Tres de noviembre de 2013. Madrugón para ir a Barbastro a coger el autobús hacia el aeropuerto de Barcelona.
Todo normal. El vuelo también.
Llegada tras algo más de doce horas de vuelo a Singapur.
El trenecito y hacia la otra terminal.
El aeropuerto de Singapur como representación de la ciudad donde el consumo es el eje de la existencia ya mostraba la decoración navideña. Cuando la quitarán es de suponer que será para montar la campaña de verano.
Finalmente llegada a Hanoi, visados y al hotel.
Para llegar a la ciudad tuvimos que atravesar el río Rojo, nuestro primer contacto con los ríos del sudeste asiático, al lado de los cuales el Ebro no pasa de riachuelo.
En el hotel tiempo justo para dejar maletas y un aseo rapídisimo. Hanoi nos esperaba.
El primer recibimiento el tráfico (y en hora en que era escaso): motoristas y ciclistas rivalizando en habilidades para sortear peatones.
Las tiendas móviles sobre cualquier vehículo, o sin él, acaban de llenar las calles.
Un largo paseo en triciclo por el barrio antiguo nos llenó la tarde.
En plena calle tiene lugar las más insólitas actividades.
El comercio callejero alterna con las tiendas ubicadas en cada planta baja de las casas.
Los artículos se mezclan sin el más mínimo orden ni concierto.
El cliente ya vendrá, y si no …
Los vietnamitas pasan gran parte de su vida en la calle. Comer también lo hacen en cualquier sitio.
Aunque no lo parezca, son únicamente bicicletas, no camiones articulados.
Los que van a pie tampoco quedan mancos.
Cada uno sabe muy bien cuáles son sus cosas y cuál es su espacio.
Tras sobrevivir a los peligros de un choque con el triciclo, acudimos al Teatro Municipal de Marionetas de Agua.
Las marionetas de agua son un espectáculo de antiguo origen propio del norte de Vietnam. Los títeres se mueven sobre un estanque accionados por personas que, metidas en el agua hasta la cintura, se ocultan tras un biombo. Un grupo de músicos con instrumentos tradicionales forma parte también de la función. Aunque lógicamente no se entienda el idioma, se sigue perfectamente el sencillo argumento y los movimientos resultan interesantes y divertidos.
Acabamos el día con cena en restaurante de comida europea. Se ve que nuestros estómagos debían aún adaptarse para el consumo de la rica y variada gastronomía vietnamita.
El día siguiente, tras el desayuno, mientras esperaba al grupo y al guía para iniciar las visitas, aproveché que no parecía haber mucho tráfico para irme entrenando en el cruce de las calles.
Con el autocar acudimos a la plaza de Ba Dinh, gran explanada situada frente al mausoleo de Ho Chi Minh y el complejo adyacente.
En el mausoleo no estaba la momia de Ho Chi Minh, que se hallaba en Rusia, adonde es trasladada cada año durante dos meses para su conservación. Particularmente no me perdí gran cosa ya que ni el hacer colas, ni el culto a la personalidad ni la necrofilia están entre mis aficiones predilectas.
Cerca del mausoleo se halla el palacio presidencial, edificio colonial que fue en origen residencia del gobernador francés.
Cerca se encuentra una sencilla casa de pilares, que según la versión oficial, era donde vivía Ho Chi Minh.
Lo mejor del complejo son los magníficos y cuidados jardines.
Entre ellos es posible contemplar algún templo.
Especialmente la denominada Pagoda del Pilar Único, originaria del siglo XI. Es de madera y está sostenida por un pilar de piedra.
El enorme lago del Oeste tiene en sus orillas la famosa pagoda de Tran Quoc.
La pagoda Tran Quoc es originaria del siglo VI, pero fue trasladada a su actual ubicación en el siglo XVII desde su lugar original a orillas del río Rojo.
De altura tiene once niveles (el número de estados del budismo), de forma exagonal con una puerta en cada lado custodiada por una estatua de Amitabha, el Buda representante de la suprema mente de todos los budas. (Debo reconocer que dichos conceptos escapan a mi comprensión de vulgar ciudadano occidental).
Alrededor de la citada estupa o pagoda -no acabo de tener claro el uso de pagoda y, por lo que he podido comprobar, muchos budistas tampoco- se extiende un agradable patio-jardín.
Además de estancias con una rica decoración de estatuas.
Lo cierto es que pese a la antigüedad y el simbolismo budista del lugar no hay un gran número de devotos, lo que contrasta la religiosidad vietnamita con la de otros países cercanos como Birmania.
A la salida observamos una pequeña parada de venta de recortables, manualidad en que los vietnamitas son auténticos expertos.
De la pagoda al Templo de la Literatura, consagrado a Confucio y sede de lo que puede considerarse la primera universidad del país (siglo XI).
En el siglo XV el emperador mandó que se erigiera una estela biográfica para recordar el nombre y logros de los mejores estudiantes y profesores del lugar. Muchas estelas siguen en pie.
Nuestra visita coincidió con una fiesta de graduación. Muy al gusto anglosajón. Probablemente los americanos perdieron la guerra, pero sus costumbres también aquí han ganado.
El Templo de la Literatura es de los lugares con mayor afluencia turística de Hanoi.
Una pagoda presidida por una imagen de Confucio acoge el aspecto religioso del lugar
Una de las mejores experiencias fue escuchar en el Templo de la Literatura un concierto de música tradicional vietnamita con una exhibición del sonido de cada uno de sus instrumentos, algunos de ellos muy peculiares.
Con un vistazo al gigantesco gong destinado a llamar a los estudiantes abandonamos el recinto.
En cualquier lugar de Hanoi se ofrecen frutas, tubérculos y hortalizas, que nos sorprenden por su variedad y por las muchas que hay desconocidas en Europa.
La comida -muy tardía para el país donde hasta en las bodas se come alrededor de las once- la realizamos ya de estilo vietnamita. Muchos platos, variados y con predominio vegetal.
Por la tarde nos esperaba el Museo Etnológico dedicado a las minorías étnicas.
Vietnam tiene 53 grupos étnicos minoritarios reconocidos con sus lenguas, costumbres y prácticas religiosas propias. Eso podría dar lugar a un museo inmenso y caótico. Por consiguiente la selección de armas, aperos, vestidos y escenificación de costumbres y rituales ha de tener un límite y hay que reconocer que la selección está muy bien hecha y el recorrido por el museo resulta instructivo y ameno.
En el exterior se reparten diferentes ejemplos de viviendas. Algunas con la mayor verosimilitud posible: ahí está la cabra
Resulta muy pintoresca la tumba de los Gia Rai.
O la vivienda alargada de los Ede donde llegaban a convivir hasta cuatro generaciones.
La estructura comunal de los Bahnar es espectacular.
No podía faltar un pequeño teatro de marionetas de agua en el cual se dan también representaciones.
Nosotros decidimos dedicar el resto de la tarde hasta la puesta de sol a rodear el lago Hoan Kiem. Aparte de la belleza del lago el paseo permite acercarse a la vida cotidiana de la ciudad en una abigarrada mezcla de turistas y autóctonos.
El lago Hoan Kiem o lago de la Espada Restituida alberga una tortuga centenaria relacionada con la leyenda. En el siglo XV el emperador de Vietnam recibió del Cielo una espada mágica con la que derrotó a los chinos (el enemigo ancestral). acabada la guerra, mientras el emperador paseaba por el lago, una gigantesca tortuga le quitó la espada y se sumergió con ella (se supone que para devolverla a los dioses). Muchos nativos creen que la de hoy sigue siendo la misma tortuga.
La occidentalización va penetrando en la sociedad. Ya se ven mascotas con opresores vestuarios ridículos al estilo de cualquier ciudad europea.
Sin embargo otras prácticas tradicionales como comer en la calle siguen totalmente vivas entre la juventud.
Si bien hay que reconocer que una oferta tan variada y atractiva supera sin duda a hamburguesas plastificadas y ketchups.
El miércoles abandonábamos Hanoi. Era la hora de ir a la escuela y las mamás en la calle compraban el desayuno para el recreo.
Entre las últimas imágenes de la ciudad un escuadrón de motocicletas esperando el semáforo para atacar.
Arrozales y huertos se sucedían a lo largo de la pesada carretera en dirección a la bahía de Halong.
Tumbas aisladas o en grupos van apareciendo a lo largo de la ruta.
Los rebaños más abundantes son los de patos.
A la llegada a Hong Gai, en la bahía de Halong, esperando a embarcar en el crucero, probamos las guayabas. Aunque de origen americano, son muy abundantes en el sudeste asiático y a ellas se les adjudican muchas propiedades terapeúticas.
Probadas las guayabas, la barquita hacia el crucero.
Ya en el barco, a dejar las maletas y a disfrutar de la terracita del camarote.
A comer temprano como siempre. Marisco para empezar. No estaba mal, sobre todo la carne de cangrejo.
La sobremesa en la terraza navegando entre los miles de islotes de la bahía. El día no era claro, pero con el mar en calma moverse lentamente por esas aguas producía una sensación auténticamente relajante.
A media tarde barca otra vez al embarcadero de un poblado de pescadores, a tomar una auténtica barquita de remos.
La chica que la conducía a fuerza de remos pudo perfectamente con cuatro pasajeros.
Los parajes que se sucedieron, la luminosidad de las aguas, la sucesión de estrechos entre islas, de viviendas de pescadores, las cuevas, … fueron un espéctaculo que se hizo corto a pesar de su duración.
Regresamos al barco ya con la puesta de sol.
La noche cayó pronto y nos acercamos al puerto a pasarla. Las luces de las restantes embarcaciones acrecentaban la magia del lugar.
La cena, buena, y el servicio, encantador.
Después a pescar calamares. Si hubiésemos tenido que confiar en esos pescadores, hambre segura.
Para finalizar una copa en cubierta. ¡Día completo!
El amanecer en Halong es algo especial. Faltaba claridad, pero sigue siendo algo único.
El sol entre brumas jugaba a esconderse.
La luz, muy distinta a la de la tarde, da otro aspecto los islotes.
Los juncos extienden a esa hora sus velas. Son decorativas, pero uno se halla más cercano a Salgari.
Vendedores de conchas abordan los cruceros ofreciendo su mercancía.
La visita de la mañana consistió en acercarse a la cueva Hang Sung Sot
La cueva, muy amplia, tiene salas que sorprenden por su altura y amplitud .
Probablemente la cueva no sea de las mejores en cuanto a la belleza de sus formaciones y, desde luego, tampoco en cuanto a su acondicionamiento e iluminación, pero los paisajes que desde su acceso o salida se contemplan justifican la visita sobradamente.
De la cueva al crucero para un brunch. A las nueve y media de la mañana tras haber previamente desayunado. Horarios no demasiado habituales para nosotros. De todos modos, dimos buena cuenta de todo al no saber cuando sería la próxima comida. ¡Hicimos bien!
Desembarque y autocar hacia el aeropuerto de Hanoi.
Más arrozales, maizales, plataneros, huertos, … Algún búfalo pastando.
Tumbas entre los cultivos.
Los regadíos no son problema en Vietnam.
Hicimos una parada en la pagoda de But Thap. Poco frecuentada, es merecedora de ser visitada.
Dedicada a Guan Yin, una de las encarnaciones de Buda y también diosa de la Misericordia, la de los mil brazos. Una estatua suya preside el interior del templo.
Las estatuas de madera lacada son obras maestras del siglo XVII.
La escasez de visitantes favorece la contemplación solitaria de rincones de extrema belleza.
La estupa, de finalidad funeraria, es de cinco pisos.
Alrededor de la pagoda la gente sigue con sus actividades tradicionales. La de desgranar maíz no nos resulta a nosotros demasiado lejana en el tiempo.
Hasta llegar al aeropuerto más huertos.
Más patos.
Y más tumbas entre los cultivos.
Al borde de la carretera venta de trajes y zapatos. Cepillo para quitar el polvo incluído.
De Hanoi volamos hacia Da Nang, con poca gente a esa hora en el aeropuerto.
Llegamos tarde al hotel y agradecimos la cena tras horas de ayuno. Y el descanso tras un día durillo.
Iniciamos el viernes en Hai An en una fábrica de seda, donde pudimos observar todo el proceso.
Luego, quienes quisieron pudieron elegir modelos y tomarse medidas para poder recibir por la noche en el hotel, ya confeccionados, el traje, camisa o vestido encargados.
Iniciamos luego la visita a pie por el centro de la ciudad.
El pequeño puente cubierto japonés es el símbolo de las ciudad. El puente se construyó sobre un dragón que tenía allí el cuerpo, la cabeza en la India y la cola en Japón. Al moverse se producían terribles terremotos. La construcción del puente acabó con el monstruo, pero los ciudadanos de Hoi An levantaron en el interior del puente un pequeño templo dedicado a él.
El río Thu Bon es el eje de la ciudad.
En época lluviosa acostumbra a inundar las calles adyacentes. por la mañana ya empezaba a cubrirlas de agua.
En la ciudad se conservan muchos edificios antiguos, tanto de origen chino, como japonés, como vietnamita, con diversa mezcolanza de estilos.
Algunas casas se visitan. Entre ellas la casa Tan Ky con poemas chinos escritos en sus columnas con curiosas incrustaciones de nácar.
Casi todas las casas del centro están dedicadas al comercio. La influencia china es patente en la venta de cometas.
O de farolillos, que han pasado a ser una característica básica de la ciudad.
Visitar el interior de todas aquellas casas que lo permiten llevaría varios días.
Un punto de interés importante son los salones de las comunidades chinas. Los comerciantes chinos acudían a Hoi An unos meses cada año y muchos se instalaron aquí definitivamente. Los chinos procedentes de cada región se agrupaban y construyeron edificios para reunirse. El más conocido es el salón de los chinos de Fujian.
Transformado en templo, la decoración es exuberante.
Abandonamos las calles principales para dirigirnos al mercado.
El edificio del mercado no tiene ningún interés en sí.
Como en todos los mercados lo interesante está en el interior.
La variedad de verduras y hortalizas da un colorido extraordinario.
Porcino, vacuno y aves constituyen las carnes mayoritarias.
La mayoría de los vendedores come en el propio mercado. Y también algunos clientes.
Frutas y panes se venden también en el exterior.
Con el mercado cogimos hambre, ¡a comer, pues!
Por la tarde a las barcas para recorrer un tramo del río Thu Bon. El agua en la ciudad ya estaba más alta.
El río con fuerte corriente y amplio como un mar nos condujo entre frondosos paisajes y pequeños poblados en ambas orillas.
¡Qué frágiles nuestras barcas ante esa inmensa naturaleza!
Nuestra primera parada en la pequeña aldea de Thanh Ha cuyos habitantes se dedican en exclusiva a la cerámica artesanal.
Vuelta a la barca y más río.
Y otra aldea, Kim Bong, en la cual la especialidad es la talla en madera y la decoración con incrustaciones de nácar.
En Kim Bong el agua empezaba a anegar las calles, pero eso no intimidaba en absoluto ni a motos ni a bicicletas.
Lo mismo pasaba a la llegada a Hoi An.
En Hoi An dejamos caer la tarde y esperamos el anochecer cuando la ciudad se ilumina con millares de farolillos.
Lamparitas de papel con velas en su interior los venden niñas en la orilla del río a turistas, que los lanzan al agua convencidos (o no) de obtener un deseo.
Llegados al hotel, obtuvo se hizo oficial la noticia que, a nivel de rumor, hacia horas que circulaba. Se acercaba un supertifón, que había causado estragos en Filipinas. El comunicado del hotel era que antes de las once de la mañana todo el mundo debía desalojarlo, al igual que le resto de hoteles de playa de la zona.
A nosotros tampoco nos afectaba tener que abandonar el hotel pues teníamos que hacerlo igualmente para dirigirnos a Hué. El personal tampoco parecía nervioso en absoluto mientras iban preparando las cosas.
Con calma nos dirigimos hacia Hué, pasando por Danang.
Lo sacos de arena en los tejados y la poda de ramas era los únicos preparativos que se veían de cara al tifón.
Cerca de Danang paramos en una de las fábricas de esculturas de mármol.
De Da Nang a Hué cruzamos paisajes muy verdes.
Hay zonas de Vietnam donde hay una importante minoría católica. Pasamos por un cementerio.
Albuferas y pequeñas lagunas van jalonado la ruta.
Pequeños rebaños de búfalos en sus orillas.
Antes de llegar a Hué parada en el mausoleo de Khai Dinh, penúltimo emperador de Vietnam, en el pueblo de Chau Chu.
Se accede al mausoleo por una alta escalinata adornada con dragones y otros motivos esculpidos.
Subiendo hallamos la terraza del pabellón de la estela, donde en una estela se narra la vida del emperador.
En el patio situado bajo ese pabellón se encuentran estatuas en piedra (el resto de la construcción es mayoritariamente hormigón) representando mandarines, guardias, caballos y elefantes.
En la parte más elevada del conjunto está el palacio Khai Dinh donde está el sarcófago del emperador.
El interior está decorado básicamente con fragmentos cerámicos. Contiene la estatua-altar del emperador y sus sarcófago.
De allí a Hué a comer. No visitamos más tumbas debido a la urgencia para poder volar por la tarde hacia Ciudad Ho Chi Minh antes de la llegada del tifón, pues se había conseguido adelantar el vuelo de mañana para esa tarde.
Otra comida vietnamita excelente.
Por la tarde el tiempo que nos quedaba lo dedicamos a la Ciudadela.
Ante las puertas de la misma, aprovechando las ráfagas de viento algunos jóvenes se dedicaban a hacer volar cometas, afición que muchos vietnamitas comparten con los chinos.
La vistosidad de algunas cometas y la casi invisibilidad de los hilos que las sostienen parecen llenar el cielo de sorprendentes figuras.
Un amplio foso rodea las murallas de la Ciudadela.
Diez puertas permiten el acceso al interior.
El Recinto Imperial es la parte más interior de la Ciudadela. En su centro está la Ciudad Púrpura Prohibida. Toda esta parte ha sido y está siendo muy restaurada. Algunas figuras (y también algunos edificios) que la adornan ofrecen dudas sobre su originalidad.
De la Ciudadela al aeropuerto. Colas e ineficacia, muchas, pero al final salimos a la hora prevista.
Llegada a Ciudad Ho Chi Minh (antigua Saigón) ya de noche. Tiempo para cenar en el hotel y a la cama.
El hotel estaba muy céntrico.
Por consiguiente, el domingo por la mañana en un instante nos movíamos por el abigarrado mercado de Ben Thanh.
Enfrente la plaza con la estatua ecuestre de Tran Nguyen Han, general del siglo XV.
Siguiendo la avenida principal llegamos a una pequeña plaza que finaliza en el edificio del Comité del Pueblo, que tiene frente a él una estatua de Ho Chi Minh.
Muy cerca está la Ópera, actual Teatro Municipal.
Poco más allá la catedral de Notre Dame y la oficina de Correos, diseñada por Eiffel, completan este conjunto de construcciones de sabor francés de finales del siglo XIX y principios del XX.
En esta zona se han abierto recientemente muchas tiendas exclusivas y grandes almacenes, pero junto a ellos siguen conviviendo ventas tradicionales callejeras, algunas de lo más exótico.
Pausa para comer y a seguir.
La visita de la tarde fue a la pagoda de Thien Hau. Construida por la comunidad cantonesa, está dedicada a la diosa del mar Thien Hau, protectora de navegantes.
Multitud de figuritas cerámicas forman extensos frisos.
En ellos es posible reconocer personajes benignos.
Y malignos.
En el interior siempre rollos y varillas de incienso.
Al fondo están tres figuras representando a Thien Hau, una detrás de otra.
Ciudad Ho Chi Minh está plena de contrastes. Chabolas junto al río.
Conviven con edificios modernos que no guardan entre sí la más mínima relación ni de estilo ni de alturas.
Y aquí y allá rascacielos impresionantes como la Torre Financiera Bitexco de 68 pisos.
Subimos a tomar algo a la cafetería situada en la planta cincuenta, desde donde se disfrutaban buenas vistas de la ciudad.
Y de la puesta de sol.
Y otro día. A madrugar sin exceso para dirigirnos a los túneles de Cu Chi.
Los vietnamitas madrugan mucho y el parque frente al hotel hacía horas que estaba lleno de practicantes de Tai Chi o de deportes varios.
El tráfico es como en todas las ciudades vietnamitas muy denso, pero aquí al ser las calles más amplias el ejército de motos se ve menos compacto.
Los edificios se caracterizan por su heterogeneidad.
Ya en el camino hacia los túneles abundan las plantaciones de caucho.
Los túneles de Cu Chi son una recreación de la amplia red de túneles construida por el Vietcong en su lucha contra el ejército sudvietnamita y sus aliados norteamericanos. Comunicaban emplazamientos situados a muchos kilómetros de distancia y permitían esconderse a los guerrilleros tras realizar ataques sorpresa en pleno territorio enemigo.
Se inicia la visita con la proyección de un vídeo propagandístico en distintos idiomas, en el cual se hace una apología de la lucha de los guerrilleros comunistas y una descripción de las maldades del enemigo en un estilo bastante trasnochado. Todo bajo la atenta mirada del omnipresente Ho Chi Minh.
El recorrido por el parque temático incluye una muestra de los talleres, cocinas y fábricas de armamento que se desarrollaron en los propios túneles, así como de la vida cotidiana de la guerrilla.
También pueden verse distintos tipos de trampas, cuanto más sádicas explicadas con mayor deleite.
Personajes con uniforme guerrillero escenifican la utilización de los túneles.
Se puede entrar en algunos tramos de túneles, más o menos largos según el nivel de claustrofobia del visitante.
Hay también puestos donde se venden productos diversos como aguardiente de arroz elaborado en la zona.
O unos curiosos vehículos militares: automóviles, aviones o helicópteros realizados con latas de cerveza.
Para los visitantes de mayor espíritu bélico también disponen de un campo de tiro. Venden la munición a precio de oro y no faltan los turistas a quienes los horrores de la guerra les han estimulado las ganas de darle al gatillo. ¡Hay gente pa toó!
Particularmente, lo que me resultó a mí más agradable fue hacer una pequeña pausa para tomar yuca untada en cacahuete molido acompañada de un té.
Regresamos de los túneles hacia Ciudad Ho Chi Minh.
Llama la atención lo mucho que les gustan a los vietnamitas los grandes anuncios.
Los puestos de comida callejeros son de los más variopinto.
Algunos mariscos son diferentes a los que estamos habituados. Otra particularidad es que marisco y pollos conviven armoniosamente.
Por aquello de las precauciones por el aparato digestivo del turista, nosotros comimos en restaurante.
Después de comer al Palacio de la Reunificación, construido por los franceses y posteriormente residencia del presidente survietnamita Ngo Dinh Diem y tras el asesinato de éste, de su sucesor, Nguyen Van Thieu.
Edificio colonial sin más interés que las batallitas que el guía puede ir contando.
Luego nos tocaba el Museo de la Guerra. Un poco cansados ya de tanto batallar, solicitamos al guía un cambio de planes. Muy a su pesar (ex-militar y de fidelidad inquebrantable al partido) nos condujo a la pagoda Vinh Nghiem. Construida en la década de los sesenta del pasado siglo sigue modelos de la arquitectura tradicional.
El interior rebosa brillo y neón tan del gusto oriental.
Como en todos los templos vietnamitas hay fieles, pero mucho menos que en otros países del entorno.
La pagoda es un buen remanso de tranquilidad fuera del ajetreo de las calles vecinas.
Regresamos al hotel pasando por el mercado de Ben Than, donde los puestos de fruta son siempre una atracción.
Y donde el bullicio callejero no altera las aficiones de los comerciantes, visitantes o simples transeúntes.
Aseo rápido en el hotel y a cenar. La cena fue en un restaurante tradicional.
Los cangrejos cogidos en el momento del cambio de cáscara estaban excelentes.
En ese restaurante, con el arroz cocido en un cuenco de arcilla al modo tradicional, los camareros dan un auténtico espectáculo rompiendo el cuenco y tirando el arroz a otro camarero situado al otro lado del restaurante. Show aparte, el arroz estaba bueno.
El martes dejamos Saigón (o Ciudad Ho Chi Minh, pese a que a mí se me escapa siempre el nombre que aprendí en la escuela) para dirigirnos al delta del Mekong.
Los arrozales son la parte más importante del paisaje en una zona donde se llegan a alcanzar las cuatro cosechas anuales, que han convertido a Vietnam en el mayor exportador del mundo.
La abundancia de agua es manifiesta y aquí y allá surgen lagunas en las que nadan grandes cantidades de patos.
Según el estado de crecimiento del arroz los colores van variando.
Pasamos ante un par de templos de la secta Cao Dai. Me quedé con las ganas de visitar uno y, sobre todo, sus rituales. el Cao Dai es un religión fundada a principios del siglo XX, que intenta hacer una síntesis entre la visión del mundo occidental y oriental, y en la cual las prácticas espiritistas tiene un papel fundamental. Cuenta con unos tres millones de seguidores, la inmensa mayoría de ellos en Vietnam. Llegó a tener hasta un ejército propio. Con la llegada del comunismo fueron ejecutados algunos de sus líderes y se les expropiaron sus propiedades. En 1985 recuperaron el control de la mayoría de sus templos.
Entre verdor y agua llegamos al punto donde tomamos una barca en la que nos movimos todo el día a lo largo del río.
Pasamos enseguida por el mercado flotante de Cai Be, pero ya estaba acabándose.
En la barca, protegidos del sol y disfrutando del paisaje, se iba muy bien.
Pequeñas aldeas y casas aisladas se iban sucediendo.
Entre las actividades de los lugareños está la de ver pasar y saludar a los turistas.
El tiempo, entre sol y nubes, era agradable y no se hacía nada largo el trayecto.
Tras bastantes kilómetros de río paramos en una antigua casa colonial, cuyo mayor interés radicaba en su huerto-jardín.
Los pomelos, de mayor tamaño y menos ácidos que los nuestros, colgaban por doquier.
Allí pudimos ver el árbol de la fruta del dragón, de la familia de los cactus.
El durión tan controvertido por su tan especial aroma, estaba en pleno crecimiento. Aún no estaban bien desarrolladas sus púas. Además no debe consumirse hasta que cae por sí mismo del árbol. Se le atribuyen muchísimas propiedades, entre ellas las afrodisíacas.
La fruta de Jack era otro de los árboles que abundaban en el jardín. La fruta de Jack se consume de muy diversas maneras, si bien madura tiene un olor no demasiado agradable.
En algún caso los pomelos bajaban hasta el agua a refrescarse.
Continuamos por el río, cambiando ahora de dirección.
En ambas orillas se desarrollan los más diversos negocios. Hasta fábricas de ataúdes pueden verse.
La pesca ya se ve como algo más propio del lugar.
Muchas construcciones son más chabolas que auténticas viviendas, sin embargo también muchas de ellas están habitadas permanentemente.
Paramos en una pequeña fábrica-taller de elaboración de dulces de coco
También se elaboraban allí licores de coco, arroz y otros ingredientes. Muy del gusto del turista son todos aquellos que contienen dentro reptiles y alacranes de todas formas y tamaños.
Había un cerdo vietnamita conviviendo con los niños de la casa.
Seguimos surcando el Mekong hasta la pausa para comer.
La comida en un restaurante a orillas del río, evidentemente.
Como plato estrella nos sirvieron pez orejas de elefante. Su sabor no es nada extraordinario, pero su preparación genera todo un ritual. Se presenta entero en la mesa y quien lo sirve coge pequeñas partes del pez y diversas verduras y lo coloca todo en unas finas obleas de arroz humedecidas. Luego enrolla las obleas y sirve una a cada comensal, que se la ira comiendo previo unto en la salsa correspondiente.
Acabada la comida, seguimos navegando. El paisaje magnífico hacía incompatible echar una cabezadita.
Hay momento que uno cree estar más en el mar que en un brazo del río
La fruta fue nuestra merienda: fruta del dragón, plátanos, rambutanes y ojos de dragón. La tacita de té, como siempre, para acompañarla.
Seguimos por el Mekong y sus canales hasta el atardecer.
Tras desembarcar en Long Xuyen el autocar hacia Can Tho. Después del delicioso paseo en barco, el autocar fue más bien una pequeña tortura, pese a la bonita iluminación de los arrozales en la caída de la tarde.
Can Tho es la ciudad más grande del delta, con más de un millón de habitantes. El bullicio de la urbe destacaba aún más después del día alejado de multitudes, que habíamos pasado. Otro lugar escenario de motos en competición por hacerse un hueco.
Bien es cierto que los vietnamitas suelen conducir sus motocicletas con casco, pero no así sus acompañantes, que tampoco parecen tener un número máximo.
También en Can Tho las frutas se vendían por doquier y ofrecían un magnífico aspecto.
El hotel era muy apropiado para el descanso y relax, pero poco tiempo tuvimos para ello.
Fuimos a la ciudad ya caída la noche. En barca para no perder la costumbre. A pie había que dar un largo rodeo.
El centro de la ciudad no tenía mucho que ofrecer. El culto a la personalidad presente como en todo el país: a orillas del río se iza una estatua del siempre presente Ho Chi Minh.
En las proximidades de la estatua se celebraba un festejo con danzas tradicionales en el que fuimos muy bien recibidos. Si bien las danzas pronto dieron paso a los discursos y entrega de diplomas. Una mezcla de acto político y festival popular.
El miércoles era nuestro segundo día en el delta y último en Vietnam. El mercado flotante y el terrestre de Cai Rang eran nuestros objetivos. ¡Y cómo no!: en barca.
Las religiones asumen muchas veces en países en vías de desarrollo funciones asistenciales a las cuales no llega el estado. Por ejemplo, antes de llegar al mercado pasamos por una residencia católica para ancianos sin recursos.
En el mercado llaman rápidamente la atención las embarcaciones cargadas, la mayoría con un solo producto, como en este caso, cocos.
Las barcas más pequeñas suelen corresponder a minoristas que, tras hacer sus compras, van a instalarse en mercados o tiendas en tierra firme.
También hay pequeños bares flotantes con bebidas frescas. Si el ir acompañados por un niño ayuda a aumentar las ventas, pues se trae al niño.
Las frutas juegan un papel fundamental entre las diversas mercancías.
Entre los pequeños revendedores también.
Las sandías de diversas variedades son también un fruto habitual.
Calabazas de buen tamaño.
Más sandías.
Conforme los barcos grandes ya habían vendido la mayor parte de su carga, las barquitas pequeñas abandonaban el mercado para dirigirse a sus puestos.
Desembarcamos para dar un vistazo al mercado en tierra firme. Espectacular. Formas, colores, sabores y olores familiares o exóticos. Algo para vivirlo.
Si el niño ha cogido cangrejos, eso que vende.
El pescado – fresquísimo- puede compartir espacio con un pato.
La variedad de peces y mariscos es extraordinaria en ese delta del Mekong donde el enorme río va a fundirse en el mar.
Llama también la atención la heterogeneidad de los recipientes.
Las ranas llegan vivas y comparten bandeja con sus ancas ya limpias. Con ese tamaño no hacen falta muchas ancas para comer. Parecen casi muslos de pollo
Tubérculos los había de infinidad de clases.
Las carnes tenían buen aspecto.
Las verduras, también.
En un mismo puesto podían convivir pescado seco, salchichas, legumbres y lo que haga falta.
Los mariscos por lo general de buen tamaño.
Quizás para esta niña ese día era una de sus primeras experiencias en el mercado. ¡Cuántas novedades!
Una actividad interesantísima del mercado es la venta de comida preparada. Es todo un ritual colocar sopas, salsas, estofados, … en diversas bolsas o recipientes, a veces dentro unos de otros, pero estancos.
Del mercado de nuevo a la barca y al hotel.
Recogida de equipajes y al autocar para dirigirnos al aeropuerto de Saigón (sigue sin acabarme de salir lo de Ciudad Hochi MInh) con parada a comer en un restaurante situado en unos agradables jardines.
Repetimos el pez orejas de elefante y todo su ritual.
El arroz glutinoso o pegajoso nos lo sirvieron cocinado dentro de una especie de huevos. ¡Estaba bueno!
Llegada al aeropuerto. La consabida espera para acabar de hacer la digestión y hacia Camboya. Pero eso será otra historia.