Unas Navidades más bien frescas nos animaron a ir a esperar los Reyes en un lugar algo más cálido. El lugar elegido Córdoba donde no estábamos desde hacía bastantes años.
El viaje desde Lérida a Córdoba en el AVE transcurre sin enterarse.
A mediodía ya habíamos dejado las maletas en el hotel y comíamos en pleno centro de Córdoba.
Después de comer a callejear por una de las más bonitas ciudades de España.
A la altura de San Nicolás dejamos la Avenida Gran Capitán.
Para dirigirnos a la plaza de Las Tendillas, centro de la ciudad.
Y adentrarnos después por las callejuelas del casco antiguo.
Con rincones ciertamente encantadores.
Hasta hacer una breve parada en la plaza Jerónimo Páez donde se halla el Museo Arqueológico, cuya visita dejamos para hacerla con más calma.
Que Córdoba es una ciudad sobrada de restos arqueológicos es visible en cualquier esquina.
Palacetes, iglesias y casas señoriales también surgen por doquier.
En suave pendiente las calles -por cierto, muy limpias- iban descendiendo hacia el Guadalquivir.
Algunas casas albergan en su interior espacios sorprendentes como éste de la llamada Casa de las Cabezas, en la calle del mismo nombre.
Pasando por la mezquita,
alcanzamos la plaza del Triunfo de San Rafael.
Presidida por la estatua del mismo nombre.
Enfrente teníamos el río y el puente romano.
Otra pausa y, mientras ya se iban encendiendo las luces, a callejear de nuevo por la ciudad en sentido inverso.
Las calles muy tranquilas pues la gente estaba esperando la Cabalgata de Reyes.
Otra vez a la plaza de Las Tendillas.
Y a contemplar las iluminaciones navideñas antes de ir a cenar y a dormir.
El día siguiente, día de Reyes, a primera hora no se veía a casi nadie.
El día era soleado y el paseo por la Judería una delicia.
Hasta en edificios modernos los patios proporcionan verdura y frescor.
En pleno invierno se nota a faltar la policromía de las flores, pero las naranjas dan su toque de color.
Del palacete del siglo XV denominado Casa del Indiano únicamente se conserva la fachada gótico-mudéjar.
Su interior fue derribado para construir casitas-apartamento y es conocido ahora como callejón del Indiano, que constituye un remanso de tranquilidad en pleno centro histórico de la ciudad.
Poco después llegamos a la puerta de Almodóvar, un lugar lleno de sabor y ambiente. Esto último, como es natural, a otras horas.
De la calle que conduce a la puerta parte la estrecha calle Judíos, donde se encuentran la sinagoga, el Zoco de Artesanos y un par de casas tradicionales visitables , la Andalusí y la de Sefarad.
La calle Judíos finaliza en la plaza Maimónides, donde se halla la estatua del conocido pensador y médico judío cordobés del siglo XII.
Muy cerca está el Museo Taurino.
Y la iglesia de San Bartolomé con una interesante capilla mudéjar, pero que no pudimos visitar por estar cerrada hasta febrero.
Aún seguían las calles vacías.
Hasta hay una dedicada al popular salmorejo cordobés, en la cual una placa cerámica recuerda a los transeúntes su receta.
Llegamos a los baños del Alcázar Califal. Alguna sala reconstruida recuerda su pasada grandeza.
Mantiene la estructura de los baños romanos con sus salas fría, templada y caliente, pero los escasos restos, las reformas efectuadas por almorávides y almohades que los reutilizaron y las restauraciones no permiten hacerse demasiado una idea de su estructura original.
En la plaza donde están los Baños decidimos reponer fuerzas.No en la botica, sino en el barecito contiguo.
Cruzamos la agradable plaza.
Y fuimos a visitar el Alcázar de los Reyes Cristianos. Este palacio-fortalerza fue mandado construir por Alfonso XI de Castilla sobre construcciones musulmanas y anteriores romanas.
Empezamos recorriendo los bellos jardines.
Para entrar después en el Alcázar.
Visitando las ruinas de los edificios anteriores.
Entre ellos los restos de los baños de época islámica.
Con sus bóvedas de arista y sus lucernarios en forma de estrella.
Luego subimos a las torres.
Desde donde hay magníficas vistas sobre Córdoba. De las Caballerizas reales.
Del Guadalquivir y del puente romano.
Y de los jardines del propia Alcázar y de la ciudad.
Uno de los lugares más interesante es el Salón de los Mosaicos.
En él se exhibe una excelente colección de los mosalicos romanos hallados en excavaciones realizadas en la ciudad. Como éste representando a Eros y Psique.
O éste en el que aparece un actor trágico.
O éste del dios Océano.
No acaban aquí los tesoros del Alcázar. Destaca tamnbién este maravilloso sarcófago romano del siglo III.
Dejamos el Alcázar para pasear a lo largo de las murallas.
Junto a las murallas una estatua recuerda a Averroes, el otro gran pensador cordobés, en este caso musulmán, contemporáneo de Maiomónides y que como él tuvo que abandonar Córdoba a causa de la intransigencia fundamentalista de los almohades.
Tras las murallas seguimos por los jardines que rodean por el oeste la ciudad.
Comida y a seguir pateando las calles por la tarde. Pasamos por la ermita del Cristo del Pretorio.
De allí a la Torre de la Malmuerta, de principios del XV, que defendía el nordeste de la ciudad.
A la Diputación y la barroca iglesia de la Merced, restaurada tras el incendio provocado por un demente en 1978.
Un bonito rincón cordobés es la puerta del Rincón, una de las más antiguas de la ciudad.
Poco más allá, otro de los lugares pintorescos, la Cuesta del Bailio.
Que conduce a la encantadora plazuela donde se encuentra el popular Cristo de los Faroles.
Más callejuelas y de nuevo en la plaza de Las Tendillas.
Y en suave descenso por la calle Claudio Marcelo a las ruinas del que probablemente fue el templo más importante de la ciudad romana.
La pasión de los gatos por las ruinas antiguas es general en todo el mundo. Aquí uno de ellos custodiaba un capitel corintio.
Junto al templo se encuentra el Ayuntamiento cordobés.
Y a unos pasos una de las iglesias fernandinas, que así se denominan las mandadas construir por el rey Fernando III tras la conquista de Córdoba en 1236, la de San Pablo.
Que a su entrada tiene una bonita capilla mudéjar.
A cenar bien, que el día había sido largo, y a descansar.
Día siguiente. A madrugar también y a disfrutar de las tranquilas calles.
Pero un imprevisto interrumpió el paseo. Las gafas se me quedaron en las manos, no llevaba repuesto y tuve que hacerme unas. Mientras me las montaban aprovechamos el tiempo en un lugar donde la miopía no importaba demasiado y las cosas se podían ver de cerca, el Museo Arqueológico.
Muy bien estructurado e iluminado, sin amontonamientos de objetos, con una bien cuidada selección de los mismos expuesta, merece la visita.
Desde la prehistoria, tenemos referencias de todas las épocas. Falcatas y puntas de lanza ibéricas, de entre los siglos V y III a. C..
Exvotos de la misma época.
Un león también ibérico de los que ejercían una función apotropaica en las tumbas. Procede de Nueva Carteya.
También la cultura céltica tiene representación, como con estos torques y fíbulas de plata del siglo II a. C..
La Corduba romana tiene un papel importantísimo. Fundada por Claudio Marcelo en la primera mitad del siglo II a. C., ejercía un papel importantísimo en la penetración hacia el interior de Hispania ya que se encontraba justamente en el punto hasta donde el río Betis (Guadalquivir) era navegable. En tiempo de Augusto se constituyó como Colonia Patricia, el más alto rango que podía ostentar una ciudad del Imperio.
Esta estatua de Afrodita en mármol del siglo II es copia de una obra de Doidalsas de Bitinia del 250 a. C.
De la misma época es este mosaico representando a Pegaso.
O esta espectacular escultura con Mitra sacrificando el toro.
Ya del siglo III es este frontal de sarcófago con una curiosísima escena de recogida de la aceituna.
De época paleocristiana (siglos IV-V) es este sarcófago.
Y este fragmento de otro con Daniel en el foso de los leones.
También esta representada la ciudad visigótica, como en este ladrillo con crismón.
En época musulmana llegó a ser Córdoba la mayor ciudad de Europa. Son numerosísimos los testimonios de esa época. Como este bellísimo capitel califal del siglo X.
Contemporáneos suyos son estos biberones.
Incluso hay imágenes del siglo XII cuando bajo el dominio almohade las artes icónicas no eran nada bien vistas. Una muestra es este músico.
En el subsuelo del museo se puede contemplar los restos del teatro romano.
Del museo a buscar las gafas y ya provisto de ellas a continuar. Hacia la popular plaza del Potro.
Es pintoresca la fuente renacentista (1577) coronada por un potro añadido un siglo más tarde. Aún se discute si la plaza se llama así por el potro de la fuente o el potro se realizó debido al nombre que ya tenía la plaza.
En la Posada del Potro se ubica el centro flamenco Fosforito.
También se hallan en la plaza el Museo de Bellas Artes y el que básicamente nos había llevado allí, el museo Julio Romero de Torres.
En su interior no se pueden tomar fotos, pero es imposible no reproducir de entre su contenido «La chiquita piconera», probablemente la obra más conocida del pintor. La que más popularizó a su modelo predilecta, María Teresa López. La imagen está extraída del folleto que dan a la entrada del museo.
Un fragmento de esta obra fue el motivo del sello de 5 ptas. de la serie dedicada por Correos al pintor en 1965.
Seguimos por las entrañables callejuelas.
Hasta llegar a la plaza de la Corredera donde, aunque el ambiente fuese un poquito fresco, se estaban preparando migas al aire libre.
Pasamos de nuevo por el templo romano, ahora a la luz del día.
Y muy cerquita comimos en un local tradicional. Buena comida y mejor trato.
Tras el tute de la mañana, la tarde la dedicamos a pasear por las calles comerciales y a aprovechar las animadas terrrazas cordobesas.
El domingo lo dedicamos a la visita a Medina Azahara o Madinat Al-Zahra. A través de los Jardines de la Agricultura nos dirigimos al lugar de salida del bus que conduce hasta allí.
Paramos en el mausoleo romano, otro de los múltiples restos de esa época que alberga la ciudad.
Pasamos ante el Mercado Victoria.
Como aún faltaba rato para la salida del bus, desayunamos tranquilamente y nos dimos un paseo a lo largo de las murallas.
Y aún entramos al barrio judío por la puerta de Almodóvar.
El bus te conduce hasta un amplio aparcamiento junto al museo y desde allí otro bus que funciona como lanzadera te lleva al sitio arqueológico.
Desde el aparcamiento se divisa Medina Azahara y el monasterio de San Jerónimo de Valparaíso.
Es patente como Abderramán III construyó la ciudad en la misma falda de las estribaciones de Sierra Morena.
Desde el palacio califal situado en lo más alto se ven la zona destinada a altos funcionarios y edificos oficiales. Más abajo se ubicaría la población en general, en zona mayoritariamente aún no excavada.
Lo poco original se encuentra en la zona inferior de los actuales muros, el resto es reconstrucción.
Poco queda de los majestuosos arcos de herradura que daban acceso a las principales dependencias.
Pero en la restauración se ha intentado recolocar todos los restos hallados para evocar su pasado esplendor.
Algunos edificios dedicados a servicios también muestran sus restos.
La pintura rojo-granate que cubría el enyesado de los muros es aún visible en muchos lugares.
Así como el embaldosado con losas.
Que en otros lugares es con ladrillo como en el llamado edificio basilical superior.
En este edificio se han recuperado todas las dovelas originales de alguno de sus arcos.
Al este se abre el gran pórtico por donde embajadas de todo el mundo conocido entraban para ofrecer sus obsequios y transmitir sus propuestas al califa. Constaba de quince arcos escarzanos, excepto el central que es de herradura.
De regreso al aparcamiento para tomar el bus de regreso a Córdoba, aún nos dio tiempo a ver un video sobre la ciudad y contemplar algunas piezas que se exhiben en el pequeño museo.
Entre ellas este plato de cerámica vidriada.
O el conocido cervatillo que servía de surtidor en una fuente.
Comimos ya en Córdoba y nos tomamos la tarde de descanso para al atardecer iniciar una visita nocturna.
Bajamos por las murallas.
Hasta el Alcázar de los Reyes Cristianos.
Pasamos por el Triunfo de San Rafael
Y nos dimos una vuelta completa a la mezquita, cuya decoración resalta bajo la iluminación nocturna.
Especialmente en sus puertas, como en la del Espíritu Santo.
El campanario con la luna detrás aparecía soberbio.
Y así las restantes fachadas.
También se aprecian muy bien de noche lugares tan especiales como la capilla del Amparo.
La plaza del Potro, desierta, en contraste con el bullicio que muestra durante el día, ofrece también una perspectiva muy distinta.
Similar es el caso de la plaza de la Correderra, si bien en ésta aún quedaba alguien.
El lunes están cerrados los museos y la mayoría de las atracciones turísticas de Córdoba. Por consiguiente reservamos ese día a la mezquita, que permanece abierta.
Nos fuimos acercando por el barrio judío.
Hasta que surgió sobre los tejados el campanario.
Como es habitual en España, la hora de apertura tardía. Por consiguiente a desayunar primero y a saborear el Patio de los Narajos, que la antecede, después.
Por encima de las palmeras y naranjos se levanta el antiguo alminar transformado en campanario.
En los muros exteriores vale la pena echar un vistazo a la Virgen de los Faroles.
Y finalmente adentro. A quedar extasiados ante ese bosque de columnas y arcos entrecruzados que en cada punto te ofrecen una perspectiva distinta de formas, luces y colores.
La mezquita la fundó Abderramán I sobre la antigua basílica paleocristiana y visigótica de San Vicente.La superposición de arcos para elevar el techo será el detalle más característico, que perdurará siempre en la historia del edificio.
Abderramán II realizó la primera ampliación, siguiendo la misma estructura, pero suprimiendo las basas de las columnas.
En la ampliación de Alhakén II la mezquita gana en ornementación y suntuosidad. La cuidada restauración e iluminación deja imágenes espectaculares.
Más en el fastuoso mihrab, que curiosamente en Códoba no está orientado directamente a La Meca. El de Alhakén II sustituyó al anterior construido por Abderramán II.
En la decoración con mosaicos intervino un artista bizantino venido ex profeso para realizarlos.
Resulta imponente su cúpula nervada.
El centro del edificio lo ocupa la catedral propiamente dicha dividida entre el presbiterio y el coro. La capilla Mayor estaba en obras y no era visitable.
La zona este corresponde a la ampliación de Almanzor (991). Estas ocho naves contribuyen a una imagen más proporcionada y armónica de la mezquita. Sin embargo algunos detalles son de menor cualidad técnica como los arcos en los que el rojo está pintado y no fomado con ladrillos como en el resto.
La luz, según la hora del día, va modificando la visión de cada espacio.
Íbamos a salir, pero aún hicimos un nuevo recorrido por cada una de las naves, mientras los ojos iban captando a cada momento sensaciones nuevas.
De la mezquita a cruzar el puente.
Viendo el Guadalquivir bajo un cielo sin asomo de nubes.
Al otro lado del puente nos esperaba la torre de la Calahorra. Desde épòca musulmana esta torre ha defendido el acceso al puente desde la orilla izquierda.
Las salas de su interior acogen el Museo Vivo de al-Andalus, sobre la supuesta convivencia entre las culturas judía, cristiana y musulmana.
De todos modos lo mejor de la torre son las vistas desde su terraza superior.
La tarde nos quedó para repetir calles y lugares de la encantadora ciudad.
El martes por la mañana a la estación del AVE.
Y al tren que en pocas horas nos acercaría de nuevo a casa.