El día 15 de noviembre por fin iniciábamos un viaje que hacía años queríamos hacer. De Barbastro como siempre a Barcelona y en vuelo directo de Aerolíneas Argentinas a Buenos Aires.
El vuelo aburrido, mal atendidos y sin ni siquiera luces para leer. Pero tras el palizón llegamos a Buenos Aires.
Trámites de entrada, recogida de maletas y al hotel, situado en pleno centro de la ciudad, en el barrio de la Recoleta, a descansar un rato.
Con el sueño cambiado resultaba difícil dormir, por consiguiente a dar un paseo hasta las cercanas plazas, centro del barrio. Lo primero que llama la atención al llegar a ellas es el enorme gomero, árbol con más de doscientos años y un descomunal tamaño.
Poco más allá se encuentra la iglesia de Nuestra Señora del Pilar.
Y casi junto a ella el conocido cementerio de la Recoleta.
Este cementerio, original del siglo XIX, contiene las tumbas de relevantes personajes de la historia argentina. Sus panteones y mausoleos rivalizan en la majestuosidad de sus decoraciones escultóricas.
En los aledaños el fin de semana se instala un importante mercado artesanal.
Más tarde para ir a comer pasamos por la cercana Avenida del Libertador, tras la cual se extienden los jardines que bordean el Río de la Plata.
Por la tarde, tras un breve recorrido en bus por el centro de Buenos Aires, nos acercamos al barrio de la Boca. Allí está el estadio del Boca Juniors, conocido como «La Bombonera».
Con su conocido museo.
Y en las inmediaciones el popular complejo Boca Tango.
Nos detuvimos en Caminito. Es un callejón de coloreados conventillos de chapa. Los conventillos es el nombre que reciben los edificios compartimentados en pequeñas viviendas con servicios comunes, construidos con sencillos materiales y que solían ser ocupados por inmigrantes recién llegados.
Hoy albergan mayoritariamente establecimientos dedicados al turismo. La zona conserva todo su encanto pese a lo muy concurrida que está.
«Caminito» fue acondicionado en los años cincuenta del pasado siglo y se le puso el nombre del conocido tango.
Finaliza en la Avenida Don Pedro de Mendoza, que debe su nombre a quien fundó la primera ciudad de Buenos Aires en esta zona. El Riachuelo, que desemboca algo más allá en el Río de la Plata, limita la avenida.
Dejamos el barrio de la Boca para dirigirnos a San Telmo, que al ser domingo acogía su popular feria de antigüedades.
Los vendedores de instrumentos -de toda forma y tipo de materiales- para tomar mate abundan en la feria.
Diversos puestos con sifones indican que es una forma de coleccionismo en pleno auge.
La plaza Dorrego es donde se sitúan los principales anticuarios.
Antes de irnos echamos un vistazo al antiguo mercado de San Telmo donde los antiguos comercios alimenticios conviven con tiendas de antigüedades y pintorescos bares.
Seguimos el recorrido en bus por las avenidas y parques bonairenses con la habitual animación dominical.
De vuelta al hotel aún hicimos tiempo hasta la hora de cenar dando un paseo por los alrededores.
Y entrando a tomar una cerveza en La Biela, donde se va rápido el recuerdo hacia quienes nos precedieron sentados en sus mesas: Jackie Stewart, Fitipaldi, Ernesto Sábato, Julio Cortázar, Coppola o tantos otros.
J.L. Borges y A. Bioy Casares han quedado inmortalizados en dos de las sillas.
Y a cenar y dormir después de muchas horas en vela.
El lunes amaneció radiante. A primera hora el paseo por las plazas y paseos bonairenses donde lucían las jacarandas florecidas fue un precioso inicio de día.
Luego hacia Puerto Madero.
Allí tomamos el barco que nos conduciría a lo largo de la mañana por el Río de la Plata y alguno de sus afluentes.
Este enorme río con aspiraciones de mar, cuya anchura llega a superar los doscientos kilómetros, muestra sus aguas de color achocolatado debido a la gran cantidad de sedimentos que transportan.
Río arriba dejamos Buenos Aires y nos adentramos por el río Paraná y alguno de sus afluentes, entre los cuales surge una gran cantidad de islas e islotes..
Clubs naúticos y casas de recreo con sus pequeños muelles-atracaderos bordean las orillas.
Algunas de estas viviendas tienen ya sus años como la que perteneció al presidente Domingo F. Sarmiento en el siglo XIX.
Canales y afluentes se internan hacia el interior donde la actividad turística es sustituida por otras más tradicionales como el cultivo de algunos frutales, la apicultura o la fabricación de objetos de junco o mimbre.
El transporte escolar, la asistencia médica, la venta de productos o la recogida de basuras como en la foto deben ser realizadas en barca ya que no existen carreteras ni caminos en la zona que comuniquen con tierra firme.
En Tigre desembarcamos para regresar en autobús a Buenos Aires.
Durante el regreso paramos en San Isidro para echar un vistazo a su catedral neogótica.
Y a la estación del Tren de la Costa, que une la capital con Tigre, donde se ha instalado un pequeño centro comercial.
En el regreso a Buenos Aires cruzamos por una de las muchas zonas de chabolas y construcciones precarias que han crecido exponencialmente los últimos años en la ciudad, incluso en lugares cercanos al centro.
Pasamos por el Teatro Colón que visitaríamos por la tarde
Y también por la calle Corrientes, donde un letrero en el número 348 recuerda el local del famoso tango «A media luz».
La comida ya fue en Buenos Aires, en unos de los nuevos establecimientos del área de Puerto Madero.
Después de comer tomamos el metro (el subte).
Paramos y seguimos por la Avenida Nueve de Julio hasta el Teatro Colón.
La visita al teatro nos remontó al lujo de la Argentina pujante de finales del siglo XIX y principios del XX en la cual Buenos aires competía con las grandes capitales europeas.
Desde el Teatro Colón nos dirigimos en una buena caminata a la librería Ateneo Gran Splendid. La ubicación de esa librería en el antiguo teatro, su cafetería en el escenario y sus múltiples puntos de lectura seguro que tienen un gran papel en la motivación lectora de muchos de sus visitantes.
Breve pausa para el aseo en el hotel y a la cena-espectáculo del Café de los Angelitos.
El grupo durante la cena, en espera del espectáculo.
Con más de cien años de historia, no siendo precisamente «angelitos» muchos de sus primeros clientes, estuvo hace unos años a punto de ser demolido, pero en 2007 fue reinaugurado y pretende retomar el ambiente del siglo XX cuando era frecuentado por conocidas personalidades. El show siguiendo el eje del tango sigue también emulando el ambiente de la primera mitad del siglo pasado.
Lo que tienen los viajes, nos acostamos tarde, pero el siguiente día a madrugar también. Ahora bien, en Buenos Aires son muy agradables los paseos matutinos.
En esta ciudad una profesión en auge y que inicia su actividad muy pronto es la de paseador de perros.
Tras el desayuno emprendimos el viaje hacia una estancia pampeña donde pasaríamos el día.
Una amplia plaza está presidida por el monumento al general Urquiza.
En cualquier lugar se pueden ver los paseadores de perros.
También pasamos cerca del estadio del River Plate, el gran rival argentino del Boca Juniors.
Finalmente llegamos a la estancia Don Silvano.
Estas estancias son explotaciones agrícolas-ganaderas de la Pampa, cuya actividad tradicional ha sido sustituida por el entretenimiento para turistas.
Se comienza con paseos en carreta o a caballo que ponen al turista en contacto si no con la naturaleza si por lo menos con el polvo.
Animales autóctonos o exóticos deambulan por la finca, formando un pequeño zoológico en ese parque temático.
Alguno, como el tucán, ya que no vimos ninguno en la naturaleza en todo el viaje, lo pudimos contemplar en cautividad.
El armadillo, que tenía muchas ganas de ver, sólo disecado.
Alguna rapaz sí que volaba libre.
La ambientación, un poquito peliculera.
Para pasar el tiempo hasta la hora de la comida, hubo incluso lecciones de cocina.
La comida, básicamente carnívora, amenizada por bailes y cantos populares, fue la actividad estrella del día.
Tras la comida una pequeña exhibición caballar completó la jornada.
Después, regreso a la gran urbe.
Nuestro último día en Buenos Aires amaneció lluvioso. El recorrido a pie por la ciudad era impensable. Estuvimos esperando pues un autobús que nos hiciese la visita a cubierto.
Mientras llegaba nos acercamos de nuevo al cementerio de la Recoleta. Poco estuvimos pues arreció la lluvia.
Ya en el autobús fuimos hacia la Plaza de Mayo. Justo llegar cesó la lluvia y pudimos seguir a pie sin problemas.
La casa Rosada, sede de la Presidencia de la Nación, es el edificio más emblemático de la plaza.
La plaza es grande y sede de muchos acontecimientos de la vida ciudadana.
La catedral metropolitana es otro punto de atención.
Los laterales de la plaza están ocupados por indigentes «sin techo», que al parecer son más numerosos cada vez, lo que no dice mucho en favor de los servicios asistenciales.
De la plaza nos dirigimos por la avenida de Mayo hasta el Café Tortoni, uno de los bares más emblemáticos de la ciudad. Sede de peñas literarias y culturales de las que formaron parte Borges, Ortega y Gasset, Artur Rubinstein o Ricardo Viñes y lugar por cuyas mesas han pasado personajes tan conocidos como Gardel o Fangio, pero también Einstein o García Lorca.
Proseguimos después por la comercial y peatonal calle Florida.
Hasta llegar a las populares Galerías Pacífico ya en plena campaña navideña.
Antes de partir hacia el aeropuerto comimos en el restaurante del elegante hotel Alvear Palace.
De allí a recoger el equipaje y dejamos el barrio de Recoleta con el que nos habíamos familiarizado estos días.

Esta vez el avión lo tomamos en el aeropuerto Jorge Newbery dedicado a vuelos internos
Ya avanzada la tarde llegamos al aeropuerto de Trelew. Al llegar pudimos ver algún expositor con fósiles y alguna recreación de los dinosaurios cuyos restos se han hallado abundantemente en la zona. Esta vez no estaba prevista la visita a esos lugares. Habrá que dejarlo para otra ocasión
Trelew dista setenta kilómetros de Puerto Madryn y nuestra llegada al hotel ya fue nocturna y hasta el día siguiente no pudimos disfrutar de las vistas a la playa.
Pronto partimos hacia el Parque Nacional de Península Valdés, donde nuestro primer destino sería Puerto Pirámides.

Bajamos el autocar y a equiparnos inmediatamente con los chalecos salvavidas.
Y a montar en una de las embarcaciones que parten para el avistaje de las ballenas francas, que eligen la zona como su lugar para apareamiento y cría.
Los pilotos saben a donde dirigirse para apreciar de cerca el movimiento de esos grandes cetáceos (pueden superar las cincuenta toneladas), que surgen de las aguas periódicamente para respirar.
Las primeras ballenas las vimos algo lejanas.
Pero cada vez surgían sorpresivamente mucho más cercanas.
A veces parecía que las podías tocar.
La expulsión del aire con vapor de agua que exhalan por el orificio denominado espiráculo es un espectáculo.
Algunas hembras van acompañadas del ballenato, que ya nace con más de cinco metros de longitud y tres toneladas de peso.
La experiencia es impresionante aunque la aparición de las ballenas, muchas veces absolutamente sorpresiva, y el vaivén de la embarcación te impidan mejores tomas fotográficas
La cercanía de las ballenas a la embarcación es a veces asombrosa. Te preguntas qué ocurriría si la embistieran o chocaran accidentalmente con ella.
No controlé lo que duró la salida, lo cierto es que se nos hizo muy corta.
Una vez desembarcados, dimos un paseo por los alrededores de Puerto Pirámides donde el terreno está cubierto de espectaculares fósiles.
La flora es también muy interesante con diversas plantas de las capaces de retener la escasa humedad dadas las duras condiciones del lugar.
Frente a la playa, comimos.
Y, por cierto, muy bien.
Por la tarde proseguimos la ruta por Península Valdés, ahora en dirección a Punta Mayor.
El estepario terreno se veía animado por grupos más o menos numerosos de guanacos, antecesor de las llamas.
Pronto alcanzamos Punta Norte, donde suelen haber grupos de elefantes marinos, algunos lobos y aves.
Sólo por el paisaje vale la pena.
Los pesados elefantes marinos, llamados así por la especie de trompa que presentan los machos, pueden llegar a las cuatro toneladas de peso. Había bastantes de ellos sesteando al sol.
Estaban tranquilos sin la presencia de las orcas, que si bien tienen como presa principal a los lobos, ocasionalmente atacan también a los elefantes.
Aquí el grupo a punto de proseguir la ruta.
Por el camino iban apareciendo algunas maras o liebres patagónicas, uno de los roedores de mayor tamaño que existe.
Algún guanaco.
Y hasta una familia de choiques o ñandúes.
Ya en Caleta Valdés hay una colonia de pingüinos de Magallanes, que estaban incubando sus nidos.
Son animales sociables y curiosos, que se aproximan a los visitantes.
E incluso parecen posar para las fotos.
Algo más al sur en una gran playa pueden contemplarse grandes cantidades de elefantes y lobos marinos.
La mayoría están en reposo, pero esporádicamente luchan entre sí
Mientras algunos nadan.
Es fácil ver entre los grandes mamíferos diversas especies de aves.
Antes de abandonar Península Valdés nos detuvimos en el Centro de Interpretación donde pudimos contemplar un esqueleto de ballena franca.
Ya en Puerto Madryn, relax en el hotel y a disfrutar de las vistas.
El día siguiente el vuelo a El Calafate no partía hasta la tarde y aprovechamos la mañana dando un paseo por la ciudad.
Pasamos por el monumento al Trabajador.
Y por el cenotafio a los «Caídos en las Malvinas»
Visitamos también el pequeño museo «Del Hombre y el Mar», dedicado a la fauna y el pasado de la zona.
Allí se exhibe un calamar gigante disecado.
Diversas aves y otrso animales autóctonos.
Un armadillo o peludo, que me quede con las ganas de ver vivo y en libertad en Argentina.
Y una amplia colección de fósiles.
Desde el mirador situado en el último piso del edificio se pude contemplar el caos urbanístico de estas ciudades del sur de Argentina, que han multiplicado varias veces su población en los últimos años.
Tras un paseo por sus calles, tomamos un taxi para volver al hotel y partir hacia el aeropuerto.
Retraso del autobús, que encima apareció hecho una pocilga y sin combustible. Total que facturamos a lo bruto y corriendo al avión, que nos esperaba.
El trayecto fue corto y, como íbamos más al sur con el día más largo, llegamos al aeropuerto de El Calafate con horas de sol por delante.
El trayecto hacia el hotel tampoco fue excesivamente largo y la monotonía del paisaje estepario la animaba un poco la visión al fondo del lago Argentino.
Dejamos el equipaje en el hotel y bajamos dando un paseo hasta la población.
El Calafate es una pequeña población desarrollada a partir del atractivo turístico que significa el Parque Nacional de los Glaciares.
A la entrada de la población se halla la iglesia parroquial dedicada a Santa Teresita del Niño Jesús.
El Calafate consta prácticamente de una larga calle con algunos pequeños callejones que salen a ambos lados, albergando mayoritariamente establecimientos dedicados al turismo.
El cordero asado al estilo patagónico no es de los menores atractivos gastronómicos.
Por la mañana nos esperaba uno de los grandes días en Argentina: la visita al glaciar Perito Moreno. Los pronósticos dle tiempo no eran muy favorables, pero afortunadamente el día fue magnífico.
La población de El Calafate es un oasis con vegetación importada. Sin embargo el pasisaje que la rodea es árido dado que las lluvias a lo largo del año son escasas.
El arbusto que da nombre a la población, el calafate, es espinoso y la planta más alta de cuantas se ven.

Pese a la aridez las vistas con el lago Argentino bajo las cumbres nevadas son magníficas.
Conforme vas ascendiendo en dirección al Parque Nacional el paisaje se va volviendo más verde y los árboles son cada vez más altos y abundantes.
Hasta que se alcanza la primera visión del glaciar Perito Moreno, donde ya de lejos se percibe su grandeza y majestuosidad.
A la llegada al acceso a las pasarelas que permiten contemplar de cerca el glaciar te sientes poco a poco más empequeñecido.
Los notros (pequeño árbol de hoja perenne) estaban en su época de máxima floración -la primavera austral- y el rojo brillante de sus flores contrastaba con los colores fríos del glaciar y las nieves.

Conforme vas bajando y te acercas al frente del glaciar en cada momento percibes distintas sensaciones.
Lo visual es básico, pero el estruendo que se oye periódicamente debido a las constantes caídas de toneladas de hielo que se transforman en plataformas flotantes en el Canal de los Témpanos.
Realizando los diversos recorridos por las pasarelas vas obteniendo diferentes perspectivas.
Hasta mediodía disfrutamos de la contemplación del espectáculo. Tras la comida nos dirigimos a tomar el catamarán que nos acercaría a escasa distancia del frente sur del glaciar.
Ver flotar los enormes témpanos o icebergs y pensar que sólo se ve en la superficie menos de una octava parte de su masa total te empequeñece también.
Las curiosas formaciones geológicas que se ven en la orilla son un atractivo añadido.
Cuando ya estás cerca del frente del glaciar sus curiosas formas y colores se aprecian con nitidez.
Finalmente se acaba el paseo aunque no importaría seguir navegando horas por el lugar.
Al regresar a El Calafate paramos a la entrada donde se concentran multitud de aves.
Entre ellas bastantes flamencos rosa.
El día siguiente teníamos que volar hacia Ushuaia por la tarde y la mañana la pasamos visitando Glaciarium, un centro de interpretación de glaciares situado en las proximidades de la población.
También desde allí se divisa el lago Argentino.
Y el pueblo de El Calafate.
Una de las curiosidades de la atracción es el bar de hielo, en donde el mobiliario es de hielo y las bebidas se toman también en vasos de lo mismo.
Por la tarde otro vuelo. En esos aeropuertos no hay muchas posibilidades de equivocarte de avión. Esta vez el destino era Ushuaia.
En el aeropuerto de Ushuaia ya contemplas las estribaciones más al sur de los Andes.
Ushuaia es una bonita población con las casas coloreadas, pero cuyo rápido crecimiento hace que muchas calles están aún a medio urbanizar.
El hotel estaba algo alejado de la población, pero en una zona muy tranquila y con excelentes vistas.
El tiempo desapacible y lo agradable del lugar no invitaban demasiado a salir, pero siempre hay cosas por ver.
Nos fuimos hacia Ushuaia, a ver la antigua cárcel, convertida actualmente en museo.
Tras oír narrar con todo lujo de detalles la historia de los crímenes cometidos por los antiguos reclusos y las calamidades y torturas que sufrieron en el lugar, sorprende el peculiar sentido del humor argentino presente en la pizarra del bar.
En el museo se ha realizado una recreación del Faro de San Juan de Salvamento, ubicado en la Isla de los Estados y conocido como «Faro del Fin del Mundo» en recuerdo de la novela de Julio Verne.
El tiempo, que seguía siendo medio ventoso y lluvioso, no invitaba demasiado a pasear por las calles de la población.
Pronto buscamos refugio en una cafetería no sin antes ver como en Argentina son capaces de tomar irónicamente cualquier acontecimiento y convertirlo en atractivo turístico como en toda la fachada de este edificio.
Cenamos en el hotel disfrutando de una magnífica vista del canal Beagle y las montañas chilenas al fondo.
De buena mañana nos dirigimos al Parque Nacional de Tierra de Fuego. Primero al llamado Tren del Fin del Mundo a través de verdes y bellos paisajes..
Se trata de un ferrocarril que se construyó a principios del siglo XX para transportar la madera de los árboles cortados por los presos de la penintenciaría de Ushuaia. Desaparecida la cárcel, el tren siguió funcionando hasta que fue destruido por un terremoto en 1949. En 1994 renació como atractivo turístico y recorre siete kilómetros del trazado original en vagones arrastrados por una locomotora de vapor.
El recorrido es ameno por lugares bastante deforestados debido a las talas indiscriminadas que sufrieron durante muchos años.
Son abundantes los caballos que viven en régimen de semilibertad.
El tren efectúa una parada a mitad de trayecto para poder observar mejor el entorno.
Después prosigue hasta finalizar su recorrido.
Abundan las aves y en muchos troncos puede observarse el líquen «barba de viejo», cuya presencia señala la inexistencia de contaminación en la atmósfera.
Finalmente dejamos el tren para tomar el autobús, que nos adentraría en el Parque Nacional de Tierra de Fuego.
La primera parada fue en la bahía Ensenada.
Fantástico lugar donde hay situada una estafeta del servicio postal argentino desde donde se pueden enviar postales y también -en otra rentable práctica turística- sellar los pasaportes indicando tu presencia en el llamado «Fin del Mundo».
Todo el recorrido por este parque, en el que bosques, prados, lagos, arroyos y cascadas se suceden por doquier, es una maravilla.
La fauna, sobre todo aves, es omnipresente.
Otra no es tan visible, pero sí lo son las consecuencias negativas que ocasionan especies introducidas como el castor, que ha contribuido tanto como la explotación de los bosques en la pérdida de masa forestal y cuyos diques ahogan mucha flora. Otra animal no autóctono es el visón cuyos hábitos predatorios amenazan otras especies de la fauna del parque.
Actualmente se intentan controlar estas amenazas, a la vez que ya finalizó hace años toda explotación forestal.
El liquen «barba de viejo» sigue apareciendo por doquier.
Y lugares como la bahía Pataia te exigen una detenida contemplación
Desde el Centro de Interpretación las vistas sobre el lago Roca son también de excepción.
El Centro de Interpretación contiene una pequeña exposición sobre la vida de los yamanas, habitantes originarios de Tierra de Fuego.
En el centro comimos. No se puede discutir la abundancia de la comida argentina, siendo en este caso el plato estrella el cordero asado al estilo patagónico.
No hubiese ido mal una siesta, pero había que regresar a Ushuaia.
Para subir al catamarán que nos haría un recorrido por el canal Beagle.
El paisaje, de película, pero la fauna supera lo previsible. No hay fotos que puedan hacer justicia al hervidero de vida que es la Isla de los Pájaros. Cormoranes y otras especies llenan el suelo y el cielo.
Nos aproximamos luego a la Isla de los Lobos. Allí habitan lobos marinos de uno y de dos pelos. Estos últimos se distinguen por tener dos capas de pelo de distinto color.
Aún nos acercamos a otra isla en la que los lobos marinos y los cormoranes se reparten el espacio.
El último islote fue el del faro Les Eclaireurs.
En el que anidan también los cormoranes.
Fuimos dejando el faro en lejanía conforme nos acercábamos al puerto.
Por la mañana en el aeropuerto nos despedíamos de Ushuaia con las cumbres andinas más nevadas que el día anterior.
Fue un día de traslados. Primero a Buenos Aires. Luego, a cambiar de avión y hacia Iguazú. Llegados a Puerto Iguazú directos al hotel y algo de descanso. Otro proceso necesario después de las temperaturas más bien frescas de días anteriores fue el aclimatamiento al calor y humedad subtropicales.
El día siguiente vinieron ya las esperadas cataratas. Ese día la visita fue del lado argentino.
A la entrada del parque enseguida vimos a los simpáticos y, a veces, pesados coatíes. Estos pequeños mamíferos suben fácilmente a los árboles donde construyen sus nidos.
Son omnívoros, constituyendo su alimentación habitual frutas y pequeños animales. En el Parque de las Cataratas se han familiarizado tanto con los humanos y con la comida que éstos les dan pese a la prohibición de hacerlo, que se aproximan constantemente a cualquiera que porte comida o bolsas donde ellos sospechen que hay.
Una serie de senderos te van aproximando a las pasarelas donde se hallan los diferentes miradores sobre las cataratas, mientras vas cruzando bosques y riachuelos de rica fauna y flora.
Los primeros saltos de agua son el aperitivo.
Y poco a poco vas descubriendo diferentes perspectivas de las espectaculares cataratas.
En un día además claro y agradable el resultado es aún mejor.
Hay lugares en que parece que te halles sumergido en ellas. El ruido y las pequeñas partículas de vapor de agua que te rodean ayuda a esa sensación.
Desde arriba vas viendo el cauce del río y vas imaginando cómo será verlas desde abajo.
Los coatíes siguen apareciendo por doquier y utilizan las barandillas de las pasarelas para desplazarse.
Llegó el momento de la segunda parte de la visita, la que llaman Gran Aventura. No es más que una «aventurita» para turistas, pero divertida. La primera parte consiste en un paseo en camión todo-terreno por el bosque.
Se escuchaban los pájaros, pero resultaba difícil verlos. Lo que sí pudimos observar fueron unos cuantos lagartos overos, cuya longitud puede superar el metro y su peso ser de tres o cuatro kilos.
Al rato descendimos y por un sendero en pendiente y escaleras alcanzamos el río donde nos esperaba la lancha, que nos iba a desplazar bajo las cataratas.
Con los salvavidas puestos y sentados comenzamos a remontar el Iguazú. Al principio por aguas tranquilas.
Más adelante ya empiezan los rápidos.
Mientras nos íbamos acercando a las cataratas.
La visión del agua desplomándose es completamente diferente a la que se percibe desde las pasarelas.
Estas ya son las últimas imágenes del acercamiento. A partir de ahí a guardar las cámaras en bolsas herméticas impermeables.
Entramos bajo las cataratas y nos dimos un pequeño remojón. Otra pasada y el remojón fue completo. Pensamos, ya está, pero aún nos dirigimos bajo la cascada final que habíamos dejado hacía un rato y aquello fue el diluvio, la inundación y el océano al completo. Dudo de que los peces se mojen tanto.
En resumen, una atracción de parque temático en la naturaleza.
Desembarcamos y subimos por las escaleras que conducen hacia la salida. El paseo nos iba ofreciendo nuevas perspectivas y sirvió para irnos secando quienes no nos habíamos puesto bañador ni llevábamos ropa de recambio.
Ya arriba pasamos junto a las últimas cascadas que aún no habíamos visto.
Los coatíes seguían surgiendo por doquier.
Sobre todo al llegar a la primera área de servicios donde la comida de los turístas es el atractivo para ellos.
Comimos dentro del Parque y después al hotel. Una ducha regulada y la ropa seca nos devolvieron a la normalidad.
Por la tarde nos acercamos a la popblación de Puerto Iguazú. Primero al Hito de las Tres Fronteras, donde Limitan Argentina, Brasil y Paraguay.
Allí desemboca el río Iguazú en el Paraná. La foto está tomada desde Argentina. Al fondo lo de la izquierda, al otro lado del Paraná, es Paraguay y lo de la derecha, al otro lado del Iguazú, Brasil
Paralelos al Iguazú fuimos ascendiendo hacia el centro de la población.
Allí pudimos ver uno de los entretenimientos más populares entre la gente: sesiones de aeróbic en las plazas públicas.
Como no estábamos para ejercicios nuestra alternativa fue una cervecita bien fría.
Y llegó nuestro último día. Seguíamos en Iguazú pero hoy tocaba el lado brasileño de las cataratas.
El Parque a ese lado de la frontera da la sensación de más organizado: autobuses eléctricos, mejor asfalto, …, pero quizás no te ves tan sumergido en la naturaleza, aunque el espectáculo es también inenarrable.
El hotel Las Cataratas está en una situación privilegiada.
Al iniciar el sendero turístico la panorámica del conjunto es muy extensa.
Se ven las cataratas algo lejanas, pero se percibe su gran amplitud.
Se divisa bien desde arriba el lugar en el que nos dimos el chapuzón el día anterior.
Lo que no cambia a ambos lados de la frontera es la gran cantidad de mariposas de gran tamaño y vistoso coloridos que te acompañan constantemente.
Los coatíes también asoman en cualquier lugar.
Entre la vegetación que rodea el sombreado sendero van apareciendo nuevas perspectivas.
Ahora se capta mejor la gran anchura del conjunto.
En cualquier lugar vale la pena pararse.
Si desvías la vista de las cataratas alguna otra sorpresa aparece siempre.
Poco a poco la senda se va aproximando y ya empieza a notarse el ruido.
Cada vez estábamos más cerca de la Garganta del Diablo.
El vapor desprendido por la caída del agua se confunde con las nubes.
La pasarela final que casi te introduce en las cataratas es garantía también de un buen remojón. No como el del día anterior, pero seco no sales.
No sé sabe donde dirigir la mirada. ¡Todo es mágico!
Bien mojados otra vez, escaleras arriba y a despedirnos de Iguazú y también de lo que había sido un estupendo viaje. Después de comer al avión, transbordo en Buenos Aires y regreso a casita.
La experiencia absolutamente satisfactoria. ¡Creo que repetiremos! Queda mucho en Argentina por ver.