Abril-mayo de 2014.
Tras unos cuantos viajes organizados, ya nos tocaba alguno más libre, de planificación propia y con nuestro automóvil.
La salida el 28 de abril en dirección a Francia por el Valle de Arán. Por Toulouse hacia el norte y luego al este. Dirigidos por el GPS los últimos kilómetros fueron de carreteritas locales, aunque nos sirvió para recordar viejos tiempos en localidades tan bonitas como Lapalisse.

Finalmente llegamos a Paray-le-Monial donde teníamos reservado el hotel cerca de la salida de la autovía. Con toda la tarde por delante la visita obligada era naturalmente la basílica, el mejor ejemplo conservado de la arquitectura cluniacense.
El lugar, junto al río, es también idoneo para agradables paseos.
Desde cualquier punto de vista es magnífica la iglesia.
Su cuerpo occidental con las torres.
Sus ábsides.
La perspectiva desde el noroeste.
O desde el nordeste.
El interior es sobrio, elegante y luminoso.
Yendo por la calle que se dirige hacia el núcleo urbano aún es imposible resistirse a echar la última mirada.
No es sólo el valor artístico de la basílica lo que atrae a los visitantes. también acuden muchísimos peregrinos motivados por la devoción al Sagrado Corazón, que arranca en el siglo XVII con las apariciones de éste a Margarita-María entre 1671 y 1690. Beatificada en 1864, empiezan las grandes peregrinaciones y en 1873 se consagra Francia al Sagrado Corazón.
Fue en la denominada Capilla de la Visitación, no lejos de la basílica, donde tuvieron lugar la mayoría de las apariciones.

El día siguiente había que llegar ya a Renania, destino fundamental del viaje. Sin dejar las autopistas pronto llegamos a Speyer (Espira) la antigua capital del Sacro Imperio.
El hotel estaba muy cercano al centro.
A unos pasos teníamos el Museo Histórico del Palatinado.
Se daba la coincidencia de que acogía una exposición temporal dedicada a los 40 años del nacimiento de Playmobil.
El resto de la tarde fue para la magnífica catedral. La afluencia de público para ser un día normal era importante.
Desde la denominada torre de los Paganos se dispone de una buena visión del ábside.


La fachada oeste, muy transformada, se observa bien desde la Maximilianstraβe, calle principal de la ciudad.
Una de las torres de la catedral está acondicionada para poder subir. Las vistas sobre las propias cubiertas de la catedral y sobre la ciudad son espectaculares.
El interior de la catedral merece también dedicarle su tiempo.

En especial la cripta donde un bosque de columnas con capiteles dado, sin decoración, propios del románico renano, sostienen toda una serie de bóvedas de arista.
En la cripta están enterrados los cuatro emperadores de la dinastía Salia que gobernaron el Sacro Imperio desde 1027 hasta 1125.
En la Maximilanstraβe está la iglesia barroca de la Trinidad.
También en esa avenida está la estatua del pergrino jacobeo, que tan popular se ha hecho en los últimos años en tantas ciudades centroeuropeas.
En la Altpörtel (portal antiguo) finaliza la calle.
Más allá están la iglesia de San José.
Y la iglesia de la Memoria.
Merecíamos una buena cena y por cierto encontramos un excelente restaurante, comida, vestuarios y decoración típicos, pero frecuentado por gente de la ciudad y sin turistas.
Un paso nocturno por la catedral y el centro de esa tranquila ciudad nos ayudó a digerir.
El siguiente día hacia Worms. aparcamiento y a la catedral de San Pedro.
Con lo primero que topamos fue con el presbiterio occidental (el «westwerk» carolingio y germánico) y la maravillosa decoración de su ábside entre dos torres.
La cabecera occidental es plana y su torre norte se hallaba en restauración.
Tanto el color de la piedra como la sensación de verticalidad recuerdan Espira.
Entramos por la puerta sur.
En el mismo muro sur, más al este, está el portal gótico de la capilla de san Nicolás que muestra al santo protector de los marinos y condenados a muerte.
El interior, pese a la decoración barroca, conserva la estructura románica con la alternacia de pilares fuertes y débiles en la separación de las naves, que se cubren con bóvedas de crucería la central y de arista las laterales.
En el muro norte hay una serie de magníficos sepulcros góticos.
Es interesante la pila bautismal de finales del XV.
En el muro norte de la catedral hay una puerta que tiene encima un grabado con un bronce de Federico I Barbarroja.
Enfrente queda la Schlossplatz.
De la catedral a la plaza del Mercado.
Y por la Kämmererstrasse a la plaza de Luís, donde está San Martín.
San Martín conserva al oeste un bello portal románico.
De San Martín a la Obermarkt.
Dicha plaza la centra la llamada Rueda de la Fortuna. Se trata de una rueda giratoria de bronce, creada en 1986 por GustavNonnen macher, que muestra a un lado acontecimientos históricos y al otro escenas de la vida cotidiana.
No lejos está el monumento a Lutero y precursores de la Reforma.
Los paseos de esa zona están bellamente ajardinados.
La última visita en Worms fue al cementerio judío, el más antiguo de Europa, empezado a usar en el siglo XI.
Son visibles sobre las lápidas piedras sosteniendo trocitos de papel con plegarias y deseos, costumbre muy arraigada entre los judíos, que dejan piedras en sus visitas en vez de flores, que para ellos es una costumbre pagana.
La mayoría de las inscripciones son en hebreo, aunque hay algunas en alemán.
Desde este cementerio hay buenas vistas de las torres de la catedral.
Y de Worms hacia Mainz (Maguncia), a escasa distancia. El hotel, también muy céntrico, lo hallamos enseguida.
Dejar maletas y hacia el centro.
Abundan en Mainz las casas con entramados de vigas de madera.
En los mercados callejeros en esta época el producto estrella en toda esa zona de Europa es el espárrago. Un viajecito a la Rioja o a Navarra seguro que deslumbraría hasta a la señora Merkel.
Pronto entre los edificios se vislumbra la catedral.
Su lado oeste queda casi oculto por los edificios que la rodean y su muro sur por el claustro. En cambio el muro norte y la cabecera este dan a amplias plazas.
En la plaza del Mercado hay una bonita fuente renacentista.
En la plaza situada tras el ábside de la catedral hay una columna de madera que en 1916 estaba llena de clavos donde la gente colgaba sus donativos para la guerra.
Al este la catedral muestra un ábside rodeado por dos torres circulares, mientras sobre el crucero se levanta una torre octogonal.
La nave central se cubre con bóvedas de crucería y las laterales con bóvedas de arista.


Al sudoeste, como prolongación del transepto, está la capilla de San Gotardo, de estructura románica.
La pila bautismal es una obra maestra de 1328.
Añadido al sur está el claustro.
Mainz es la ciudad natal de Gutenberg y muy cerca de la catedral está el Museo Gutenberg, dedicado fundamentalmente a la historia del libro y que conserva dos ejemplares originales de la Biblia de Gutenberg, la conocida como de las 42 líneas (1452-1455).
En una plaza cercana está la estatua del inventor de la imprenta.
Enfrente se encuentra el Teatro Estatal.
Acabamos el recorrido dando una vuelta por la zona donde se sitúa el moderno ayuntamiento con vistas al Rin y a la Eisenturm (Torre de Hierro).
El jueves desde Mainz, adonde regresaríamos por la tarde, nos desplazamos al monasterio de Maria Laach, situado junto al lgo Laach, que ocupa el cráter de un antiguo volcán en la pintoresca zona del Parque Nacional Eifel.
La iglesia del monasterio constituye con las catedrales de Speyer, Worms y Maguncia el conjunto emblemático del románico renano, con sus tres naves y su doble cabecera (el «westwerk», ya conocido de las iglesias carolingias y otónidas).
El cuerpo occidental flanqueado por dos torres circulares está precedido por un vestíbulo a modo de claustro de tres galerías. A este espacio, conocido como el Paraíso, se accede a través de una portada ricamente decorada.
Las galerías se cubren con bóvedas de crucería.
Los capiteles están esculpidos.
En el centro de ese espacio hay una fuente con leones que a la gente le suele recordar la Alhambra.
Las tres naves se cubren con bóvedas de arista.
Al entrar se encuentra el sarcófago del fundador, del siglo XIII.
Los tres ábsides del lado oriental están decorados con mosaicos modernos, y el central muestra un curioso baldaquino.
Desde el nordeste se accede a la cripta, de tres naves cubiertas con bóvedas de arista y cuyos arcos arrancan de capiteles sin decorar.
Tras oír cantar a los monjes benedictinos, emprendimos el regreso, que decidimos realizar con calma por la carretera que sigue el margen derecho del Rin desde Coblenza a Rüdesheim.
En el espléndido paisaje iban surgiendo los castillos como el de Marksburg.
Las pequeñas poblaciones que se atraviesan, las de la otra orilla y el propio Río amenizan el recorrido de maravilla.
En la ribera opuesta Boppard merece ser visitada, pero como ya la conocíamos esta vez nos conformamos con verla enfrente.
Antes de llegar a St Goarshausen el Burg Maus (castillo Ratón) que se construyó para neutralizar la influencia del Burg Katz (castillo Gato) a cuyos pies se extiende la pequeña localidad citada.
Las viñas de la variedad riesling trepan por las laderas junto al Rin.
Las fortalezas se suceden.
Hasta llegar a Loreley, la mítica roca legendaria, donde aquél que tenga imaginación suficiente puede escuchar los versos de Heine: «No sé por qué estoy triste… una rancia leyenda, /de tiempos antiquísimos, a mi memoria viene… / Hiela el viento… atardece… el Rin corre tranquilo, / y dora las montañas la luz del sol que muere».
Desde Loreley poco queda ya para llegar a Pfalz, antigua fortaleza aduanera situada en medio del río.
Más torreones y castillos nos siguen vigilando hasta llegar a Rüdesheim.

Allí decidimos acercarnos al convento de Eberbach, conocido porque en 1986 se roidó allí la mayor parte de la película «El nombre de la Rosa». Las pocas indicaciones de la carretera y lo que nos indicaba el GPS nos condujeron por intrincadas callejuelas de alguna pequeña población y carreteras estrechísimas a unas bodegas entre viñedos.
Preguntamos por la abadía y nos indicaron una camino entre hayedos auténticamente de cuento de hadas. Había que ir por ese camino a pie o seguir por la carretera también a pie pues estaba prohibido el tráfico.
Después de una buena caminata vislumbramos las primeras edificaciones.
Y al bajar hacia la carretera un montón de coches aparcados que habían venido por otro sitio. ¡Cosas del GPS!
El monasterio y sus dependencias están situadas entre magníficos jardines.
Estaban ya a punto de cerrar y entre eso y la amenaza de tormenta, teniendo en cuenta que debíamos volver al coche a pie y no llevábamos paraguas, nos aconsejaron dejar la visita del interior para otra vez. Así y todo nos mojamos.
Regresamos a Mainz, al hotel. Tiempo de cambiarnos y salir a cenar.
Aún nos detuvimos en la Holzturm (Torre de Madera), cercana al hotel.
Y en la magnífica Crucifixión de Hans Backoffen, junto a la iglesia de San Ignacio.
Nuestro próximo destino era Rothenburg ob der Tauber, pero decidimos desviarnos un poco e ir a Lorsch. De la antigua abadía carolingia poco queda, pero la Torhalle, la puerta triunfal, es uno de los monumentos más representativos de esa época. Patrimonio de la Humanidad merece la pena acercarse a ella.
Lorsch es una pequeña y tranquila población a la que encima llegamos muy temprano.
Están de restauraciones y todo el recinto estaba vallado. Nos colamos aprovechando la entrada de un trabajador y como no entendíamos el «verboten» a gritos que desde una ventana cercana nos dirigía un individuo no muy amable, seguimos haciendo nuestras fotos.
De Lorsch a Schwäbisch Hall, en cuya proximidad se encuentra el monasterio de Groβcombourg.
En un paraje de intenso verdor surge la silueta del monasterio.
Entrar en él es hacerlo en una auténtica fortaleza.
En su interior conserva elementos de diferentes épocas como la capilla de San Erhard, románica tardía.
La iglesia conserva las torres originales.

El interior de la iglesia es fundamentalmente barroco. Llama la atención su luminosidad.
Y también la llaman dos de las principales joyas de todo el románico: el frontal de altar con el apostolado de broce dorado y la araña-candelabro.
Esta lámpara es una de las tres únicas que se conservan de la época. Las otras dos son la de la catedral de Hildesheim y la de la Capilla Palatina de Aquisgrán.
De la decoración barroca es también interesante el púlpito.
El baldaquino.
O la sillería.
Antes de finalizar la visita nos hicimos el recorrido completo del camino de ronda desde donde se contemplan bellos paisajes.
Tras la intensa mañana que llevábamos ya hacia Rothenburg, internándonos en tierras bávaras, a conocer la ciudad inspiradora del cuento de Pinocho y que ha acabado siendo ella misma un paraíso de los cuentos.
Llegamos a Rothenburg y la primera sorpresa agradable fue el hotel. Un típico gasthof de extrema limpieza, cuidada decoración y ambiente familiar que abundan por Centroeuropa.
Además justo enfrente teníamos una de las puertas de acceso a la ciudad antigua: la Rödertor, cuyo nombre lleva el hotel.
En la calle principal cualquiera de sus edificios merece la atención.
La plaza del Mercado con el ayuntamiento es el centro de la vida y el movimiento.
Pero hacia cualquier lado se puede dirigir la vista.
Y en cualquier recodo hay un lugar sorprendente.
Cerca de la plaza está la tienda de regalos de navidad. Un antiguo autobús dedicado al reparto de regalos nos indica su presencia.
El interior es más un museo que una tienda. Lástima que no permitan las fotografías, aunque a veces la cámara se dispara sola.
Las fuentes están decoradas con cáscaras de huevo pintadas y lo curioso es que pese a su fragilidad duran pues no deben abundar los individuos vandálicos.
La ciudad está amurallada y tiene varias puertas, algunas de ellas con notables torreones.
Tras la Klingentor hay unos bonitos jardines.
Paseando a lo largo de las murallas se divisan extensos y verdes paisajes.
Rothenburg tiene también su Museo de la Tortura al estilo de los que hay en tantas ciudades turísticas destinados más a satisfacer el morbo que a la fidelidad histórica.
Los escaparates de las tiendas son todos ellos un espectáculo.
Las pastelerías, también. Y en todas se presentan las «schneeballen» (bolas de nieve) de distintos sabores, que son la especialidad emblemática de la ciudad.
Nos alejamos algo de la zona más céntrica para dirigirnos al barrio del Hospital.
Pasamos por Plönlein, que probablemente es el rincón más fotografiado de Rothenburg.
La iglesia y la torre del Hospital nos indican que va finalizando la ciudad.
A través de unas fortificaciones ovaladas se sale al exterior de la muralla.
Dada la buena impresión que nos había hecho el hotel decidimos cenar en él. La cena, bien y el restaurante un lugar encantador, también de cuento como la ciudad.
Por la noche un paseo por la ciudad, pero el fresco nos impidió hacerlo más largo.
Después de desayunar, no queríamos irnos sin ver el Retablo de la Santa Sangre de Tilman Riemenschneider, ubicado en la iglesia de Santiago. Esperando que abriesen aún paseamos por las a esas horas casi desiertas calles.
Una figura de peregrino nos indica la iglesia, parte también de los múltiples caminos de Santiago que últimamente nacen por doquier.
La iglesia gótica de Santiago contiene otros varios retablos de interés.
Pero su tesoro más importante es el retablo mencionado, una de las obras maestras de Riemenschneider.
De Rothenburg nos dimos ya la vuelta hacia Francia. Primer destino: Estrasburgo.
Ciudad grande, obras, mucho tráfico y alguna cola para entrar. Por suerte el hotel en zona tranquila, cerca del centro, junto al Museo de Arte Moderno y Contemporáneo y con aparcamiento al lado.


Al centro se iba en pocos minutos atravesando el «Barrage Vauban».
Junto a «les Ponts Couverts».
Pronto llegábamos a las primeras casas con entramados de madera.
Y seguíamos hacia el centro por la orilla del Ill.
Hasta llegar a la catedral.
El interior estaba ocupado por una auténtica multitud.
La visita entre tanta gente no es de lo más agradable. Yo la recordaba mucho más tranquila. De todos modos, vale la pena contemplar sus tesoros.
El órgano.
El púlpito, gótico flamígero.
Sus retablos.
El pilar de los Ángeles, del siglo XIII, en el transepto sur.
El famoso reloj astronómico con sus autómatas.
Punto y aparte son las magníficas vidrieras.
El centro de la ciudad al ser tarde del sábado estaba muy animado.
A lo largo del Ill otra vez regreso al hotel y a cenar ya en sus proximidades para ir a descansar pronto tras una jornada movidita.
El día siguiente, domingo, a madrugar para poder subir a la torre de la catedral antes de la invasión turística.
Aún era pronto y pudimos pasear por la Petite France, en solitario. La Petite France es el nombre que recibe el antiguo barrio de pescadores, curtidores y molineros. se denomina así porque hubo allí un hospital para los soldados de Francisco I en el siglo XVI, muchos de ellos enfermos de sífilis (el «mal francés» como le llamaban irónicamente los alemanes).
Las antiguas casas se reflejan en las aguas del canal.
Al llegar al centro aún no eran las diez y poco movimiento se veía.
La fachada de la catedral era visible sin aglomeraciones.
Así como sus portadas.
La subida a la torre con sus doscientos treinta escalones sirvió para desentumecer por completo las piernas.
Estrasburgo visto desde arriba es espectacular.
Tras descender de la torre, decidimos dedicar la mañana a uno de los grandes museos de la ciudad. Nos decidimos por el de la Obra de Nuestra Señora situado justo enfrente, del cual guardábamos un buen recuerdo por haberlo visto ya en un viaje anterior.
El museo contiene obras desde la alta Edad Media hasta finales del siglo XVII, procedentes muchas de la catedral, pero también de diversas poblaciones alsacianas. Las primeras salas están dedicadas al románico.
Los restos del claustro de St-Trophime de Eschauson son un ejemplo.
Hay extraordinarias vidrieras. Destaca entre ellas el Cristo de Wissemburg, una de las vidrieras más antiguas conservada.
O la del retrato de emperador, que se considera representa a Carlomagno.
O el beso de Judas, ya gótica.
Góticas son también las imágenes originales de las Vírgenes Prudentes y las Vírgenes Necias, que han sido sustituidas por copias en su emplazamiento original, el portal sur de la fachada oeste de la catedral.
En este Museo no sólo es de admirar su contenido sino también los edificios donde se ubica.
Esta escena, parte de un retablo de finales del XV, con la circuncisión de Jesús es un encanto.
También hay obras maestras de la pintura como ésta «Santa Catalina y Santa Magdalena» de Konrad Witz.
Tras el museo, un ratito de descanso sentados al sol frente a la catedral.
Nos alejamos algo del bullicio de la zona céntrica.
Para ir a comer en un restaurante cercano al interesante conjunto de casas conocido como «cour de Corbeau».
Después decidimos darnos un paseo siguiendo los «quais» de los barqueros y los pescadores.
Pasando por la iglesia de San Pablo.
Y la Universidad.
Hasta la zona de las instituciones europeas.
Llegamos hasta el Consejo de Europa.
Y nos dimos la vuelta pues en el Parlamento Europeo hacían jornada de puertas abiertas repartiendo bolsitas propagandísticas a los visitantes, y no nos apetecía demasiado hacer de pueblerinos deslumbrados para ver en que lugar se ganan sus opíparos sueldos sus habituales ocupantes (si es que van).
Buena caminata entre la ida y la vuelta al centro.
La vista de las barquitas turísticas que recorren el río y los canales nos animó a subir a una y descansar un rato sentaditos.
La hora de navegación nos sirvió para recuperar fuerzas y preparar la retirada del día hacia el hotel.
Nuestra siguiente etapa era Colmar y hacía allí nos dirigimos el día siguiente, pero haciendo algunos altos en el camino.
El primero en Marmoutier. Su excepcional fachada occidental, románica, justifica la visita.
Su interior es de época muy posterior.
En el coro, las tallas estilo Luís XV de la sillería merecen detenerse un rato.
El órgano, obra de Silbermann, está entre los mejores de Alsacia.
En la cripta se encontraron restos interesantísimos de una iglesia precarolingia.
De Marmoutier a la bonita localidad de Andlau. Rodeada de viñedos, es conocida sobre todo por su abadía de San Pedro y San Pablo.
La abadía, fundada en el siglo IX, está vinculada a la emperatriz Ricarda, que repudiada por Carlos el Gordo, la hizo construir en este lugar para retirarse allí. La leyenda de su encuentro con una osa y su osezno ha hecho del oso el símbolo de la población.
La iglesia de San Pedro y San Pablo, también conocida como Santa Ricarda, fue profundamente reformada en el siglo XVII.
Pero conserva importantes partes románicas como el pórtico.
El friso que recorre los muros norte y oeste.
Y la cripta con la escultura del oso.
Cerca de Andlau está Sélestat.
La iglesia románica de la Santa Fe es un antiguo priorato benedictino. Dos torres cuadrangulares flanquean su fachada.
Otra torre, en este caso octogonal, se levanta sobre el crucero
El portal principal conserva todas sus esculturas del siglo XII.
En el interior alternan pilares fuertes y débiles como es habitual en la arquitectura germánica de la época.
En la decoración aparecen muchos elementos barrocos como el púlpito.
Sorprende que a pocos metros se levante otra gran iglesia, en este caso gótica, San Jorge.
La vidriera del rosetón del transepto simboliza la Decápolis, la alianza de diez poblaciones alsacianas del Sacro Imperio, vigente del siglo XIV al XVII.
Antes de llegar a Colmar la última parada fue en el castillo de Haupt-Koenigsburg, original del siglo XI y que en el siglo XV fue el refugio de los llamados «caballeros bandoleros», que asolaron la comarca hasta que el castillo fue tomado por las fuerzas reclutadas por las ciudades de Estrasburgo, Colmar y Basilea. Reconstruido posteriormente, las tropas suecas lo asolaron durante la guerra de los Treinta Años y permaneció ne ruinas hasta que el emperador Guillermo II, a principios del siglo XX, decidió reconstruirlo por completo y convertirlo en museo.
Llegados a Colmar, a dejar el equipaje en el hotel. Hotel de curiosa y pintoresca decoración, interior y exteriormente, pero recomendable en todos los aspectos.
Colmar ya no nos dio más que para dar un paseo antes de cenar.
El día siguiente, antes de visitar Colmar, decidimos acercarnos a Riquewihr, otro de esos pueblos propios de un cuento. A veces excesivamente recargados en su decoración, pero en este caso eso se combinaba con una conservación excelente de las construcciones del siglo XVI y la visita te transportaba en el tiempo.
Hasta los pasteles de la cafetería donde entramos a desayunar, sublimes.
Y ya a Colmar. En primer lugar al Museo Unterlinden. Está en obras y poco se ve.
Pero en la iglesia de los dominicos, que también pertenece al museo se hallan expuestas, por separado para que puedan verse a la vez (con el retablo cerrado no sería posible), las tablas del Retablo de Issenheim (Grünewald. 1512-1516).
Con las esculturas de Nicolás de Haguenau, que permanecían encerradas en el interior del retablo excepto el día de San Antonio.
Y las tablas pintadas por Grünewald, que en muchos detalles parecen adelantarse a su tiempo.
El casco antiguo de Colmar tiene el suficiente atractivo para disfrutar de un paseo deteniéndose en cualquier lugar.



El barrio denominado la Pequeña Venecia con sus coloreadas casas de pescadores es toda una experiencia.
Al borde de uno de los canales decidimos comer. En la foto aparece la terraza del restaurante, a la derecha.
Antes de dejar Colmar pasamos a ver algunas de las esculturas de Bartholdi, el autor de la neoyorquina Estatua de la Libertad.


Y la denominada Casa de las Cabezas, uno de los edificios más emblemáticos de la ciudad.
Y nos dirigimos para ocupar la tarde a algunas de las iglesias románicas más notables de los alrededores.
Primero a Guebwiller, a San Ligero. Bastante tardía, tiene también cuerpo occidental.
La portada muestra en el tímpano a Cristo entre la Virgen y San Ligero.
En el interior se aprecia la cabecera ya plenamente gótica, pero el resto pese a la época de construcción aún rememora un edificio románico.
Desde Guebwiller nos adentramos en los bosques para llegar a Murbach. De lo que fue una de las más importantes abadías de la región, sólo quedan la cabecera de la iglesia y el transepto.
En una soledad casi absoluta y un impactante silencio, desde el aparcamiento se vislumbra ya, tras el arco, la iglesia y el bonito jardín medieval que la precede.
La cabecera plana con tres ábsides es impresionante
El espacio que ocupaban las naves desaparecidas es ahora el cementerio.
Alejándose un poco tenemos una mejor perspectiva.
Y ya la última visita del día en pleno atardecer: San Miguel de Lautenbach.
Su pórtico es de los más bellos y antiguos de Alsacia.
Y a descansar para el día siguiente iniciar el regreso.
La distancia era excesiva para llegar a casa de un tirón y a media tarde decidimos parar en Montauban. En esa ciudad hemos parado otras veces en verano y resulta medianamente animada, pero en mayo a las siete de la tarde las calles estaban desiertas y en el centro de la vida urbana, la plaza Nacional, pocos bares y restaurantes había abiertos y los clientes escasísimos. Nos sirvieron la cena ya con ganas de cerrar y en el regreso al hotel casi parecía aquello una ciudad fantasma y eran apenas las ocho.

Y último día de viaje, en el hotel ya fuimos los primeros en desayunar, trayecto corto y a comer en Graus.