Hacía años que no íbamos a Marruecos y la anulación de otro viaje previsto nos acabó de animar a repetir la experiencia.
De buena mañana salimos de Graus. Salir de casa siempre se agradece sin los problemas añadidos de combinación de transportes o bien de ir al aeropuerto con el propio vehículo.
El autobús se dirigió a Huesca a recoger el resto de pasajeros y de allí a Zaragoza para tomar el AVE en dirección a Sevilla.
El trayecto en AVE como siempre rápido y cómodo.
Llegada a la estación de Santa Justa en Sevilla. A comer algo rápido y a tomar otro autocar.
Desde Sevilla a Algeciras y a La Línea de la Concepción, donde estaba el hotel.
El peñón de Gibraltar lo teníamos justo enfrente del hotel y como, tras estar todo el día sentados, nos apetecía un paseo hacía allí nos dirigimos.
El cruce fronterizo, que da paso a una situación en los tiempos actuales que sólo puede calificarse de anacrónica y ridícula, provoca pena y risa a la vez.
No nos apetecía para nada coger otro autobús para ir a la ciudad y nos dimos pronto la vuelta.
Proseguimos el paseo por La Línea. Cruzamos el monumento a los trabajadores españoles en el Peñón.
Y llegamos al centro donde paramos a tomar algo.
Regresando al hotel contemplamos un búnker de los pocos que se conservan de los casi quinientos que se construyeron a principios de la Segunda Guerra Mundial.
Repuestas las fuerzas, otro día con mucho autocar. Tras desayunar, hacia Tarifa.
Un buen rato en el puerto. Bajar maletas, subir maletas, pasarlas por el escáner, …
Tiempo para admirar las fortificaciones costeras de la ciudad.
Y finalmente autocar y pasajeros al ferry.
Partiendo, buenas vistas de Tarifa.
La costa española se iba alejando.
La africana no la vimos hasta llegar pues el control de pasaportes no finalizó hasta que llegábamos a Tánger.
En Tánger otra vez largos trámites. Si esto ocurre en verano durante la llamada “Operación Paso del Estrecho”, no quiero imaginar el infierno que debe ser aquello.
Vimos una rápida panorámica de Tánger.
Y hacia Larache por la costa.
Zonas no cultivadas y de cereal alternan por el camino, ocupadas por ejemplares sueltos de ganado vacuno.
Llegando a Larache se cruza el río Lucus o Loukkos, el más importante del Rif. Cerquita están las ruinas romanas de Lixus.
Larache recuerda mucho su pasado español. Tanto en instalaciones de origen militar
como en sus plazas.
Tras comer pescado, lo habitual en Larache, hacia Rabat.
En las cercanías de Kenitra, mares de plástico donde se cultivan todo tipo de frutas y hortalizas.
El río Bou Regreg divide las ciudades de Salé y Rabat.
Y al hotel. En el centro de la ciudad, lo que siempre se agradece.
Estábamos a unos pasos de la Gran Mezquita. Originaria de la Edad Media, fue completamente reconstruida en 1882 y muestra incluso modificaciones del siglo XX.
Completamos la salida con un paseo a lo largo de la iluminada y concurrida avenida de Mohamed V.
Todos dispuestos a seguir pasando unas buenas jornadas marroquíes.
El día siguiente empezamos, como es habitual en Rabat, con la visita a la torre Hassán y el mausoleo de Mohamed V.
El recinto donde se hallan está amurallado y en sus dos puertas montan guardia soldados a caballo.
En el interior lo primero que sorprende es el bosque de columnas que debían haber soportado la cubierta de una inmensa mezquita que nunca se finalizó.
Los almohades a finales del siglo XII intentaron hacer una mezquita que sería posiblemente la mayor del mundo. La muerte del califa almohade Yacub Al-Mansur en 1199 provocó la detención de las obras que ya no se reanudaron.
El alminar (la Torre Hassán), situada al final del conjunto de columnas y pilares tampoco se finalizó.
Había de ser aproximadamente el doble de alta. Con sus gemelas el alminar de la Kotubiya de Marrakech y la Giralda de Sevilla constituyen la máxima expresión del arte almohade.
La torre sufrió muchos daños en 1755 con el terremoto de Lisboa. Restaurada, muestra una magnífica decoración.
Entre la columnata y la Torre está el monumento al Soldado Desconocido.
En el extremo opuesto a la torre de la explanada se sitúa el mausoleo de Mohamed V, diseñado por el arquitecto vietnamita Vo Toan.
Dos grandes escalinatas dan acceso al interior.
El centro del mausoleo lo ocupa la tumba de Mohamed V y al fondo en los extremos se hallan los sarcófagos de sus hijos Mulay Abdallah y Hassán II.
Luego, al Palacio Real. Aparcamos junto a la mezquita El Faeh, donde va el rey para la oración del viernes cuando está en Rabat.
El Palacio Real queda a escasa distancia. No es posible visitar su interior.
De Rabat a Casablanca. Ciudad cosmopolita, la mayor de Marruecos, con notables contrastes entre sus zonas ultramodernas
y suburbios de barracas.
La visita ineludible en Casablanca es la enorme mezquita de Hassán II. Capaz de albergar veinte mil fieles en su interior y otros ochenta mil en la explanada exterior, contiene bibliotecas, salas de conferencias y un inmenso aparcamiento. Fue construida sobre el mar y no se escatimaron medios en su ejecución: la cubierta se desplaza automáticamente, es a prueba de terremotos, las puertas se abren y cierran eléctricamente, …
El alminar mide 172 metros y puede usarse como faro.
Todos los detalles decorativos fueron realizados con extremo gusto.
Es la única mezquita marroquí a cuyo interior pueden acceder los “infieles” (previo pago, evidentemente). Esta vez no entramos, pero no puedo evitar poner la fotografía de una visita anterior de la parte que más me impactó: los baños.
Luego una visita panorámica a la ciudad. Pasamos por sus lugares más populares como la plaza Mohamed VI.
O la plaza de las Naciones Unidas.
A comer.
Y dejamos Casablanca para partir hacia Marrakech.
El paisaje bastante monótono. Terrenos áridos.
Salpicados aquí y allá por algún pueblecito.
Los rojos y ocres del terreno contrastando con el cielo muy azul.
Cerca están los grandes yacimientos de fosfatos marroquíes.
Ya en pleno atardecer entrábamos en Marrakech.
Al hotel. El aspecto no era malo, pero las habitaciones que daban a la calle como si estuvieran en medio de ésta. Bocinas y escapes libres fueron el acompañamiento musical del “sueño” durante un par de noches.
La visita a Marrakech la iniciamos por la mañana con esa luz tan especial que tiene la ciudad sobre todo al amanecer y al atardecer.
Lo primero fue a los jardines de olivos y el estanque de La Menara,
El estanque data del siglo XII y formaba parte del programa de regadíos de los almohades
Todo el conjunto fue restaurado por la dinastía alauita. El pabellón adquirió su actual aspecto en el siglo XIX y, según la tradición popular, sirvió durante muchos años de refugio a los gerifaltes en sus correrías y escarceos más o menos pecaminosos.
En Marrakech la Medina está rodeada por una muralla construida toda ella con arcilla de color rojizo que va cambiando al ritmo de la luz solar.
Cruzada la muralla aparecen los jardines de La Kotubiya.
Los jardines son una anticipo a la joya más conocida de Marrakech, el alminar de la mezquita de La Kotubiya, cuya silueta los domina desde el fondo.
La mezquita no se puede visitar. Contenía un “mimbar” (púlpito) originario de Córdoba, obra almorávide, que fue restaurado en 1998 por especialistas del Museo Metropolitano de Nueva York (las visitas no, pero el dinero de los “infieles” es bien recibido) Hoy se exhibe en el palacio Badía.
El alminar completa con la Torre Hassán de Rabat, que ya vimos, y la Giralda de Sevilla la tríada de los grandes torreones almohades destinados a llamar a la oración.
Las esferas de cobre que lo coronan, según la leyenda, eran originalmente de oro y donación de la esposa de Yacub al-Mansur para hacerse perdonar la ruptura del ayuno del Ramadán.
Después fuimos al palacio de la Bahía. Éste fue construido por Ahmed Ben Moussa, gran visir, a finales del siglo XIX.
Sus jardines son muy extensos.
Las construcciones, sólo visitables en parte, son un inmenso conjunto de salas y habitaciones situadas laberínticamente alrededor de algunos patios, el más destacado de los cuales es el llamado Patio de Honor.
El palacio sólo tiene una planta para favorecer la movilidad del visir de una obesidad mórbida. Sin embargo esa obesidad parece que no le impedía complacer a sus cuatro esposas y la multitud de concubinas a las que estaban destinadas las diversas habitaciones.
Taraceados e incrustaciones adornan las puertas.
El yeso en celosías y mocárabes surge por doquier.
Tal vez lo más sobresaliente sean los artesonados en los techos.
Del palacio hacia el zoco, siempre pasando bajo la vigilancia de La Kotubiya.
Antes de entrar en el zoco propiamente dicho ya van apareciendo las tiendas de abigarrado colorido.
Los frutos secos, con primacía para los dátiles, por todas partes.
La carga y descarga de mercancías un caos “organizado”.
En el zoco lo primero visita a un herbolario.
A la venta están infinidad de hierbas, pomadas, granulados y todo tipo de “curalotodo”. Y aún se puede aprovechar la visita para recibir un masaje cervical.
A la salida se puede ver a mujeres procesando las semillas de argán, el producto de moda que ocupa el primer lugar entre los “milagrosos”.
Tiendas de todos los tamaños con tejidos, bolsos, alimentación, lámparas, recuerdos y todo lo inimaginable
compiten con humildes vendedores ambulantes de cualquier cosa. En este caso higos chumbos.
Pastas y dulces, eso sí muy dulces y consistentes, son muy apreciados en Marruecos.
Los turrones también están presentes.
Los métodos de transporte en el interior del zoco son muy particulares.
Hasta la entrada suele llegar el que probablemente es el animal doméstico más numeroso y popular de Marruecos.
Pasamos por la plaza de Jema el-Fna, centro vital de la ciudad. Por la mañana no es más que un mercado al aire libre. Por la tarde es cuando cobra su auténtico espíritu.
Al atardecer volvimos. A una hora en que la Kotubiya nos ofrecía otra perspectiva.
La plaza ya se iba llenando de gente.
Los puestos de comida ofrecían sus productos, entre los que priman los caracoles, garantizando tres meses sin trastornos digestivos. Garantía que no se sabe bien si estimula el consumo o la huida.
No hace demasiados años estos puestos eran mucho más sencillos y la mayor parte cocinaban en el suelo. Se han estandarizado, probablemente porque las autoridades han puesto exigencias higiénicas, pero han perdido encanto.
Son también muy abundantes los vendedores de zumos, naranja y granada preferentemente.
Pero lo pintoresco son los encantadores de serpientes. Se supone que a las que cuelgan al cuello de los turistas se les ha extraído el veneno, pero no a las otras. La prueba es que casi cada año muere alguno de ellos mordido por alguna víbora o cobra.
Los limpiabotas.
Los aguadores.
Los dentistas.
Los organizadores de juegos.
Músicos con sorprendentes instrumentos.
Y luchadores, rapsodas, fotógrafos, domadores de monos, etc., que atraen a muchísimos turistas, pero también a familias de la ciudad que disfrutan de un espectáculo cambiante cada día.
Ya casi anochecido dejábamos la plaza y la Kotubiya.
Para ir a una cena-espectáculo en Chez Alí, enorme complejo situado a las afueras de Marrakech.
Bereberes a caballo y con espingardas montaban la guardia ante el complejo.
Diversos grupos folklóricos de diferentes tribus amenizaban el recorrido.
Todo en un entorno muy de cuento.
Hasta llegar a un gran estadio donde tendría lugar el espectáculo y un gran palacete donde se serviría la cena.
La cena muy marroquí, pero acompañada de vino. Primero, sopa.
A continuación, “tajín” de cordero con ciruelas.
Que por alguna oculta razón precedió -lo que no suele ser habitual- al “cuscús”.
Y de postre “jourara”, hojaldre con leche y frutos secos. Debió estar bueno porque no quedó nada.
Una cesta de frutas y pastas acompañaron el té.
Después al espectáculo. El plato fuerte son las correrías de los caballos mientras los jinetes disparan sus espingardas.
Ruido, humo y pólvora a discreción.
Tras alguna exhibición de equilibrios a caballo, una bailarina al son de músicas muy peliculeras intentaba entretener al público.
Finalmente desfile de todos los figurantes.
Los caballos también, naturalmente.
Y a dormir. Entretenida velada a gusto de turistas.
Por la mañana mientras los niños iban a al escuela, nosotros hacia el Atlas.
Dejábamos los palmerales que rodean Marrakech.
Pasando por pueblecitos con su arquitectura de adobe y tapial.
Y por mercados.
También cruzábamos amplios ríos, que cuesta imaginar bajando impetuosos y desbordantes en época de lluvias.
Rebaños de cabras y ovejas rebuscan todo aquello comestible que queda en el árido paisaje.
Otras zonas son algo más verdes.
Con pequeños pueblecitos al lado de los cursos de agua.
Los paisajes, desde luego, maravillosos.
Con marcados contrastes en pocos kilómetros.
El argán crece por esta zona.
Hicimos una pausa en una lugar en que elaboraban aceite de argán y miel.
Largos oasis se extienden siguiendo el curso de los ríos
Cruzamos el puerto de Tichka a 2260 metros sobre el nivel del mar, el más alto de Marruecos.
En el descenso empezaban a aparecer Kasbahs, las fortalezas de adobe típicas de los pueblos bereberes del Atlas.
Pese a la aparente aridez todos los pueblos cuentan con zonas de frutales, destacando las manzanas.
Algún morabito aparecía en nuestro camino. Los morabitos son lugares donde habita algún personaje con fama de santo o bien protegen su tumba. Desde época preislámica en Marruecos estos personajes y lugares han sido objeto de veneración. Esto choca con la interpretación rigurosa del Islam que prohíbe todo culto no dirigido directamente a Dios y todo tipo de intermediación entre Dios y el hombre.
A mediodía llegábamos a la Kasbah de Ait Ben Haddou, una de las más bien conservadas de Marruecos.
En cualquier lugar turístico hay esperando dromedarios para quien quiera darse un paseo.
En un restaurante cercano a la kasbah comimos.
Y de allí a Ouarzazate. Esta población es considerada la puerta del desierto, pero quizás es más famosa por sus estudios cinematográficos que han hecho conocerla como el Hollywood del desierto.
Aquí se rodaron fragmentos de “Lawrence de Arabia”, de “Astérix y Obélix: Misión Cleopatra”, de “La joya del Nilo”, de “Gladiator”, de “La Momia” o de “El Reino de los Cielos”.
Antes de ir al hotel nos acercamos a la kasbah de Taurirt a las afueras de la ciudad.
Esta fortificación era el lugar de residencia del Pachá de Marrakech.
Recorrer el interior permite ver lo cuidada que era la decoración en contraste a un exterior bastante sobrio
Pinturas en los muros.
Primorosos artesonados.
Algunas sala abierta al patio prueba aún el pasado esplendor.
Y desde las ventanas se ve la grandiosidad de la construcción.
¡Lo que se puede llegar a hacer únicamente con barro!
Luego al hotel.
Y un paseo por la ciudad. Moderna y sin demasiado atractivo.
Sin embargo, comercial como cualquier lugar marroquí. Esto no es un vertedero, sino una tienda en la que se puede encontrar todo tipo de mercancías usadas, muchas de ellas en el exterior.
Aún nos adentramos más hacia el desierto el día siguiente. Zonas esteparias
alternaban con palmerales de las zonas con agua.
Aquí y allá alguna kasbah.
Oasis.
Y eriales.
Pueblos modernos.
Y otros dentro de kasbahs fortificadas.
Cruzamos el valle de las Rosas, donde el intenso cultivo de éstas alterna con otros vegetales. ¡Lástima que no estaban en período de floración!
Donde nos detuvimos el perfume de rosas impregnaba el ambiente.
Las rosas no son de gran tamaño, pero sí que es intenso su aroma.
Esperábamos sólo zonas desérticas, pero abundan los ríos.
Los modos de vida tradicionales aparecen en cada rincón.
Y los oasis.
Y poblaciones fortificadas.
O kasbahs aisladas en un rincón de la población.
Algunos pueblos son grandes.
En una de ellos nos despedía en la rotonda un monumento a la rosa.
En las más pequeñas sigue vigente el transporte tradicional.
Y los mercados que no falten.
Llama la atención la heterogeneidad del vestuario. Hay quienes visten al modo tradicional.
Conviviendo perfectamente con otros vestidos a la europea.
Lavar la ropa en el río sigue siendo motivo de encuentro y de charla.
Finalmente llegamos a Tinergir, importante ciudad en un extenso oasis.
Dejamos Tinergir y siguiendo el río nos fuimos acercando a las gargantas del Toudgha.
El paisaje de las gargantas es espectacular. Con los turistas, vendedores de todo tipo y alquiladores de burros para paseo (¡pobres bichos!) hay también multitud de escaladores.
Con tiempo ha de valer la pena adentrarse más en la garganta y alejarse del bullicio turístico.
Los asnos esperan clientes para pasear.
Alguno incluso mal aparcado.
Regreso hacia Tinergir.
Pasando por más Kasbahs.
Y por más lavaderos fluviales de ropa.
Paramos a comer y proseguimos hacia Erfoud.
Cruzamos más oasis.
Y palmerales.
Adentrándose en el desierto son abundantes los fósiles. Aquí y allá tiendas y puestos vendiendo fósiles y meteoritos (auténticos o falsos).
En las zonas desérticas se oteaba a lo lejos algún campamento nómada.
Pero pronto lo más destacado eran unos montículos a modo de pequeños cráteres que jalonaban el paisaje.
En realidad no son más que pozos-respiradero que servían para limpiar las canalizaciones subterráneas que datan de época almohade.
Algunas familias se instalan alrededor de estos pozos para explotarlos turísticamente, haciendo posible el acceso a ellos, a la vez que ofrecen paseos en dromedario y algunos otros productos.
Han trazado escalones para acceder fácilmente a los montículos
y contemplar su interior.
Por un euro uno puede bajar a los pozos y convertirse por un rato en explorador del subsuelo.
Dejamos los pozos para ir ya al cercano Erfoud.
Antes de llegar paramos en una fábrica de fósiles.
También vendían las llamadas rosas del desierto. Son éstas rocas sedimentarias que cristalizan en curiosas formaciones que parecen flores.
En la fábrica se dedican a pulimentar grandes placas marmóreas con multitud de fósiles incrustados en ellas. De este modo se obtienen multitud de objetos decorativos.
Y otros que combinan la decoración con la funcionalidad.
También pueden ofrecer objectos combinando el fósil con otros materiales.
Es posible también adquirir fósiles al natural.
El día había sido largo y ya sólo correspondía descansar en el hotel.
Al amanecer buena parte del grupo decidió ir a ver la salida del sol desde el desierto. Otros, más comodones, nos quedamos en la cama.
Reunidos y desayunados todos, reempredimos ruta.
Palmerales.
Alternando con zonas desérticas donde se podía ver alguna acampada de los nómadas.
Algún que otro morabito.
Apacibles pueblos.
El transporte más usual en zonas rurales sigue siendo el asno. En la fotografía aparece un perro, muy escasos en Marruecos.
El secado de dátiles y ramas de palmera se puede ver frente a las casas y también en las terrazas.
Cruzamos alguna ciudad.
Y el resto desierto alternando con pequeños oasis.
O grandes.
Las kasbahs seguían formando parte del paisaje.
Algunas en avanzado estado de deterioro.
Los ríos con poca agua, pero con su gran amplitud haciendo imaginar cómo serán las avenidas en época de lluvias torrenciales.
Aldeas.
Y rebaños buscando su sustento en duras condiciones.
Las cabras parecen ser más expertas en hallar comida entre las piedras.
En zonas altas y áridas crecen bosquecillos de alerce africano, llamado también sabina mora.
Tras bastantes kilómetros a comer en uno de los muchos hoteles construidos al modo de kasbahs.
Por la tarde recorrido por el Atlas Medio. Rebaños.
Una zona en que abundan los perros asilvestrados.
Grandes bosques de cedros.
Montes escarpados.
En los pueblos, mercados. Hasta por la tarde.
Y parada en Ifrane, localidad con pistas de esquí cercanas y con paisaje que más bien parece alpino.
Y llegada a Fez. Al hotel, que ya no daba para más.
Por la mañana la visita a esta extraordinaria ciudad, considerada por muchos la capital cultural y también religiosa del país.
Pronto nos llamó la atención la gran cantidad de cigüeñas, cada vez más sedentarias, tal como ocurre también en España.
Frente al Palacio Real se extiende la plaza de los Alauitas.
El palacio no se visita pudiendo contemplar únicamente sus grandes puertas doradas realizadas hacia 1970.
Cerca está la Mellah, el antiguo barrio judío.
Nos desplazamos en autocar hacia un taller de alfareros. Por el camino tuvimos buenas vistas de la Medina.
En el taller de alfareros vimos desde el torno.
A los procedimientos de barnizado y pintura.
Y al delicado trabajo de obtener las teselas de colores con las cuales se realizan las obras maestras del taller.
Luego a la Medina, completamente amurallada.
Al ser viernes (día sagrado para los musulmanes) no había un exceso de gente.
Entramos por la puerta de Bab Boujeloud.
Topamos enseguida con el zoco. Todo se compra y se vende. Y allí mismo se puede comer.
Sobre todo las carnes han mejorado mucho su presentación.
Además de la clientela tradicional hay otra que espera a ver qué cae.
Los frutos secos ofrecen gran variedad.
Algunos productos no pueden ser más frescos.
Los sentidos son estimulados incesantemente.
La hojalatería es una de las artesanías más tradicionales.
Los asnos recorren el zoco transportando mercancías, mientras su dueño va gritando “balak” a fin de abrirse paso entre el gentío.
Pero no a todas las calles de la Medina pueden acceder estos animales. también tiene a veces el paso prohibido. Esta vez se me pasaron por alto las señales, por eso utilizo una fotografía de mi visita anterior.
La Medina es la ciudad, el zoco es tan solo una parte de ella. Hay también la parte residencial, aunque cada vez se ven más casas vacías como suele ocurrir en el casco antiguo de tantas y tantas ciudades de todo el mundo.
Los herrajes de las puertas no es uno de los menores atractivos de la Medina.
Apareciendo casi siempre en ellos la “mano de Fátima”, amuleto de antiguo origen que tiene la función de proteger la casa y sus habitantes.
Otra vez en el zoco, sonidos, colores y aromas llenan el ambiente.
Entre las miles de callejuelas aparecen mezquitas, generalmente con gente al ser viernes.
Con los frutos secos se mezclan también todo tipo de frutas confitadas.
Algunas calles comerciales guardaban completamente la festividad del viernes.
Finalmente al barrio de los curtidores y tintoreros. El colorido es muy vistoso, pero aquí el sentido predominante es el olfato. Las ramitas de menta que te dan al acceder a las tiendas con terraza donde se ven las pozas de trabajo poco ayudan.
No conozco los sueldos, pero imagino que no serán para tirar cohetes y desde luego todo el día entre ese nauseabundo olor por mucho que uno se vaya acostumbrando …
Las pieles se sumergen primero en cal para quitar los restos de carne y sangre que lleven aún pegados. Luego se las coloca en otras pozas que contienen orines de todo tipo y excrementos de paloma, donde se dejan reposar unos días. Finalmente se tiñen y colorean.
Desde las mismas terrazas hay buenas vistas de la Medina.
Se acercaba la hora de comer y empezamos a salir de la Medina. Acompañados y guiados pues tiene que resultar fácil perderse en ese inmenso laberinto que es.
Hoy el “tajín” tocaba de pollo.
Volvimos luego un rato al hotel para dejar pasar la hora de más calor.
Por el camino pudimos ver cementerios junto a las murallas.
Y alguna fortificación de refuerzo.
Por la tarde el paseo fue por la zona moderna. Bulevard Mohamed V. Algo muy diferente de lo visto por la mañana.
Pero también con detalles pintorescos como algún accidente de tráfico. Afortunadamente sin víctimas, pero que por momentos iba congregando gente y parando toda la circulación.
Después por la avenida Hassán II hasta un moderno gran centro comercial. Curiosamente el primer lugar en que no aceptaban euros de ninguna manera.
Por la misma avenida donde hay un par de leones muy populares regresamos al hotel.
Ya era sábado. Madrugamos e iniciamos el regreso al despuntar el día.
El paisaje era menos árido que días anteriores.
Hasta algo de niebla nos acompañaba.
Mercados como siempre.
No nos detuvimos hasta Acila. Esta bonita ciudad fortificada, antigua colonia fenicia, fue ocupada diversas veces por portugueses y españoles. Hoy vive del turismo.
Se entra a través de sus murallas.
Los colores verde, blanco y azul le dan su aspecto característico.
Torres y murallas la defendían de cualquier acoso por mar o por tierra.
Cuenta con pequeñas y tranquilas playas, que deben ser un hervidero en verano.
Las calles con menos movimiento comercial suelen ser las más bonitas.
En Acila comimos. En Casa García, cuyo nombre no ofrece muchas dudas sobre la nacionalidad de los dueños.
Y hacia Tánger por la costa.
Día claro, aunque algo ventoso en el puerto.
Subida al ferry, larguísima espera pues había un polizón en los motores al que no podían sacar de allí.
Al final maletas arriba, maletas abajo y a cambiar de ferry. Trayecto ajetreado y además el viento tampoco dejaba disfrutar del paisaje durante la travesía.
Descenso lento y más larga aún la espera para los trámites fronterizos.
Ya en el autocar pronto nos cayó la noche y aún nos quedaban kilómetros hasta La Carlota donde pernoctamos.
Y el último día con un regalito final, un par de horitas en Córdoba. Lo primero a tomar un poquito de jamón (¡ya era hora!) y una cerveza con normalidad. Luego a callejear por Córdoba que siempre es un placer.
No podía faltar la plaza del Potro.
Con el precioso patio donde están el Museo de Bellas Artes y el de Julio Romero de Torres.
En la misma plaza está también el Centro Flamenco Fosforito
Aún nos adentramos hasta la plaza Jerónimo Páez en la que se halla el magnífico Museo Arqueológico. ¡Lástima que no había tiempo para tantas maravillas!
Había que volver.
Un vistazo al patio de la Mezquita.
Y un adiós al Triunfo de San Rafael.
Y al puente romano.
Y por los olivares de Jaén volviendo a casa.
La última parada a comer, rumbo a Graus y hasta otra.