El día 27 de setiembre partimos a primera hora de la mañana de Barbastro un grupo de personas, entre las cuales las había procedentes de Zaragoza, de Huesca, otras del propio Barbastro y nosotros de Graus.
En el aeropuerto de Barcelona tomamos el primer vuelo con destino a Moscú. Tras unas horas de espera, subimos al avion que nos iba a dirigir a Tashkent. ¡menudo avión! Muy grande -y muy sucio-, iba repleto de bolsas, ropas, electrodomésticos, … ¡Toda una experiencia!
Ya en la madrugada del día 28 llegamos al aeropuerto de Taskent.
Poco más tarde nos incorporamos a las habitaciones del hotel para un breve descanso de unas horas, ya que había que iniciar por la mañana la visita a la ciudad.
Tashkent es una ciudad de más de dos millones de habitantes, de aspecto moderno, con amplias avenidas, Prácticamente rehecha tras el terremoto de 1966.
Iniciamos el recorrido en el nuevo centro religioso del país, la plaza Jast Imam.
La primera parada en el mausoleo de Abu Bakr Kaffal Shoshi.
Allí pudimos contemplar alguna peculiaridad de corrientes islámicas como el morabitismo (culto a los santos), lejano a la ortodoxia.
En la misma plaza están la mezquita Telyashayak y el museo de la biblioteca Moyie Mubarek.
En el museo se guarda el denominado Corán de Otmán, que se ha considerado el más antiguo del mundo y se fechaba en el siglo VII. Como en tantas cosas suele ocurrir, las últimas investigaciones apuntan a aque no puede ser anterior a finales del siglo VIII.
Una gran cantidad de cigúeñas pasean tranquilamente por los jardines de la plaza.
De la plaza Jast Imam nos dirigimos al Bazar Chorsu, excelente muestra de los productos más populares en el país.
El propio medio de transporte ya puede servir como escaparate y punto de venta.
La miel se vendía con abejas revoloteando aún entre la bresca.
Las escaleras y los aledaños de la zona cubierta también son zona de compras.
La carne ofrecía buen aspecto aunque las condiciones higiénico-sanitarias no fuesen las mejores, por lo menos desde nuestro punto de vista.
La variabilidad de los productos y el colorido resaltan más al intentar colocarlos los vendedores de la forma más atractiva posible.
Muchos compradores aprovechan la visita al bazar para comer.
Productos que entre nosotros son poco conocidos o apreciados son habituales en la zona. Por ejemplo, los frutos del serbal.
El pan con múltiples variantes y muy personalizado por cada panadería es alimento básico y alrededor de él tienen lugar muchos rituales familiares.
Los servicios públicos recuerdan a veces épocas ya lejanas.
Antes de comer aún nos dio tiempo para acercarnos al Mausoleo de Yunus Jan.
La plaza Amir Timur presidida por la estatua de Tamerlán es a veces considerada el centro de Tashkent.
En la misma plaza se halla el hotel Uzbekistán, prototipo de la arquitectura soviética.
Tashkent es la única ciudad del Asia Central con metro. Bastante al estilo del de Moscú, francamente no lo encontré deslumbrante pese al gasto en lámparas. La prohibición de hacer fotografías no me permite incorporar ninguna.
Después de recorrer varias estaciones nos apeamos en la extensa plaza Mustaqillik.
Destaca en la plaza el monumento al Dolor de las Madres, que recuerda los 400.000 uzbecos muertos en la Segunda Guerra Mundial.
Por la noche nos tocó la correspondiente cena folklórica, inevitable en todo viaje turístico en grupo.
El domingo en ruta hacia Samarcanda. Uno de los palizones de autocar del viaje. Carreteras rectas, pero con baches suficientes para remover cualquier desayuno.
Pronto cruzamos el río Sir Daria, uno de los dos grandes ríos de la región, cuyo abusivo aprovechamiento durante el dominio soviético para regar los monocultivos de algodón provocó la que quizás fue en el siglo XX la mayor catástrofe ecológica del planeta con la desecación de gran parte del Mar de Aral.
Los campos de algodón ocupan la mayor parte de la superficie agrícola. Las fotos sólo pueden tomarse desde el autobús pues están prohibidas tanto las de los campos como las de la recolección.
Puestos de fruta abundan a lo largo de la ruta.
Muchos de sandías y melones, por cierto de excelente calidad ambos.
En un tan largo recorrido hubo que hacer una parada técnica para ir al baño. Sorprendente lo amplios y ventilados que son los servicios a lo largo de las carreteras de ese país. Al fondo, a derecha y a izquierda, a discreción.
Llegados a Samarcanda, a comer. En el restaurante coincidimos con una celebración de compromiso, en la cual los asistentes, muy amables con el visitante, no ponían ningún inconveniente a que se pudiese compartir con ellos los cantos y bailes.
Cuando empezamos a caminar por Samarcanda pronto me llamaron la atención los “sufás”, una especie de camas con una mesa en el centro donde se puede comer y beber en posiciones que para los habituados deben ser cómodas.
La tarde la iniciamos en la mezquita de Bibi-Janym, hecha erigir por Tamerlán en honor a su esposa predilecta.
En el patio llama la atención el enorme atril de mármol, que se construyó para depositar un Corán también gigantesco (el hoy guardado en Tashkent).
Enfrente de la mezquita, al otro lado de la calle, está el restaurado mausoleo de Bibi-Janym.
A unos pasos de la mezquita está el Bazar Siab.
En él llaman especialmente la atención los muchos puestos destinados a la gran diversidad de frutos secos.
La variedad de hierbas con importante papel en la cocina también es amplia.
Se ofrecen también muchas otras frutas. Unas bien conocidas por nosotros, pero con un excelente aspecto como las granadas.
Y otras que, al menos para mí, son desconocidas. De éstas no conseguí averiguar el nombre en un idioma distinto al uzbeko.
La plaza de Registán es el plato fuerte de todo viaje a Uzbequistán y ella nos ocupó el resto de la tarde.
El conjunto lo forman tres madrasas. La de Ulugbek del siglo XV y las de Sher Dor o del León y Tilla-Kari o Dorada, ambas del siglo XVII.
La madrasa Ulugbek está situada al oeste de la plaza.
La mezquita que alberga en su interior muestra magníficos detalles, aunque se deban a una restauración excesiva (como toda la plaza).
También contiene la madrasa un monumento moderno a Ulugbek y otros sabios contempòráneos.
La madrasa de Tilla-Kari o Dorada ocupa la posición central.
El interior de su cúpula hace honor a su nombre de “Dorada”.
En el lado este se halla la madrasa de Sher Dor o del León, denominada así por las representaciones de animales, leones o lo que sean y pájaros, de su fachada, que recuerdan más al zoroastrismo que al islam.
Por la noche volvimos a la plaza con la intención de verla iluminada. La decepción fue grande pues la iluminación era mínima.
Samarcanda da para bastante y el día siguiente lo aprovechamos desde buena mañana. La situación del hotel era céntrica, muy cerca del cruce de avenidas donde se ubica el monumento a Gur-Emir (Tamerlán).
La estatua es una obra moderna no excesivamente preocupada por ser fiel al personaje representado. También es curiosa la devoción del país a Tamerlán, cuyo imperio con capital en Samarcanda se desarrolló más de un siglo antes de la llegada de los uzbekos. Por cierto, la mayoría de la población de Samarcanda tampoco es uzbeka sino tayika, de lengua muy similar al persa. La sustitución de la realidad histórica por la mitología podemos ver que no es exclusiva de ningún lugar.
El mausoleo de Gur-Emir está a corta distancia y a él nos dirigimos.
En su interior las lápidas que indican la situación de las tumbas de Tamerlán y otros familiares en una cripta inferior ocupan el centro de una sala octogonal ricamente decorada.
Exteriormente llama la atención la monumentalidad del conjunto.
Tras el mausoleo, fuimos al complejo dedicado a Mirzo Ulugbek, en el lugar donde tuvo su observatorio astronómico y se hallaron los restos de su sextante.
Ulugbek, nieto de Tamerlán, fue un matemático y astrónomo, que dedicó más tiempo a estas actividades que a su papel como gobernador de Samarcanda.
En el lugar se ha construido un pequeño museo dedicado al personaje, a sus libros y a la historia de la época.
En el museo tiene un papel destacado la obra de Ruy González de Clavijo, embajador de Enrique III de Castilla ante Tamerlán para conseguir una alianza contra los turcos a principios del siglo XV. González de Clavijo tiene calles dedicadas en Samarcanda y otras ciudades uzbekas. Y su libro “Embajada a Tamorlán” es obra destacada de la literatura española de la época.
Frente al Museo una sencilla construcción guarda los restos del sextante de Ulugbek.
Quizás el museo más interesante de la ciudad sea el Afrosiab, con los hallazgos del recinto arqueológico donde se ubica.
En el museo se muestran diversos hallazgos como estos cráneos con deformidades, probablemente provocadas.
Pero lo más interesante son los frescos del siglo VII en los que el rey de Sogdiana (nombre que recibía el territorio alrededor de Samarcanda antes de la conquista árabe en el siglo VIII) recibe a varios personajes, formando parte de la escena diversos animales.
Aún dio la mañana para visitar una pequeña fábrica de papel de seda.
El agua es la fuerza motriz utilizada. El mecanismo muy parecido a un batán de los que por aquí había, por ejemplo el de Lacort, que se expone en Fiscal.
El resto del trabajo es manual. Artesanía tradicional desarrollada a nivel familiar.
Un grupo escolar coincidió con nuestra visita.
En el agradable jardín adjunto pudimos observar un divertido artilugio movido también por el agua.
Aún nos quedaba por la tarde uno de los principales atractivos de Samarcanda: el complejo Shah-I-Zinda o Avenida de los Mausoleos, conjunto de tumbas ricamente decoradas de la época de Tamerlán y sus sucesores.
Son magníficos los azulejos de muchas tumbas, tal vez excesivamente restaurados. Como casi todos los monumentos del país parecen oler a nuevo.
La tumba de Qusam Imb-Abbas, primo de Mahoma, aunque sólo sea visible a través de una celosía, es de las más visitadas.
Algunos interiores son espléndidos.
El recinto además de los mausoleos de dignatarios y personajes importantes, es también cementerio aún usado por la población en general. Como curiosidad muchas tumbas muestran la fotografía del difunto, costumbre no habitual en el mundo musulmán.
Dar una vuelta por la parte trasera de los mausoleos proporciona interesantes perspectivas.
Tras ir a ver un pequeño espectáculo histórico-folklórico, la parada nocturna en el mausoleo de Tamerlán nos permitió verlo iluminado.
El martes segundo trote de autobús en dirección a Bujara.
Los campos de algodón siguen siendo mayoritarios.
También los puestos de fruta siguen abundando a lo largo de poblaciones de casas dispersas. Las viviendas datan todas de pocos años y sus cubiertas son prácticamente todas de uralita. No hay que olvidar que la población de toda esta región era mayoritariamente nómada hasta fines del siglo XIX.
Tras el palizón del viaje agradecimos llegar a un hotel pequeño, moderno y confortable.
Iniciamos la visita de Bujara por la tarde en la madrasa Char Minar. En ella por lo menos la restauración (o más bien reconstrucción) no ofrece dudas, pues cada una de las cúpulas lleva impresa la fecha de su construcción correspondiente a diferentes años de la segunda mitad del siglo XX.
Partiendo de la madrasa callejeamos por las calles de la parte vieja de la ciudad. Calles donde el asfalto brilla por su ausencia y con instalaciones de gas que difícilmente pasarían las revisiones en occidente.
Algún edificio está en proceso de rehabilitación, pero da la sensación de que la cosa va para largo.
Finalmente llegamos a las madrasas Abdul Aziz Jan y Ulugbek, situadas una frente a otra y no excesivamente restauradas. Como ocurre en la mayoría de las madrasas del país hoy en día son utilizadas como talleres y puestos de venta de artesanía.
En la fachada de la madrasa Abdul Aziz Jan unos azulejos presentan representaciones figuradas de serpientes o gusanos.
El interior contiene también interesantes detalles.
La madrasa de Ulugbek, del siglo XIV, es considerada la más antigua de Asia Central.
Muy cerca de las citadas madrasas están los bazares. Profundamente remodelados son hoy un conjunto de tiendecitas de recuerdos, que cumplen perfectamente su función de incitación al consumo. En ellos se nos fue la tarde y a los de poco ánimo comprador en asientos cercanos.
El día siguiente empezamos en el Mausoleo de Ismail Samani. Del siglo X, es el monumento más antiguo de Bujara. Al parecer quedó cubierto por la arena hasta su redescubrimiento hace menos de un siglo. Esto le salvó de las destrucciones que asolaron la ciudad. Obra en ladrillo, es un magnífico ejemplo de lo que se puede llegar a conseguir con un material tan humilde. Para mí fue la mejor sorpresa de todo Uzbekistán.
El interior pone de relieve aún más la maestría de sus constructores.
A corta distancia se halla el mausoleo de Chasma Ayub, cuyo significado es la fuente del santo Job.
Está construido sobre una fuente tenida por sagrada. Según la leyenda, en un año de sequía las rogativas a la divinidad consiguieron que ésta les enviará a Job, que a bastonazos hizo brotar el agua.
A continuación vimos la mezquita de Bolo-Hauz, conocida como de las cuarenta columnas. Tiene sólo veinte, pero se la denomina así ya que se duplican al reflejarse en el estanque situado enfrente.
El pórtico columnado (“aiwan”) es ciertamente interesante.
Esta mezquita es bastante frecuentada.
Al otro lado del estanque y de una amplia avenida se encuentra El Arca, castillo-palacio donde residía el jan o emir de Bujara. Se accede a él a través de una puerta del siglo XVIII y de una rampa que conduce a las dependencias situadas más elevadas.
En el interior algunas de las estancias albergan pequeños museos. La mezquita está precedida de una bonita columnata.
A la salida de la fortaleza vimos el único camello bactriano de todo el viaje. El animal que había sido símbolo de toda la región ha quedado reducido a un ejemplar para pasear turistas.
Las murallas, muy dañadas cuando tomaron la ciudad las tropas soviéticas, han sido restauradas y tiene un curioso aspecto por su abombamiento.
Desde allí nos dirigimos a la mezquita y minarete Kalon, que ya veíamos de lejos.
La mezquita presenta un amplio y elegante patio.
El impresionante minarete fue el único monumento respetado por Gengis Kan, que al parecer quedó fascinado por él.
Volvimos a pasar por los bazares y por las madrasasde Ulugbek y Abdulk Aziz antes de ir a comer.
Después fuimos a la plaza Lyabi-Hauz, centro turístico de la ciudad.
La madrasa Davon Begi de principios del siglo XVII ocupa uno de los laterales de la plaza.
En su fachada hay representaciones figuradas del Sol y de una pareja de aves mitológicas.
El interior de la madrasa está ocupado por un popular restaurante con espectáculo para turistas.
El centro de la plaza lo ocupa un estanque rodeado de antiguas moreras.
Una estatua de Hoja Nasrudin se alza frente al estanque. Nasrudin es un personaje legendario con rasgos de antihéroe cómico, vinculado a la tradición del sufismo, y cuyas anécdotas moralizantes, en las que juega muy diversos papeles, lo han popularizado en muchos lugares, no sólo en Asia Central, sino también en Turquía, Egipto, Rusia y otros países.
Da a al plaza también el Caravansaray Sayfiddin. Estas posadas para caravanas que recorrían la denominada Ruta de la Seda fueron la principal fuente de riqueza para Bujara.
Hoy su interior está ocupado por tiendas de artesanía.
Muy cerca está una fábrica de títeres, cuyo propietario nos explicó el proceso de fabricación y el manejo de los muñecos.
Es sorprendente la cantidad de personajes, su caracterización y la riqueza de sus vestuarios.
Tomar una cervecita en la plaza mientras anochecía fue estupendo para hacer tiempo para la cena. El estanque y la plaza de noche mantienen una cierta animación y tienen su encanto, aunque los colorines de la iluminación sean probablemente excesivos.
El día siguiente prometía ser duro, trayecto de unos seiscientos kilómetros hasta Jiva, buena parte de él por el desierto y por carreteras, en parte que no merecen dicho nombre y en parte en construcción.
Las comida sería en picnic. La primera parada fue todavía en Bujara para comprar panes tradicionales.
El desierto era todo tierra y matorrales. Su monotonía sólo la interrumpía algún rebaño de cabras, que te hacían plantear cómo subsistían.
A la hora de comer paramos con nuestras bolsitas de picnic en quizás el único lugar con mesas y cerveza y agujeros para hacer las necesidades. ¡Afortunadamente hubo sorpresa! Nuestra guía Miriam había transportado desde Barbastro y guardado de frigorífico en frigorífico raciones suficientes de jamón, chorizo y salchichón en previsión de ese día. Acompañadas por los panes comprados por la mañana resultaron mucho más apetecibles que los bocadillitos y manzanas del picnic.
Por la tarde más desierto, pero más reconfortados.
Bastante antes de Jiva volvieron los regadíos, los campos de algodón y aldeas dispersas.
Más adelante cruzamos el otro gran río, el Amu Daria, aún grande, pero con poquísima agua respecto a la que había llevado tradicionalmente.
Lo primero que nos recibió en Jiva fueron sus murallas.
Aún nos quedó tiempo para dar un paseo por la ciudad hasta que anocheció.
El hotel está instalado en una antigua madrasa. Lo hubiésemos preferido con menos encanto y más funcionalidad.
Junto al hotel se halla el Kalta Minor, minarete inacabado, que se inició a mediados del siglo XIX con la intención de que fuese el más alto del mundo musulmán.
Toda la parte monumental está encerrada dentro de las murallas con lo que pronto se recorre.
Ya de noche no ayuda mucho al encanto de la ciudad la iluminación.
De buena mañana iniciamos la visita a la ciudad, situándonos extramuros.
Fuera de las murallas, justo cerca de la puerta oeste, se encuentra la estatua dedicada a Al Jorezmi, matemático del siglo VIII, que desarrolló su obra en Bagdad, y que es considerado padre del álgebra. A su nombre debemos palabras como guarismo o algoritmo. Algunas versiones lo consideran natural de Jiva.
Entrando ya en el interior de la ciudad, los azulejos del Kalta Minor ofrecían otro color por la mañana
La residencia de los jans de Jiva se concoe con el nombre de Arca Kuhna.
En el Arca Khuna se conserva el Zindon, la cárcel donde los presos eran sometidos a las más crueles torturas. Se pueden ver instrumentos de tortura y recreaciones de situaciones, que quedan muy cortas respecto a lo que fue la realidad. La barbarie de los janes de Jiva así como el trato que se dispensaba en la ciudad a los esclavos son ejemplos patentes de la barbarie humana. Y hablamos de hace unos cien años.
Contaba la fortaleza palacio con dos mezquitas, la de verano y la de invierno.
Frente al Arca se iza la Madrasa de Mohamed Rajim Jan.
El mausoleo del filósofo Mahmud Pahlavon, filósofo del siglo XIV, en su aspecto actual es obra del XIX cuando el Jan de turno lo incautó y restauró para usarlo como mausoleo familiar.
Su interior es frecuentado por familias creyentes.
Había niños que ese día celebraban la fiesta de la circuncisión.
La mezquita Juma o de los Viernes sorprende por el bosque de columnas que sostiene su cubierta.
Alguna de las columnas es originaria del siglo X.
En el Arca aún nos habíamos dejado de visitar el harén. Por si alguien lo duda, hay que aclarar que actualmente está vacío.
Después de comer el tiempo lo pasamos callejeando por Jiva o tomando algo sobre un sufá.
Al atardecer subimos al mirador situado en la fortaleza. No son muchos escalones, pero parecen estar hechos para gigantes. De todos modos, las vistas de las murallas y de la ciudad compensan el esfuerzo.
La subida también sirvió para contemplar de cerca el papel básico del adobe en la construcción.
Salimos paseando de Jiva para cenar fuera de las murallas.
Ello nos permitió darles el último vistazo.
La cena fue casi la despedida del viaje.
Tras la cena autocar a Urgench. Controles, demora y vuelo a Tashkent.
El retraso ya no nos dio tiempo para ir a descansar al hotel como estaba previsto. Cambio de terminal, trámites, papeles (sólo en ruso), controles, más controles y finalmente vuelo a Moscú. A Moscú llegamos con retraso para enlazar hacia Barcelona. El avión esperó, pero nuestras buenas carreritas nos hicimos.
Si más incidentes, aterrizaje, despedida a quien se quedaba en Barcelona, autocar a Barbastro y nosotros nos despedíamos del grupo que aún seguía a Huesca y Zaragoza.
Lo mejor: la armonía y buena convivencia del grupo. Lo peor: los virus que algunos cogimos y exportamos hasta España.
Con todo: viajar es un placer. ¡A por otro!