Hacía años que no visitábamos en Viena. Las dos últimas veces que estuvimos en Austria con coche pasamos de largo y un vuelo que reservamos hace unos años hubo imponderables de última hora que nos obligaron a anularlo.
La llegada fue agitada. Existe una nueva línea férrea que conduce del aeropuerto directamente al centro de Viena, pero no donde íbamos nosotros. Nos equivocamos, pero tras un par de trasbordos más llegamos al hotel, situado en las inmediaciones de la Estación Central.
Tras dejar el equipaje, al centro, al que se llegaba en tres estaciones de metro. Fue descender, subir las escaleras y tropezarnos con la catedral de San Esteban con su inconfundible cubierta de tejas coloreadas.
Da idea de los años que no habíamos estado en Viena el hecho de que no conocíamos la plaza de la catedral reflejada en la cristalera de la fachada de la Casa Haus, la polémica de cuya construcción aún dura.
Nos dimos un paseo por la siempre animada Kärtnerstrasse.
Hasta la Albertina Platz.
Seguimos paseando por la barroca, neoclásica y, sobre todo, ecléctica Viena.
En el teatro Ronacher se representaba la Danza de los Vampiros, la adaptación musical de la película de Polanski. Siempre es un atractivo en Viena asistir a algún concierto o a algún musical, pero si no has reservado con antelación puede ser difícil o bien tienes que hacer largas colas, lo que en viajes prácticamente improvisados como éste implica la pérdida de bastante tiempo.
Algo cansados, tras el viaje y la buena caminata que nos habíamos dado por Viena, regresamos hacia el hotel donde buscamos un restaurante por las cercanías. No es fácil porque la Estación Central está llena de chiringuitos de comida rápida, pero lo que es restaurantes en el auténtico sentido de la expresión no abundan en los alrededores. Así y todo tuvimos suerte porque en el primero que encontramos comimos de maravilla. Y eso que yo, ya que era el primer día en Viena, me decidí por el consabido “Wiener Schnitzel”, pero estaba excelente.
Acostumbramos a levantarnos pronto, pero no tanto como para ver el metro prácticamente vacío. La explicación era fácil, para nosotros era un jueves normal, pero para los austríacos una de las grandes festividades del año, Corpus Christi.
La parada en la catedral. La intención, visitarla. El exterior, sin problemas.
Incluso la portada occidental, llamada de los Gigantes, de lo poco que queda de la catedral construida a partir de mediados del XII y finalizada ya bien entrado el XIII, obra maestra del románico tardío.
En el espléndido tímpano se muestra el Pantocrátor en el interior de una mandorla, flanqueado por dos ángeles. ¡Lástima que una malla metálica impida una mejor visión!, pero la sobreprotección a las palomas, que se multiplican por doquier en proporción geométrica, obliga a medidas de este tipo
Las arcuaciones están profusamente decoradas y en el friso aparecen curiosos personajes.
Pero la visita del interior la tuvimos que posponer pues dada la festividad se celebraba una misa presidida por el cardenal primado. Como es natural en Viena con una coral y orquesta extraordinarias.
En las calles poco movimiento aún. En Graben, tal vez la calle más emblemática de Viena, paseaban cuatro. Los dorados de la barroca columna de la Peste aún no brillaban al sol.
En San Pedro, iglesia de principios del XVIII, situada donde hubo la primera iglesia paleocristiana de la ciudad, estaban arreglando el altar en la puerta para el paso de la procesión de Corpus.
El interior de San Pedro es una gran manifestación de lujo y suntuosidad. El barroco en su máxima expresión.
Dejamos el Graben
para continuar por Kohlm Arkt.
Y llegar finalmente al Hofburg.
Atravesamos el patio in der Burg.
La Heldenplatz.
Y el pórtico a modo de arco triunfal.
Hasta llegar al Ring, la circunvalación que rodea el casco antiguo.
Al otro lado hay dos edificios simétricos. El del norte alberga el Museo de Historia Natural.
Y el del sur el de Bellas Artes. A éste nos dirigimos.
Preside la escalinata de entrada una escultura de Antonio Cánova, Teseo luchando contra el centauro.
Empezamos por la sección que contiene las colecciones artísticas de los Habsburgo. Salas y salas repletas de auténticos tesoros de los más diversos materiales.
Cristal, oro, marfil y piedras preciosas combinan de todos los modos posibles.
Los objetos más cotidianos, como una palangana, son auténticas joyas.
Los autómatas abundan. Desgraciadamente no pueden ponerse en funcionamiento, aunque algún audiovisual los muestra.
El más sencillo objeto es revestido con el máximo lujo.
Instrumentos científicos de época renacentista y barroca ocupan muchas vitrinas.
Entre los autómatas algunos son extremadamente curiosos como esta Diana con el centauro, que sin automatismos sería también una primorosa obra de arte.
Camafeos, miniaturas, cristalerías, … a lo largo de centenares de metros.
Una de las obras más conocidas es el salero de Benvenutto Cellini realizado para Francisco I de Francia. Robado en 2003, fue recuperado años más tarde, tras una rocambolesca historia..
Hay obras medievales como estos esmaltes franceses del siglo XIV.
E incluso de época románica. Cristo procedente de Salzburgo, siglo XII.
Caliz, patena y pajitas. Baja Sajonia. XII
Jarra en forma de grifo. De origen alemán, principios del XII.
O este precioso marfil de principios del X.
La pinacoteca es una de las mejores del mundo. Acabamos la mañana en las salas dedicadas mayoritariamente al pintura italiana.
Están representados la inmensa mayoría de los grandes maestros. Aquí una pequeña muestra de obras, elegidas según mis propios criterios.
La coronación de espinas de Caravaggio.
Heráclito y Demócrito de Salvatore Rosa.
La primavera de Francesco Bassano.
Las cuatro estaciones de Arcimboldo. Aquí el Invierno.
Los Tres Filósofos de Giorgione.
La Virgen gitana de Tiziano.
La Virgen del Prado de Rafael.
Susana en el baño de Tintoretto.
Dánae de Tiziano
Desde la escalera pueden contemplarse las pinturas con que Klimt decoró tímpanos e intercolumnios.
Ya era hora de comer y lo hicimos en la cafetería del museo pues aún quedaba mucho que ver.
Tras la comida, a la pintura flamenco-holandesa. Allí se halla lo más relevante del museo, la colección de Brueghel el Viejo, la más importante del mundo, con catorce de sus obras.
Entre ellas, Danza campesina.
Boda campesina.
La matanza de los Inocentes
Cazadores en la nieve.
Subida al Calvario.
O la torre de Babel.
Pero además de Brueghel, hay muchas otras obras maestras del renacimiento y barroco flamencos, como esta de la serie el Rey bebe de J. Jordaens.
O esta maravilla de Vemeer de Delft, la alegoría de la Pintura.
Lógicamente tampoco faltan paisajes de Van Ruysdael.
Y galerías pictóricas del especialista en el tema Hans Jordaens III.
Cristo con la cruz a cuestas de El Bosco.
Este magnífico tríptico del Calvario de R. Van der Weyden
Cristo con San Juanito y ángeles de Rubens.
Los alemanes como Durero y Baldung también se hallan en estas salas.
Figura femenina alegórica de Durero.
La enigmática las Tres fases de la Vida y la Muerte de H. Baldung.
Aún nos quedaban todas las salas dedicadas a la antigüedad grecorromana y a Egipto, que recorrimos rápido.
Extraordinarias colecciones de figuras en bronce.
Júpiter y Juno.
Sarcófagos, vasos y estatuas representativos de todo el Mediterráneo.
Kuros chipriota.
Dado el reciente viaje realizado a Egipto, en sus antigüedades fue la zona donde nos detuvimos más.
Cabeza de una esfinge de Sesostris III.
Estatua de Kai-pu-ptah y de Ipep. 2400 a. C. Un ejemplo más de como los egipcios representaban la piel de los varones de color moreno y la de las mujeres blanquecina.
Es excelente la colección de sarcófagos.
Como total era el segundo día y aún no eramos presa del cansancio, a la salida del museo iniciamos el recorrido por el Ring en dirección sur.
Pronto pasamos por el edificio Secesión, que estaba en plena restauración. Este edificio construido por Joseph Maria Olbrich entre 1897 y 1898 se convirtió en emblema del movimiento denominado así. Este movimiento fue en Austria el equivalente de lo que en otros países se denominó modernismo o Art Nouveau. Su principal representante fue Gustav Klimt.
La cúpula de esta construcción formada con hojas doradas originó que entre los vieneses fuese conocida como “la col”.
Muy cerca, en la Karlsplatz, se levantan los dos pabellones diseñados por Otto Wagner para albergar el acceso al metro. Son otras de las obras más conocidas del citado movimiento.
La iglesia de San Carlos, de principios del XVIII, ya estaba cerrada. Pospusimos la visita y continuamos el recorrido por el Ring, regresando al centro.
Fuimos por Lothringerstrasse.
Donde se halla el teatro Academia.
Continuamos por el parque de la Ciudad con parada en el Monumento a Johann Strauss.
Ya en el centro pasamos por la Casa de la Música, antes de tomar el metro hacia el hotel.
A iniciar otro día y como el metro nos dejaba a las puertas de la catedral realizamos la visita al interior, que no nos había sido posible en la festividad de Corpus.
Con más de cien metros de longitud y tres naves es un elegante ejemplo del gótico de influencia alemana con planta de salón.
Entre los diversos tesoros de la catedral destaca el retablo de Wiener Neustadt, que preside el ábside izquierdo.
En el derecho está la tumba del emperador Federico III en mármol rojo.
Del bellísimo púlpito de hacia 1480 no se conoce el autor, pero se cree que representó su imagen en el centro del púlpito entre diversos Padres de la Iglesia.
Al salir de la catedral a reponer fuerzas, que no son de despreciar los pasteles vieneses.
Y hacia el Hofburg.
Hoy el objetivo era la Scatzkammer,. el tesoro imperial de los Habsburgo.
Coronas, cetros, cruces, condecoraciones, … llenan vitrinas y vitrinas.
También hay vestuario. Con este manto se coronaba a los emperadores como reyes del Véneto y Lombardía.
Incluso podemos ver cunas-trono.
La bandeja y jarra para bautismo de oro y piedras preciosas. Imagino que el agua debía ser agua normal, pero ¡a saber!
Hay cosas que no se ven todos los días como este ungüentario realizado con una esmeralda de 2680 quilates.
Altar realizado completamente en ámbar.
Hay objetos de notable antigüedad como la corona imperial de finales del siglo X.
También hay otros curiosos como esta lanza, que tradicionalmente se considera que fue la que utilizó el centurión Longinos para comprobar la muerte de Jesús. Se disputa su autenticidad con la que hay en el Vaticano y otra que está en Echmiadzin (Artmenia). Pese a la multiplicidad de lanzas y aunque la datación de ésta sea de época carolingia el valor de las reliquias lo establecen sus fieles.
Particularmente lo que más me llamó la atención fue la colección de vestuarios procedentes de los talleres de Palermo, de entre los siglos XII y XIV.
Guantes.
Medias.
Dalmáticas.
Mantos.
Más antiguo es el llamado sable de Carlomagno, que difícilmente pudo pertenecerle dado que es un siglo posterior y de origen húngaro.
Lo que sí es de época carolingia es el Evangeliario de Coronación, si bien las cubiertas son de finales del siglo XV.
El Hofburg se puede considerar como una ciudad, con sus propias calles y plazas. Una de las más bonitas probablemente sea la Josefsplatz .
Junto a dicha plaza está la iglesia de los Agustinos, sin ningún atractivo exterior pero con un interior gótico interesante.
En la cercana iglesia de los Capuchinos hay que visitar su cripta donde están enterrados la mayoría de los miembros de la familia imperial. Es toda una lección de historia.
La mayoría de los sepulcros son también magníficas obras de arte.
Los más visitados, en los que nunca faltan flores, son los del emperador Francisco José y especialmente el de su esposa Elisabet, la popular Sissí.
Me sorprendió ver rodeada de flores con la bandera mejicana la tumba de Maximiliano, emperador de Méjico (1863-1867). Por lo que se ve aún cuenta con admiradores en su patria de adopción.
Pasando por Albertina
y el Burggarten
iniciamos el recorrido por el Ring, hoy en dirección norte. Primero por el Parlamento.
Luego por el Ayuntamiento.
Cruzamos hacia el Burgtheater, que durante años fue considerado el teatro más importante en lengua alemana.
Y nos internamos de nuevo en el casco antiguo en dirección a la iglesia de los Minoritas.
Es muy típico del centro de Viena el perfil a dos aguas de la cubierta de esta iglesia.
En el interior una de las escenas más características de Viena, un ensayo musical.
En el muro del evangelio hay un gran mosaico representando la Última Cena de Leonardo da Vinci, que fue encargado por Napoleón.
Seguimos callejeando por el centro. La Herrengasse.
La plaza Freyung, antiguamente lugar de exhibición de juglares, titiriteros y charlatanes.
Y la plaza Am Hof.
Y a comer. Una agradable terracita y un codillo memorable pese a ser lugar muy frecuentado por turistas.
Pasar por la catedral casi obligado.
Y por la Kärtner Strasse hasta la Opera.
Para llegar a San Carlos.
Esta iglesia fue ordenada construir por Carlos VI a principios del siglo XVIII. Un edificio barroco es precedido por un pórtico clásico con frontón, enmarcado por dos columnas que narran episodios de la vida de San Carlos Borromeo al modo de la columna trajana en Roma.
Simetría, armonía y recargada decoración hacen del interior un ejemplo del barroco.
La cúpula centra el templo, que en realidad carece de nave. Un ascensor instalado hace unos años permite el acceso a la cúpula.
Desde arriba hay buenas vistas de la ciudad.
Y se contemplan a escasa distancia las pinturas realizadas por J. M. Rottmayr.
El regreso a la zona del hotel, como ya estábamos entrenados, lo realizamos andando por la Argentinierstrasse.
Hasta llegar y atravesar la Hauptbanhof.
El sábado dejamos el centro de Viena para ir al palacio de Schönbrunn. Tomamos el metro hasta Hietzing, tranquilo barrio al oeste de Viena.
A escasa distancia empiezan los jardines del palacio.
Son enormes y en ellos se puede pasar horas.
La presencia de parterres con rosas nos va indicando la proximidad del palacio.
El palacio fue construido para residencia veraniega de la familia imperial. Las obras se iniciaron en 1695, pero fue con la archiduquesa María Teresa que fue profundamente ampliado y remodelado y tomó el aspecto rococó actual.
A principios del siglo XIX la fachada fue reformada en estilo clasicista y adquirió el color amarillento, que suele caracterizar las construcciones de los Habsburgo.
En el interior, de visita rápida y entre multitudes, tras aguardar unas horas, no se permiten fotografías.
Frente al palacio se extiende una inmensa plaza circular.
Con una cierta sensación de no haber aprovechado demasiado el tiempo regresamos por los jardines.
Hasta Hietzing para tomar el metro hacia el centro.
Descendimos en Kasrlplatz y fuimos a comer al centro pasando por la Ópera.
Y la Kamtnerstarsse donde ya nos detuvimos no sólo a comer, sino también a descansar.
Por la tarde nos acercamos al puente Schweden y cruzamos el canal del Danubio.
Seguimos por la Taborstrasse.
Allí se halla la barroca iglesia de los Hermanos de la Misericordia.
Y la farmacia adjunta, de la misma época.
Algo más alejada está la iglesia de las Carmelitas.
De vuelta al centro nos adentramos en el llamado “Triángulo de las Bermudas”, que por la noche es una de las zonas de moda de locales con ambiente juvenil.
Encontramos la iglesia ortodoxa griega.
Y llegamos a Hoher Markt, presidida por la fuente de los desposorios de la Virgen.
Donde también se encuentra el reloj Ankeruhr cuya música y autómatas se ponen en funcionamiento cada día a las doce.
En Graben se notaba la animación del sábado.
Y en la plaza de la catedral, también.
En Viena cualquier sitio es bueno para pararte y escuchar música antes de ir a descansar.
El domingo teníamos prevista la visita a los Belvedere, palacios situados muy cerca del hotel.
Desde la Estación Central para ir hacia el centro siempre hay que cruzar la calle Gürtel (cinturón en alemán). Es simplemente una calle, no una trama ni un complot ni nada similar.
Pronto tuvimos a la vista el Oberes Belvedere. Ambos palacios fueron construidos en estilo barroco para el príncipe francés Eugenio de Saboya, que al servicio de Austria derrotó en diversas ocasiones a los turcos. A su muerte fueron comprados por los Habsburgo y hoy realizan funciones de museo.
Las salas muestran la recargada decoración original en paredes
y techos.
Desde las ventanas hay magníficas vistas hacia el Unteres Belvedere y los jardines que separan ambos palacios.
El contenido abarca obras desde época medieval hasta la actualidad, con predominio de obras barrocas como este San Sebastián de Giovanni Giuliani y del movimiento Secesión.
Las obras no siguen un orden cronológico y podemos pasar del barroco a esta obra de Viktor Oskar Tilgner de 1890, Macho cabrío con putti.
Me sorprendieron la colección de bustos de Franz Xaver Messerschmidt (1736-1783). En ellos se representa a sí mismo en distintas expresiones exageradas, fruto de las alucinaciones y paranoias que sufría durante el último período de su vida.
En el Belvedere se puede ver una de las versiones de Napoleón cruzando los Alpes de Jacques Louis David
Se exhiben varios de los paisajes románticos de C. D. Friedrich.
Destaca la excelente colección de obras de G. Klimt, que nos permiten conocer bien la evolución de su pintura.
Retrato de mujer. De 1893.
Somnia Knips. De 1897-1898.
Fritza Riedler. De 1906.
Madre con dos niños. De 1909-1910.
Casa forestal del lago Arroyo Blanco. De 1914.
La Novia. De 1917-1918.
Y la famosísima El Beso, de 1908.
Están presentes en la exposición pintores bien dispares como el finlandés Akseli Gallén-Kallela. Aquí su Primavera Temprana, de 1900.
Con las pinturas alternan esculturas como la Eva de Rodin.
Hay obras de Munch. Para mí ya suponen una justificación para la visita. El Pintor Paul Hermann y el médico Paul Contard. 1897.
Algunas obras de Kokoschka de entre las más conocidas. La Visitación. 1812.
O el Tigreleón. 1926.
L. H. Jungnickel (1881-1965) fue un pintor alemán, muy conocido por sus dibujos de animales Aquí la Inundación. 1913.
Egon Schiele es con Kokoschka el otro gran representante del llamado expresionismo austríaco. Muertos y muchachas. 1915
Friedensreich Hundertwasser (Imperio de la paz con centenares de aguas) es el nombre por el que quiso ser conocido el artista austríaco más polifacético del siglo XX. Pintor, arquitecto, diseñador de los más diversos objetos, muy conocido por sus performances. Espirales, colores vivos y la fusión con la naturaleza le caracterizan. Se le considera influenciado por la secesión vienesa. Aquí el largo Camino, de 1955.
Antes de salir aún pudimos contemplar arte medieval como este tríptico gótico.
Dejamos el Oberes Belvedere.
Y a través de los jardines.
Llegamos al Unteres Belvedere, donde no entramos pues consideramos su contenido para nosotros menos interesante que el del otro palacio.
Nos dimos un buen paseo por las vacías calles vienesas en domingo en dirección al canal del Danubio.
Entramos en la iglesia ortodoxa rusa que estaba abarrotada a la hora de la misa.
Poca gente y menos tráfico.
Y llegamos a la casa Hundertwasser. Estas casas sociales diseñadas por el polifacético artista constituyeron una auténtica novedad en la que movimiento, color e integración de la naturaleza forman parte de la vivienda. Lógicamente no se puede ver el interior de los pisos, que siguen estando habitados. La primera vez que las vimos eran recientes -se construyeron entre 1983 y 1986- y se percibía en la zona más movimiento y vida.
No muy lejos está el Museo Hundertwasser dode se conserva buena parte de la obra del artista.
Y a unos pasos un pequeño restaurante, del que no me resisto a poner la foto, donde nos atendieron de maravilla, comimos bien y a precio razonable.
Para hacer la digestión una caminata a través del puente Franzens.
Hasta el parque de atracciones del Prater y su famosísima noria.
El aparecer en películas como “El tercer hombre” de Orson Wells o la aventura de James Bonda “Alta tensión” la ha convertido en una atracción muy popular cuya imagen se fusiona con la de Viena.
Hacer el recorrido en una de sus vagonetas es toda una experiencia en la que se disfruta de buenas vistas sobre la ciudad y el parque.
Regresamos al centro por el mismo puente.
Y la Obere Weissgerberstrasse.
Fuimos a la iglesia de los Dominicos, sede de la comunidad de habla hispana en Viena.
Su austera y clásica fachada
esconde un interior barroco profusamente decorado con frescos y estucos.
Muy cerca está la plaza Gütenberg con el monumento al inventor de la imprenta.
Y en la misma plaza la heladería Zanoni, una de las mejores de la ciudad, donde probamos alguna de sus especialidades a la vez que nos tomábamos un merecido descanso.
Y luego a la iglesia de los Jesuitas. El exterior está parcialmente inspirado en la iglesia del Gesú de Roma.
El interior es otra explosión de luz, brillo y color barrocos.
Los frescos en trampantojo de la cúpula son obra del pintor jesuita Andrea del Pozzo.
Aquí decidimos finalizar ya las visitas. Tocaba ya cena y descanso.
Y llegó el día de partida. Sin madrugar hacia la estación.
Hay allí una buena pastelería y como había tiempo pudimos coger fuerzas para el regreso con tranquilidad.
Al tren hacia el aeropuerto.
A buscar la puerta de embarque.
Y a despedirnos de Viena.