Primer viaje de 2014. El destino, Lanzarote, en búsqueda de temperaturas más suaves que las del enero ribagorzano. Día 12 de enero. En coche a Lérida, luego AVE a Barcelona, Cercanías al aeropuerto y vuelo de Vueling hacia Arrecife. Todo perfecto menos el mínimo espacio que te dejan los “low cost”, que casi impide hasta respirar. Desde el aeropuerto taxi a Playa Blanca, al hotel, y agradable sorpresa al tener que acceder a la recepción por una capilla iluminada con lámparas con grandes cirios y donde se escucha continuamente gregoriano.
Dejar las maletas, asearnos y salir a cenar era ya todo lo que se podía hacer dada la hora. Cerca del hotel hay bastantes restaurantes en la bonita urbanización de Puerto Marina Rubicón, desde donde se contempla a corta distancia Fuerteventura.
Al día siguiente, a madrugar como siempre y un paseo de ida y vuelta hacia Playa Blanca para desentumecer el cuerpo y situarnos en la zona. de regreso al hotel a alquilar un coche, ya que es la mejor, por no decir la única, manera de moverte por la isla.
Ya en el vehículo nos dirigimos hacia el norte, pronto adentrándonos en tierras volcánicas.
La primera parada fue en las Salinas de Janubio, las más extensas de la isla, aún en explotación.
A partir de las salinas la costa se va haciendo cada vez más espectacular.
Hacia el interior se ve la Montaña Bermeja, inconfundible por el color de las lavas que forman este antiguo volcán.
En Los Hervideros aparece una recortada costa llena de cuevas y recovecos donde el agua forma al chocar con la lava petrificada espectaculares esculturas móviles.
De los Hervideros al Charco de los Clicos o Laguna Verde, actualmente difícilmente accesible desde el sur. Hay que llegar a El Golfo y desde allí se alcanza un mirador desde donde se contempla perfectamente esta misteriosa laguna rodeada de una playa de arena negra. Un sendero en pronunciado descenso conduce a la laguna. Su increíble color se lo da un peculiar tipo de algas.
Dejamos la costa para dirigirnos al Parque Nacional de Timanfaya. Este parque ocupa la mayor parte de la superficie arrasada por las erupciones del siglo XVIII. Al poco de llegar a él, se halla el llamado Echadero de los camellos, desde donde se puede dar un corto paseo turístico por el parque a lomos de estos animales (en realidad, dromedarios).
Al llegar al Parque Nacional hay que pagar las entradas para poder acceder con el coche hasta el aparcamiento situado un par de kilómetros más allá donde hay que dejarlo.
Sobre el aparcamiento se encuentra el denominado Rincón de Hilario, en recuerdo de un personaje que vivió aquí a principios del siglo XX en la única compañía de su dromedario.
En el Rincón de Hilario puede contemplarse como el subsuelo sigue activo, llegando la actividad geotérmica a la superficie.
En el lugar de modo ya no meramente lúdico sino también utilitario se cocinan pollos. Ése es el plato estrella del restaurante sito en el lugar, obra de César Manrique, como tantas otras construcciones lanzaroteñas.
Desde el Rincón de Hilario parten los autobuses que son la única manera de recorrer el parque. El recorrido por entre antiguos volcanes y mantos de lava es sorprendente, y la estrechísima carretera pone continuamente a prueba la habilidad de los conductores.
Hay rincones de un encanto único.
Los desérticos paisajes parecen transportarte a otro planeta.
Aquí y allá se vislumbra alguna planta que parece querer empezar a colonizar un terreno ciertamente difícil. Los escasos animales no se dejan ver.
Variaciones morfológicas y cromáticas sí aparecen por doquier.
Según les da el sol el término Montañas de Fuego adquiere todo su significado.
Algunos cráteres son de película.
De regreso al hotel paramos en la bonita y blanca población de Yaiza.
En la plaza frente a la iglesia aún estaba expuesto el gran Belén, que cada año realizan en esta población, lleno de elementos paisajísticos, arquitectónicos y culturales de la isla.
Por la noche paseo y cena en Puerto Marina Rubicón.
El martes, de buena mañana, con ganas de llegar pronto al norte de la isla, nos dirigimos, pasando por Yaiza y Teguise, hacia Haría. Era un día ventoso pero paramos en el mirador, situado en uno de los puntos más altos de la isla, en la zona conocida como Malpaso.
Haría es un bonito pueblecito con un pequeño palmeral.
Tras breve parada en Haría, seguimos hacia el Mirador del Río. El Río es el nombre que recibe el estrecho brazo de mar que separa Lanzarote de la pequeña isla de La Graciosa.
Un mirador obra de César Manrique (¡cómo no!) permite contemplar perfectamente La Graciosa, así como sus dos minúsculos núcleos urbanos y los pequeños islotes situados tras la isla.
Unos metros al este, sobre el mirador, quedan restos de las construcciones militares que usaron este lugar.
Del Mirador rumbo a ver jameos. Jameos es el nombre que recibe en Lanzarote cualquier cavidad creada al hundirse el techo de algún tubo de lava volcánica. Antes de llegar a la Cueva de los Verdes, hicimos algunas pausas para contemplar la agricultura isleña.
El Monte Corona, visible desde cualquier punto de la zona fue el volcán que con sus erupciones de hace cinco mil años originó, tanto la Cueva de los Verdes como los Jameos del Agua.
La Cueva de los Verdes es un largo tubo volcánico, escasamente modificado por la intervención humana, del cual se visita una buena parte.
La entrada no permite imaginar las increíbles formaciones que veremos dentro.
A finales de los años sesenta del pasado siglo se acondicionó la cueva para las visitas turísticas y se la dotó de una muy lograda iluminación.
Hay lugares en que se puede observar perfectamente como se solidificó la lava.
El largo recorrido (dura casi una hora) ofrece rincones de inusitada belleza.
A escasa distancia se hallan los Jameos del Agua. Otra cavidad volcánica, pero en este caso muy transformada para su explotación turística por César Manrique.
Al acceder nos tropezamos enseguida con el lago interior, que alberga una extensa colonia de unos minúsculos cangrejos albinos y ciegos adaptados a la vida en estas aguas subterráneas.
Es necesario usar el zoom para poder apreciarlos en las fotografías.
Sin embargo, conforme los ojos se acomodan a la escasa luz, se aprecia el brillo de centenares de ellos en las azuladas aguas.
En la propia roca volcánica está instalado un auditorio. Al parecer su acústica es excelente, pero no tuvimos oportunidad de comprobarlo.
Las instalaciones se completan con las piscinas.
Tras una intensa mañana, ya en horas muy tardías, nos detuvimos a comer en el pueblecito de Arrieta.
Frente al mar hay varios restaurantes donde sirven excelente pescado regado con algún blanco de malvasía lanzaroteña.
Regreso tardío al hotel. Paseo, cena y descanso.
El miércoles otra vez hacia el norte. Al Jardín de Cactus, situado en Guatiza, últimas gran obra de César Manrique en la isla.
El recinto del Jardín ya está rodeado por plantaciones de tuneras.
La tunera es una chumbera de origen mejicano, que se utiliza en Canarias desde hace siglos para criar cochinillas. Este pequeño insecto se usa para obtener un colorante de intenso color carmín. El cultivo de la cochinilla se ha ido perdiendo (aunque hay intentos de recuperación) y la tunera se cultiva muchas veces por sí misma por las propiedades medicinales de la planta.
El jardín lo preside un antiguo molino rehabilitado, situado en posición elevada desde donde se domina todo el conjunto.
Hay cactus procedentes de todo el mundo. Algunos francamente curiosos.
Otros parecen transportarte a lugares exóticos.
El agua y las rocas volcánicas se hallan en perfecta simbiosis con los cactus.
En resumen, un lugar de paseo, entretenimiento, belleza y una buena lección botánica.
Desde Guatiza hacia Tahiche, en cuyas cercanías está la Fundación César Manrique.
La Fundación ocupa la que fue la antigua vivienda del artista, rodeada por un jardín donde se reproducen los modelos tradicionales de la agricultura isleña.
A la entrada ya nos recibe una de sus obras.
El jardín es también es muestra de la integración arte-naturaleza.
La casa está construida sobre burbujas formadas por la lava de la erupción de 1824, que han sido unidas entre sí constituyendo un modelo único, en la que espacios, mobiliario y decoración llevan implícita la obra del artista.
También contiene la casa una colección de obras de diversos artistas y del propio César Manrique.
Las ventanas son también perfectos marcos para cuadros formados por la propia realidad que rodea la casa.
De la Fundación a Arrecife buscando el castillo de San José. Perderse en Arrecife es fácil, encontrar el mencionado castillo no tanto pues las indicaciones no es que sean pocas, es que son inexistentes. De todos modos, llegamos a él.
El castillo de San José, al norte de la ciudad, ha sido rehabilitado y se ha instalado en él un Museo de Arte Contemporáneo.
Contiene obras de renombrados artistas del siglo XX: varios del grupo El Paso, Gordillo, Tapies, Torner, … Para mi fue un descubrimiento el escultor lanzaroteño Pancho Lasso, que tiene una sala dedicada a él en el museo.
Desde el restaurante hay bonitas vistas hacia Arrecife y la bahía.
Nos dimos una vuelta por Costa Teguise y de regreso -tarde otra vez pues la mañana también fue intensa- paramos a comer en San Bartolomé.
Cerca de San Bartolomé, , prácticamente en el centro de la isla, en el cruce de las carreteras que la cruzan de norte a sur y de este a oeste, se halla la Casa-Museo y el Monumento al Campesino. Durante el viaje fue el punto por donde más veces pasamos.
En la carretera que va hacia el sur, entre Masdache y Uga, están la mayoría de las bodegas y viñedos de la isla. Fuimos deteniéndonos para contemplar la curiosa manera de proteger y tratar la viña en ese desolado paisaje.
Una paradita en una bodega culminó la excursión del día.
Aún llegamos a Puerto Rubicón de día.
Nuevo día y salida temprana otra vez. Decidimos apartarnos de los circuitos y visitas tradicionales. Habíamos leído en internet algo sobre un volcán denominado Del Cuervo. Situado cerca de la carretera que va desde la zona de las bodegas hasta Tinajo.
A la izquierda de la carretera ya lo vemos izarse en medio de una llanura de residuos volcánicos.
El sendero desde la carretera al volcán es cómodo e impresionante por el colorido que sobre las lavas solidificadas, mayoritariamente negras, ofrecen la gran cantidad de líquenes que las van cubriendo.
Conforme te vas acercando ya se adivina a la derecha por donde es posible acceder al interior del volcán sin necesidad de escalarlo.
La experiencia de estar en completa soledad y silencio en el interior del volcán es extraordinaria.
El día estaba nublado, pero al regreso clareaba un poco y el espectáculo cromático era por completo distinto.
Desde el volcán Del Cuervo fuimos a Tinajo, donde poco antes de llegar, en la pequeña población de Mancha Blanca se halla la ermita de los Dolores, en cuyo interior se venera la denominada Virgen de los Volcanes, patrona de Lanzarote.
A unos metros de la ermita se ve una cruz que señala según la tradición el lugar donde se detuvieron las lavas en las erupciones del siglo XVIII. Aún fue sacada de nuevo la Virgen en 1824 ante la erupción de un volcán cercano, que se apagó al acercarse la procesión con la imagen.
De Mancha Blanca a Teguise, donde subimos al castillo de Santa Bárbara. La niebla y la llovizna no hacían la experiencia demasiado agradable.
En el interior del castillo había antes el Museo del Emigrante, que actualmente ha sido sustituido por un museo dedicado a la piratería en las islas Canarias.
A la salida el tiempo había mejorado y era posible contemplar Teguise a los pies del castillo.
Teguise es quizás el pueblo lanzaroteño que mejor ha conservado edificios tradicionales.
En Nazaret, muy cerquita de Teguise, comimos en un excelente restaurante. Como cada día el vino fue autóctono, en este caso tinto envasado en una artística botella.
De vuelta al hotel, ya anochecido nos acercamos a Playa Blanca, donde encontramos unos niños practicando lucha canaria.
El viernes prácticamente ya habíamos recorrido los principales atractivos turísticos de la isla. Iniciamos el día recorriendo lugares en que no habíamos estado. Empezamos en Puerto Calero.
Continuamos por Puerto del Carmen.
Luego Arrecife, en donde ni siquiera bajamos del coche al encontrarlo muy poco atractivo.
Tras comer en Yaiza, decidimos repetir la ruta de la Costa sudoeste, yendo de nuevo a El Golfo y a echar un vistazo a la Laguna Verde.
Después Los Hervideros estaban más espectaculares si cabe al estar el mar más agitado.
Los últimos días decidimos prescindir ya del coche y dedicarlos al descanso, al paseo y a la gastronomía. Por la mañana a Playa Blanca.
A la caída del sol, nos acercamos al castillo de Las Coloradas, situado muy cerquita del hotel.
El castillo no tiene un excesivo interés pero las vistas sí lo tienen.
Desde allí se divisa perfectamente Fuerteventura.
El domingo por la mañana un paseo hasta la playa de Las Coloradas.
Como el día acompañaba aún nos fuimos otra vez a Playa Blanca con chaparrón imprevisto incluido. El puerto y algunos rinconcitos de Playa Blanca tienen también su atractivo.
El lunes a casa. Afortunadamente el avión no iba esta vez lleno y el viaje resultó agradable. En Barcelona AVE y a Lérida donde dormimos para volver a Graus el martes. Y hasta el próximo.