathor situadas entre ellas. Cada una tiene una altura de diez metros. A sus pies hay estatuas más pequeñas de los hijos.
Que estamos ante un templo dedicado a Hathor se ve justo entrar. Es su imagen la que vemos en los pilares.
En los grabados, muy bien conservados, podemos ver toda la simbología más frecuente de la mitología egipcia. Aquí, Hathor en forma de vaca sobre una barca y rodeada por flores de loto. Debajo el símbolo solar alado.
El faraón con la doble corona dialoga con Horus-Ra.
O con Anubis y Hathor.
Podemos ver en un grabado un faraón sin corona con la barba postiza, cetro, flagelo y demás atributos que lo identifican como tal.
En esta escena Horus y Anubis parecen sostener la doble corona
Salimos y nos dirigimos hacia el templo mayor.
El conjunto de la fachada mide 38 metros de ancho por 33 de alto. Su construcción se completó hacia 1265 a. C.
En un nicho sobre la puerta, centrando el conjunto, hay un bajorrelieve del dios Ra-Horajti. Esta identificación de Ra con Horus fue la más venerada en Egipto a partir de esta época durante varios siglos.
Completan la parte baja de la fachada estatuas de familiares del faraón y arriba hay una hilera de monos con los brazos en alto.
Había que inmortalizarse en un lugar tan emblemático y ahí está el grupo.
Tras la entrada se encuentra la sala hipóstila soportada por ocho pilares que tienen adosada la figura de Ramsés identificado como Osiris.
Las salas son cada vez más pequeñas y oscuras como es habitual en Egipto. El santuario al fondo alberga las imágenes de Amón, Ramsés II, Ra-Horajti y Ptah. Estas imágenes presentaban la curiosidad de estar iluminadas por los rayos del sol dos días al año (los del nacimiento y coronación de Ramsés) menos la de Ptaah al ser un dios del inframundo. Al trasladar el templo los ingenieros intentaron reproducir el fenómeno y al parecer lo consiguieron aunque con un día de retraso. Quienes somos algo escépticos ante esas maravillas de cálculo lo que podemos ver es el fenómeno cualquier día del año y ahí está la foto.
Las salas laterales muestran muchas escenas de batallas y toma de prisioneros, generalmente de la lucha contra los hititas.
El faraón tirando flechas desde su carro es quizás la imagen más conocida.
Dejamos Abu Simbel y al regreso más desierto.
Únicamente vimos agua al cruzar un canal de reciente construcción que ha de poner en regadío una gran extensión.
Ya más hacia el norte aparecen pequeñas aldeas y cada cierto trecho garitas militares elevadas.
Antes de comer paramos en la presa de Asuán. No tiene un mayor interés que contemplar el segundo lago artificial más grande del mundo.
La construcción de la presa en época de Nasser suponía evitar las catastróficas inundaciones que periódicamente se producían a lo largo del Nilo y garantizar al país el suministro de energía eléctrica. El proyecto fue -y es- muy controvertido y se realizó entre 1960 y 1971 bajo dirección soviética.
Un curioso monumento en forma de flor de loto recuerda la cooperación soviética en la construcción de la presa.
Y entramos en Asuán. Con aproximadamente un millón de habitantes es la ciudad más importante del Alto Egipto.
Pasamos por las tumbas de los fatimíes. Son del siglo XI y XII y se caracterizan por su construcción en ladrillo, su revestimiento en estuco y sus cúpulas.
Los fatimíes, surgidos en el Magreb, formaron un califato chiíta, que tuvo su centro en Egipto en la época de su máximo esplendor (finales del X hasta el XII), pese a que la mayoría de la población seguía siendo sunita.
En las cercanías del Nilo aparece el Asuán más moderno.
Comimos en el crucero y por la tarde tomamos una faluca para dar un paseo por el Nilo alrededor de la isla Elefantina. En realidad las actuales lanchas a motor tienen poco que ver con las tradicionales falucas a vela milenarias.
Los tripulantes de la faluca cantan y bailan al son de precarios instrumentos para el jolgorio del turista.
De paso también pueden venderte las más inverosímiles chucherías y abalorios. La verdad es que es Egipto el país donde más me he sentido “turista” en el sentido peyorativo de la palabra.
Los niños nubios en artilugios fabricados de cualquier modo se desplazan a gran velocidad por el río hasta las embarcaciones para cantar o vender alguna cosa a los pasajeros.
Desde diversos puntos se divisa sobre una colina de la orilla occidental el mausoleo del Aga Khan, esposo de la famosa Begum, que llenaban las páginas de las crónicas rosa en nuestra infancia.
Pequeños poblados y establecimientos aparecen aquí y allá, tanto en la isla como en tierra firme.
Los niños pueden surgir en cualquier sitio. Afortunadamente parece que no hay accidentes.
Paramos en un lugar donde alquilaban paseos en camello.
Quienes quisieron lo pudieron dar. Otros -como yo, enemigo manifiesto de esos bichos tras malas experiencias- les esperamos en la barca. mientras los veíamos pasar a lo lejos.
Reunido el grupo, descendimos para ver un poblado nubio.
Entramos en la escuela a recibir lecciones de lengua árabe y nubia.
Luego, en una casa.
Tras al entrada la mascota. En este caso un cocodrilo.
La familia también nos cantó y bailó.
La bailarina principal sin complejos estéticos.
Finalmente nos obsequiaron con pan, miel y quesos de producción propia.
Tuvimos que acabar la visita pues se fue la luz eléctrica y regresamos a la embarcación con linternas.
Tras pasar nuestra última noche en el crucero de nuevo a tierra.
La primera parada en una antigua cantera.
Allí es todavía visible un gran bloque que tenía que haberse convertido en un obelisco y que una fractura en la roca obligó a descartarlo como tal. Conocido como el obelisco inacabado se calcula que hubiera medido cuarenta y dos metros y pesado cerca de mil trescientas toneladas
En las calles de Asuán el tráfico no es denso y abundan aún los vehículos de otra época.
Los peatones tampoco ven necesidad de esperar pasos de peatones o semáforos. Además los pocos que hay, si funcionan, nadie los respeta.
Y otra vez al Nilo para ir en barca hasta la isla donde se halla el templo de Filae
Desde principios del siglo XX la isla de Filae o Filé con sus construcciones de época ptolemaica y romana estaba amenazada de quedar sumergida por las aguas. Con los recrecimientos de la antigua presa quedaba gran parte del año inundada. Al construir la actual, antes de que todo quedase sumergido para siempre, la UNESCO realizó un proyecto para trasladar el conjunto a la vecina isla de Agilkia. Así se hizo, como en Abu Simbel, entre 1972 y 1980.
Contemplar el templo desde el río ya es un espectáculo.
Nectacnebo I de la XXX dinastía, penúltimo faraón egipcio, antes de la colonización griega y la dinastía prolemaica, empezó este templo dedicado a Isis, hermana de Osiris y madre de Horus, diosa egipcia de la maternidad cuyo culto se extendió posteriormente por todo el mundo grecorromano.
Lo primero que llama la atención al llegar es la gran columnata romana situada a la izquierda.
Con capiteles muy reelaborados, pero que en ningún momento abandonan la tradición egipcia.
A la derecha hay otra columnata menor en la que se alojan dos pequeños templos y enfrente los primeros pilones que enmarcan la puerta de entrada al templo de Isis.
Los bajorrelieves representan al faraón realizando ofrendas y venciendo a sus enemigos.
Dos leones custodian la puerta.
A veces van acompañados de algún otro guardián, pero este último más pendiente de las propinas que de posibles profanadores.
Tras la puerta un gran patio peristilado precede los otros pilones que abren paso al santuario propiamente dicho.
Las columnas repiten los motivos de época grecorromana.
Apareciendo Hathor, identificada con Isis, en el ábaco.
En el interior diversas inscripciones en griego y símbolos recuerdan la transformación del templo en iglesia cristiana a partir de la época de Justiniano.
En los relieves se puede ver la identificación de Isis con Hathor.
Y como en la representación de las figuras antropomorfas perduró el denominado perfil egipcio, aunque en el mundo grecorromano las perspectivas fuesen mucho más naturalistas.
La visión lateral permite darnos cuenta de la grandiosidad del templo.
Situado al este del templo está el denominado quiosco de Trajano, elegante construcción de planta cuadrada soportada por catorce columnas con decoración vegetal.
Este edificio se abre hacia el Nilo pues debió tener como función recibir las barcas procesionales.
Alejándonos de la isla aún disfrutamos de sus últimas imágenes.
Antes de comer y de irnos de Asuán aún nos tocaba tienda. en este caso de esencias y perfúmenes.
Y adiós a Asuán.
Vuelo corto y en poco rato estábamos en El Cairo. Allí larga espera a la policía que nos tenía que escoltar. Cuestión más burocrática que práctica porque durante el trayecto al hotel pronto desaparecieron.
Instalaciones modernas cercanas al aeropuerto
que pronto dejaron paso a la ciudad abigarrada, variopinta y de tráfico caótico.
Quizás estuvimos un par de horas para llegar al hotel, pero íbamos viendo El Cairo.
Especialmente sus terrazas polivalentes. Son a la vez estaciones de telecomunicaciones, trasteros, vertederos y corrales para gallinas, patos e incluso cabras.
Por fin al hotel. Desde la última planta, la veinticuatro, buenas vistas sobre el Nilo, pero el aire contaminado no animaba a estar en la terraza.
Y por la noche al espectáculo de luz y sonido en las Pirámides. En primera fila y en español, un lujo.
Tras conocer la Esfinge de Gizeh de memoria por el cine y las fotos, tenerla enfrente sin nada que se interponga entre ambos es inenarrable. Más que el “Padre del Terror” como la denominaron los árabes parecía una amiga de toda la vida.
Hacia fresco, pero no se notaba. El espectáculo era único, no tanto por las luces y sonidos sino por la magia del lugar.
Allí se entiende perfectamente el dicho egipcio: “El universo teme al tiempo, pero el tiempo teme a las pirámides”.
Y a soñar con ellas.
Por la mañana al mismo sitio.
Primero a la de Keops, la mayor.
Keops fue un faraón de la cuarta dinastía que hacía 2550 a. C. mandó construir esta pirámide, que debería contener sus restos mortales para la eternidad. Es la única de las siete maravillas del Mundo Antiguo que ha llegado a nuestros días. La cantidad de bloques empleados en su construcción y el peso total que se les estima nos dan cifras astronómicas, resultando aún hoy un misterio cómo pudo realizarse tamaña obra con los medios de la época. Dejando aparte teorías sobre dioses, extraterrestres, viajantes del futuro, etc, tan a gusto de los esoteristas.
Se puede recorrer parte de su interior por estrechos pasadizos y fuertes desniveles.
Un servidor, poco dado a aventuras de esa índole, aprovechó, mientras los demás entraron, para dar la vuelta hasta el otro lado e ir observando de cerca los sillares y el deterioro y expolio de los mismos sufrido a lo largo de siglos.
Muy cerquita de la de Keops se levanta la pirámide de Kefrén, que se creía más alta que la de Keops dado que se edificó en lugar más elevado. Hoy en día puede que lo sea porque la cúspide de la de Keops se ha erosionado, en cambio ésta conserva en su parte superior el revistimiento original.
Kefrén era hijo (¿o hermano?) de Keops y fue su sucesor.
Es difícil contemplar con tranquilidad las pirámides, sobre todo en solitario ya que eres el objetivo de todos los camelleros, guerreros disfrazados y voluntarios dispuestos a hacerte una foto o a que se la hagas.
Al regresar al punto e partida ya salían los visitantes del interior. La desaparición de sillares y del revoco ha transformado las paredes en escalones.
Fuimos en el autocar hasta el punto desde donde se contempla bien el conjunto.
Allí la foto inmortalizadora.
Hubo quienes tuvieron el buen criterio de recorrer en calesa -también se puede hacer en caballo o camello- la zona para ir hasta el próximo lugar de parada situado entre las pirámides de Kefrén y Mikerinos.
Poco más tarde que nosotros llegaba la calesa.
La pirámide de Mikerinos, el hijo de Kefrén, es notoriamente menor que las otras dos. Al sur de ella se levantan otras pequeñas pirámides sin acabar.
Las carreteras, evidentemente necesarias, desfiguran el entorno.
Y hacia la Esfinge.
La Esfinge es contemporánea de las pirámides. Mide casi sesenta metros de largo por veinte de altura. La cabeza simboliza el faraón (la sabiduría) unida al cuerpo de un león (la fuerza).
La nariz y las orejas de la Esfinge fueron destrozadas en el siglo XIV por un jeque integrista islámico al que molestaba la veneración que los egipcios tenían por ella.
Al salir pasamos por el lugar en que habíamos estado sentados la noche anterior en el espectáculo de “Luz y Sonido”.
Después tocaba tienda. Ahora de papiros.
Y regreso a las pirámides para comer justo enfrente. La vista desde el restaurante no podía ser mejor.
La comida, en teoría egipcia auténtica, regular. Y más que egipcia parecía una amalgama de sabores griegos, turcos y chinos internacionalizados para turistas.
Los postres, eso sí, excelentes.
El arroz con leche, no tanto.
Por la tarde a la necrópolis de Saqqara atravesando pintorescos barrios multicolores.
La necrópolis se extiende por el desierto. Pronto se divisa lo que es su monumento más conocido, la pirámide escalonada del faraón Zoser.
Primero entramos en el museo Imhotep, nombrado así en honor al arquitecto egipcio diseñador de la pirámide escalonada y primero de nombre conocido.
No es una gran colección, pero sí que contiene algunas piezas muy interesantes de las halladas en la zona. Por desgracia es de esos lugares donde aún se impide tomar fotografías, aunque siempre se puede obtener alguna a hurtadillas..
La estatua de Akhethotep (2504-2347 a. C.) manifiesta las características principales de la estatuaria egipcia, rigidez, hieratismo, pierna izquierda adelantada, brazo tendido a lo largo del cuerpo, …
Una pequeña capilla alberga las imágenes de Meri, tutor del faraón Pepi I, y su esposa Bebty (2504-2216 a. C)
Fuimos luego a la tumba de Kagemni, canciller del faraón Teti I de la VI dinastía.
Tampoco se pueden hacer fotografías, pero una buena sintonía traducida en un par de euros con el vigilante y algo de discreción hicieron posible hacerlas de los magníficos bajorrelieves, muchos conservando la policromía, que representan mayoritariamente escenas de cría de animales, caza y pesca, y la entrega de lo obtenido como ofrendas.
Es curiosa la representación de la lucha entre un hipopótamo y un cocodrilo.
La zona la custodiaba un policía a camello.
Fuimos a la pirámide escalonada y su recinto.
Una de las puertas de la muralla que lo rodea da a una columnata que desemboca en el gran patio.
La pirámide escalonada fue construida por Imhotep por órdenes del faraón Zoster entre 2635 y 2615 a. C.
Se cree que es la primera pirámide del mundo. Hasta entonces el enterramiento era en mastabas, construcciones en adobe de base rectangular y lados inclinados.
La pirámide en realidad no es más que un conjunto de mastabas de tamaño decreciente colocadas una encima de otra.
La pirámide se halla en peligro de derrumbarse y desaparecer. Una desafortunada intervención hace años agravó el problema y no se sabe si llegará a tener solución.
Cuando se abandona la necrópolis enseguida aparece el palmeral cercano al Nilo.
Y la población en la que existen diversas escuelas donde se enseña el arte de tejer alfombras.
Regreso a El Cairo. Ese día ya habíamos tenido la suficiente dosis de egiptología.
Y amaneció el viernes. Es el día festivo para los musulmanes y las calles a primera hora casi estaban desiertas.
El Cairo estaba hasta silencioso.
Destino, la Ciudadela. Esta gran ciudad fortificada fue mandada construir por Saladino a partir de 1171 cuando echó del poder a los fatimíes, que habían gobernado Egipto durante dos siglos, y devolvió el país a la ortodoxia suní.
Rodeamos sus murallas.
Y entramos en su interior.
El monumento principal es la mezquita de Mohammad Alí, llamada también mezquita de alabastro, construida a partir de 1830.
A la entrada se encuentra el patio centrado por la fuente de las abluciones.
El interior está centrado por una gran cúpula, hecha reconstruir por el rey Faruk tras el hundimiento de la original en 1931.
Bajo la cúpula una gran lámpara ilumina la sala.
Al este, en dirección a La Meca se sitúa el mihrab, el nicho que señala adonde hay que dirigir la mirada en el momento de la oración. A su lado hay un minbar, púlpito desde donde se dirige la oración, de mármol.
El rey Faruk mando añadir otro minbar de madera dorada.
Las vistas de El Cairo que se divisan desde el exterior de la mezquita son inmensas.
Dejamos la ciudadela.
Y nos dirigimos hacia el barrio copto. en la ciudad ya se veía más movimiento pues empezaba el mercado del viernes, el más importante de la semana.
El barrio copto estaba tranquilo. Allí, aunque el viernes sea también festivo, las celebraciones litúrgicas principales son el domingo.
Para entrar en él, tanto personas como vehículos, hay que pasar una reja bajo control policial, dados los cada vez más frecuentes atentados contra la población cristiano-copta.
Libros, imágenes, fotografías y artesanía en general nos presentan otra cultura que ha logrado sobrevivir durante siglos en un Egipto oficialmente musulmán,
Los recuerdos cristianos como la Huída a Egipto, están omnipresentes.
La tradición sigue identificando muchos lugares con hechos de la historia bíblica. Aquí estaría el lugar donde Moisés fue salvado de las aguas.
Pasear por esas calles en calma tiene que ser una delicia.
La iglesia de San Sergio y San Baco data del siglo XIII y según la tradición se construyó sobre el lugar donde se refugió la Sagrada Familia en su huida.
Para salir del barrio otra vez los controles.
Y de nuevo al caos.
Ese día afortunadamente aún con poco tráfico.
Pero el mercado del viernes con movimiento.
De todos modos no era agobiante. Sólo hubiera faltado que a la insistencia de los vendedores se hubiese añadido el apretujamiento habitual en muchos mercados musulmanes.
Productos de lo más variado y polícromo.
Se acercaba mediodía y mucha gente ya se iba por haber realizado sus compras.
O para preparar la oración del viernes. Imprescindible para todo buen musulmán.
Algunos no son tan devotos, pero la mayoría sigue los rezos y pregarias.
Cerca de la plaza está el café el Fishabi o de los Espejos de donde era asiduo el premio Nobel Naguib Mahfuz. Allí quienes quisieron pudieron fumar en una sisha, esas pipas capaces de llenar de humo el local con facilidad.
La comida ese día no fue en un local tradicional sino en el restaurante de un hotel a la moderna.
La presentación y el servicio no tenían que envidiar a un buen restaurante europeo.
Incluso el postre se alejaba de los tradicionales dulces egipcios.
Y rápidamente al Museo Egipcio de Antigüedades.
Las riquezas del museo son inenarrables, sin embargo para poder disfrutarlo mejor haría falta una completa remodelación. Está previsto un nuevo museo, pero éste continuará abierto.
Aquí pongo una mínima selección de los contenidos. Primero, porque son demasiados; segundo porque no tuvimos tiempo de ver muchas cosas, y tercero, porque hay obras que, dadas las condiciones en que se exponen, impiden ser fotografiadas con un mínimo de calidad.
Esta estatua gigantesca del dios Ptah procede del templo principal de Egipto dedicado a este dios situado en Memfis y mandado construir por Ramsés II
Tuthankamon de pie sobre un leopardo.
Trono de madera dorada de Tuthankamon.
Cama dorada de la tumba de Tuthankamon.
Coberturas interiores de la momia de Tuthankamon.
Tesoro de Tuthankamon.
Tesoro de Tuthankamon.
Cabeza de una esfinge representando a Hatshepsut.
Hatshepsut haciendo una ofrenda. Como en la imagen anterior Hatshesut aparece con los atributos masculinos de un faraón como la barba postiza.
Meryre, escriba del templo de Atón, y su esposa Iniuy.
Cabeza de Nefertiti. Procede de Tell el Amarna.
Sarcófago de faraón, ya divinizado con la punta de la barba girada hacia arriba.
Mikerinos, Hathor y una diosa.
Hay una buena colección de tableros y fichas de juego.
Cabeza de la escultura de Kaaper, conocida también como “el alcalde”.
Escriba con las brazos cruzados y un papiro sobre las piernas.
Rahotep y Nofret. Esta pareja de esposos parece tan real que se cuenta que murió de un ataque al corazón uno de los obreros que las descubrieron. Nofret aparece con la tez blanca porque las mujeres no tomaban el sol.
Capilla abovedada. En primer término una vaca representando a Hathor. Al fondo Tutmosis III hace una ofrenda.
El enano Seneb y su familia. Seneb al parecer, en época de la IV dinastía, fue jefe de los enanos de palacio y se hizo inmensamente rico.
Anubis sobre un cofre en forma de capilla. XVIII dinastía. Procede del valle de los Reyes en Luxor.
Este museo merecería pasar en él un par de días, pero esta vez no fue posible.
Por la noche acabamos con una cena en uno de los barcos restaurante que surcan el Nilo y ofrecen también baile y espectáculo
En el hotel por la noche echábamos las últimas miradas a El Cairo y el Nilo.
Y el sábado a través de esa ciudad cuya anarquía ya empezaba a hacérsenos familiar
hacia el aeropuerto y a casa.
¡Que imágenes más maravillosas!, gracias por compartir tu viaje en este espacio 🙂
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